A las nueve de la noche, bajo un calor como nunca he vivido en las numerosas veces que he visitado el Parque Nacional Kruger, Sudáfrica, nos afanábamos en montar las tiendas de campaña en el campamento de Letaba. Era imposible, decenas de miles de langostas, en el término más bíblico de la palabra, nos golpeaban la cara, cuerpo y manos. Si encendías el frontal para clavar la piqueta se abalanzaban sobre ti en oleadas, casi te abofeteaban. No, casi no, te abofeteaban.
Cuando observé que los lavaderos eran un manto de insectos, sospeché que no iba a ser fácil lo de frotarme la espalda con la esponja
Aun así conseguimos plantar las pequeñas tiendas. Decidimos ir entonces al baño a tomar una ducha. Ya en el camino, cuando observé que los lavaderos eran un manto de insectos, sospeché que no iba a ser fácil lo de frotarme la espalda con la esponja. Incluso llegué a plantearme si no era mejor tirarme al río y dejarme frotar la espalda por algún cocodrilo que terminara con esto de forma más rápida. Pero no, decidí seguir con la fe de que 20 metros más allá las langostas habrían tenido la consideración hasta de prepararme un baño caliente con espuma.
Y el hecho es que debieron de tenerla porque no faltaba ninguna en aquellos baños. En la puerta, Víctor, Ana Paula y yo observamos alegremente que había miles de bichos por las paredes y el suelo. “Yo ahí no entro”, dice ella. “No pasa nada, yo te acompaño, no hacen nada”, responde el optimista Víctor a quemarropa. Yo alucinaba, francamente nunca había visto una plaga de insectos como aquella y él estaba dispuesto a darse un agua entre miles de patas, alas y cabezas de insectos grandes, muy grandes. “Yo no me ducho ni aunque me acompañe la sexta flota”, anuncié yo, lo que sirvió para que emprendiéramos el camino de vuelta a nuestras suites de lona con temperatura interior de unos 40 grados. Tras más de 15 horas de ruta con 19 clientes y habiendo dormido unas pocas horas tras más de 2000 kilómetros de África en 72 horas, aquella noche se antojaba idílica.
“Venga, que ya no están” fue el comentario que me dio tiempo a hacer hasta que encendí el frontal y noté seis golpes rápidos en la cara
Nos fuimos a cenar antes. Nos bebimos todo lo que pudimos para retrasar la ejecución que nos esperaba. Volvimos pasadas las 24 horas con la esperanza de que nuestras colegas de camping se hubieran marchado. “Venga, que ya no están” fue el comentario que me dio tiempo a hacer hasta que encendí el frontal y noté seis golpes rápidos en la cara. “Pues sí que están, abre más vino”.
José fue el único que se metió en la tienda y se durmió. Víctor, Ana Paula y yo, tras unos 10 minutos de asfixia, salimos de nuestras lonas. Yo me metí en mi coche a dormir, sin poder abrir la ventana, para no ser masacrado por los insectos. Dormí empapado en sudor hasta que amaneció en unas cuatro horas. A las seis de la mañana, comenzaba un maravilloso día de safari por el parque. Mis seis pasajeros me explicaban lo bueno de su aire acondicionado y su ducha.
Al principio me iba durmiendo. Decidí tomar el camino que va de Letaba a Olifants por la estrada de arena. Las vistas del río Olifants son espectaculares allí. Vimos manadas de antílopes, elefantes, algún búfalo y jirafas. En el río había poca vida, sólo algún hipopótamo suelto y un cocodrilo lejano. A las 09 horas, llegamos a Olifants. Desayunamos, contemplamos sus bellísimas vistas y vimos a una manada de jirafas descender a lo lejos hasta acercarse a la orilla.
Los turistas se impacientaban ya por ver felinos. Cuando ya se han visto elefantes, búfalos, hipos… la gente siempre quiere a los leones y leopardos
Volvimos a Letaba. Esta vez tomamos la carretera de asfalto. Los turistas se impacientaban ya por ver felinos. Cuando ya se han visto elefantes, búfalos, hipos… la gente siempre quiere a los leones y leopardos. No hubo suerte, rastreamos por donde pudimos pero no los vimos. “Por la tarde lo intentamos de nuevo”, les traquilicé.
