Garissa: lo que no se ha contado del atentado

Garissa es también lo que no hemos contado. Es ese militar que vendía información por un módico precio, sin ningún tipo de vergüenza. O los profesionales sin escrúpulos que fotografiaron los cuerpos de los fallecidos y vendieron las fotos.

Hemos narrado Garissa. Hemos trasmitido una idea, en general homogénea, de lo que ha ido pasando estos días. Pero Garissa es más, existe más allá de esa narración que le hemos mandado al mundo.

Los medios de comunicación se han movido básicamente entre la universidad donde sucedió la tragedia, el hospital donde atendieron a las víctimas, el campamento militar donde estuvieron los supervivientes hasta el pasado sábado y el hotel. Hemos entrevistado a los mismos estudiantes, que han contado una y otra vez las mismas historias: todos habréis leído a estas alturas relatos llenos de detalles morbosos como el del estudiante que se tuvo que camuflar entre los cuerpos de sus compañeros muertos; la historia de la chica que se escondió en el tejado de la universidad y permaneció ahí, hipoglucémica, hasta que la encontraron dos días después; el hombre que escuchó como los terroristas se reían del gobierno de Kenia, etc.

Hemos fotografiado a los mismos militares y hemos entrevistado a los dueños de los pequeños comercios que se encuentran justo al lado del campus. Hemos escuchado durante unos cuantos minutos las declaraciones del gobernador de Garissa y nos lo hemos tomado en serio. Y lo hemos contado. Y os hemos dicho: esto que estáis leyendo es Garissa.

Pero no, amigos. Garissa es también lo que no hemos contado.

Es ese militar que vendía información por un módico precio, sin ningún tipo de vergüenza. O los profesionales sin escrúpulos que fotografiaron los cuerpos de los fallecidos y vendieron las fotos sin pensar en las familias de esos chicos.
Han sido los medios agolpándose para hablar con los supervivientes más débiles, empujándose unos a otros para poder escuchar su relato, y hacer preguntas del tipo: “¿Qué sentiste al ver a tu amigo morir?” o “¿Qué se siente al ser el único superviviente de tu habitación?”. Ahí, llenitos de humanidad y empatía, sí señor.

Ha sido la decisión de mostrar públicamente los cadáveres, ya en proceso de descomposición, de los terroristas, justificándolo en el intento de hacer una identificación pública de los cuerpos, cuando la única razón fue la de mostrar a la ciudad el poder de las Fuerzas de Seguridad kenianas. Como si matar a los terroristas hubiera sido un triunfo. Como si hubiera sido un fracaso para los terroristas haber sido asesinados.

Nadie ha contado que los militares temieron hasta el mismo sábado que hubiera terroristas dentro de la universidad.

Nadie ha contado que había miembros de Al Shabaab paseándose ante las narices de las Fuerzas de Seguridad que vigilaban la entrada al campus. “Si quieren acabar con Al Shabaab van a tener que arrestar a toda la ciudad, y no tienen pruebas para hacer eso”, decían sonriendo. Cada vez que entraba o salía un coche lleno de militares armados les miraban altivos, como diciendo: “Estamos aquí, seguimos aquí, os estamos mirando”.

Garissa es también Aisha, una mujer somalí a la que la policía keniana detuvo y maltrató porque su cuñado era sospechoso de pertenecer a la organización terrorista.

También son los comerciantes que sólo quieren vivir en paz.

Y los estudiantes que se estaban formando para ser el futuro de Kenia.
Que Garissa no sea, para los que la pensáis desde lejos, una sola verdad. Que Garissa sea más que una narración. Buscad más allá de los detalles escabrosos, apartad la mirada de las heridas y preguntad qué hay detrás, quién, por qué, cómo ha sucedido. No os conforméis con lo que os contamos. Siempre hay más.

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