A las 15.30 estábamos en los coches. Había podido dormir unos 30 minutos. A un coche le faltaba gasolina y la gasolinera decía no tener fuel. Nos metimos todos en tres coches. Salimos por la parte de atrás de Letaba, dirección norte, esta vez siguiendo la estela del río Letaba. Ahora ya sí que no valía nada que no fuera un felino. Si hubiéramos encontrado a un búfalo subido a un árbol no hubiera merecido más que una simple foto rápida. “Leones, leopardos…”, pedían.
Di todas las vueltas que pude mirando ramas para encontrar leopardos, al cielo para ver buitres que me llevaran a los leones y al frente con la esperanza de tropezar con 20 coches parados que es la mejor señal de que hay leones o leopardos. Mientras, mis clientes hablaban de la crisis en Portugal o de la receta del bacalao con natas, con algún intervalo para recordarme lo felices que eran si viéramos unos cuantos leones. No los vimos y lo único que se me ocurrió fue improvisar un maravilloso atardecer para sus cámaras. Les encantó la foto y me lo agradecieron con un “hubiera quedado genial esta puesta de sol con un leopardo en el medio”.
Hubiera quedado genial esta puesta de sol con un leopardo en el medio
Volvimos con una cierta sensación de derrota. Siempre quieres que la gente disfrute de los parques. Los felinos son la clave en los safaris. Kruger es uno de los parques donde más fácil es ver a los big five, pero aquella vez no pudo ser en tres jornadas.
Fuimos a cenar. Llegué tarde, estaba agotado y aproveché para darme una ducha esta vez en un bungalow (la paliza que llevábamos nos hizo alquilar cuartos). Me senté en la mesa del restaurante de Letaba, ya de noche, a oscuras, sin poder ver apenas su horizonte cincelado. Nuestro grupo de alegres y encantadores portugueses, muy aficionados a beber y reír, no sé en qué orden, comenzaban a hacer sus cánticos regionales.
Se levantó un olor a tierra mojada, a tierra por parir, a noches de cielo despedazado
De pronto, noté el viento sacudiéndome en la cara. Se levantó un olor a tierra mojada, a tierra por parir, a noches de cielo despedazado. Me fijé que a lo lejos se veían algunos rayos. Parecían perdidos, lejanos, inalcanzables. Pronto llegó también el sonido. Se escuchaban los truenos partir el horizonte. Lo lejano se hizo rápido cercano. La lluvia comenzó a descargar con fuerza. El aire era pesado con su olor a entrañas. Y de pronto, en medio de aquellas jornadas duras, difíciles, ocurrió lo sublime, la magia.
Los rayos iluminaban el río, el entorno. Probablemente eran centésimas de segundos que parecían parar el tiempo. Todo quedaba congelado en mis ojos. Intentaba ver todo lo que enseñaban aquellas manadas de rayos que crujían el cielo hasta reventarlo. Bajo su estruendo aparecían unos elefantes que no estaban allí, que no existían hasta que la naturaleza decidió mostrárnoslos. Había grupos de impalas, algunos waterbuck y unos pocos hipopótamos en la misma agua. A la derecha, lejos, me parecía ver unas jirafas pero la luz y el tiempo no me dejaban cerciorarme nunca. Pasaron unos cuantos rayos de aquella tormenta perfecta y no pude descubrir si eran ramas, cuellos o nada.
Bajo su estruendo aparecían unos elefantes que no estaban allí, que no existían hasta que la naturaleza decidió mostrárnoslos
Salí del techo del restaurante. Me quedé de pie bajo aquel manto de lluvia que se deslizaba como un torrente. Contemplaba aquel cielo violento sacudiéndolo todo, sacudiendo mis ojos. Era feliz. Creo que es la imagen más bella que nunca me regaló el parque. Se hizo el silencio. La naturaleza nos hizo a todos pequeños. No hubo cánticos por un tiempo. No hubo nada. Sólo una tormenta que se marchó de pronto para volver a oscurecerlo todo. Eso aconteció en mi peor viaje al parque Kruger.
P.D. No llevaba cámara de fotos en aquel viaje. Las fotos que veis en este post son de las siete veces distintas que he entrado en este lugar que adoro. La primera fue en mayo de 2010. La última en febrero de 2013 Aquella noche de noviembre de 2012, donde no conseguí en tres días ver ningún felino, nunca la olvidaré. Mi peor safari es el que nunca olvidaré.