Kioto: ruta por el barrio de las geishas

Por: Katiana Marí Reynés (fotos Javier Núñez)
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De niña, cuando iba a casa de mis tíos, jugaba a veces con una cajita de ébano grabada con unas pequeñas figuras policromadas. Eran unas delicadas geishas bajo la sombra de un cerezo en flor. Me gustaba contemplarlas mientras mi imaginación volaba al lejano Oriente. Un día, muchos años después, volvió a caer esa cajita en mis manos, pero esta vez no estaba vacía, contenía unos billetes de avión a Japón. Así pues, cargué la mochila al hombro y, nada más llegar al aeropuerto de Tokio, me metí en un Shinkannsen hacia Kioto, donde suponía que me estarían esperando aquellas geishas de mis viejas ilusiones infantiles.

Salí de la estación de tren en Kioto y me encaminé hacia el hotel mapa en mano, con la mirada curiosa y despistada de una turista recién llegada. Había reservado habitación en una casa de huéspedes cercana a Gion y, después de una buena ducha, regresé a la calle. A partir de ahí, empecé a preguntarme por qué no había viajado antes a Japón.

Gion es un distrito de origen medieval famoso por sus centenarias casas de té y, por supuesto, por las geishas que deambulan por sus calles

Gion es un distrito de origen medieval famoso por sus centenarias casas de té y, por supuesto, por las geishas que deambulan por sus calles. A pesar de su declive, las fascinantes geishas siguen teniendo cabida en el Japón moderno. En breves palabras, son profesionales del entretenimiento masculino caracterizadas por una exquisita cultura, sutil elocuencia y refinada coquetería, con grandes habilidades para las artes tradicionales japonesas. Son contratadas para asistir a fiestas y diversos eventos, generalmente en casas de té o lujosos restaurantes, y el coste de su tiempo es medido según lo que se demora en consumirse una varilla de incienso.

Anduve buena parte de la mañana tras los pasos de una geisha en Gion y Pontocho. La primera vez que vi a una, a los pocos minutos de empezar a caminar, pensé que en lo afortunada que era, pues no es tarea fácil verlas. Me atreví a pedirle que posara para una foto y accedió amablemente. No salía de mi asombro. ¿No son tan reservadas y escurridizas? Al cabo de un rato vi a tres más, y las tres volvieron a posar gustosas para mí. ¡La fortuna me sonreía! Poco tiempo después vi a un par, luego a un grupo de cuatro… Humm, algo raro estaba pasando. Giré una esquina y se despejaron todas las dudas. Un llamativo cartel colgaba del escaparate de una tienda de fotografía. Un fotógrafo ofrecía sus servicios a chicas japonesas disfrazadas de geishas. El precio incluía el elaborado maquillaje y vestuario. ¡Vaya chasco, eran geishas de postín!

Me atreví a pedirle que posara para una foto y accedió amablemente. No salía de mi asombro. ¿No son tan reservadas y escurridizas?

Me alejé de Gion refunfuñando por esa ficción carnavalesca y, dejando atrás el hermoso santuario Yasaka, me adentré en el distrito Higashiyama. Me sumergí en un mundo de belleza infinita a la que rinden culto numerosos templos y santuarios: Heian, Sanju-sangengo, Shoren-in, Chio-in, Kiyomizu-dera… En Japón, y especialmente en Kioto, se celebra la belleza en su estado más puro, austera, sencilla y libre de todo artificio. Se venera la belleza verdadera, la que busca la esencia y no la apariencia, sin lógica, sin razonamiento, sólo emoción. La máxima representación de ese ideal de belleza japonés es la floración del cerezo, el sakura, festejado en todo el país. El sakura representa para un japonés lo efímero de la existencia, pues desde que brota la flor hasta que empiezan a caer sus pétalos apenas transcurren unos pocos días, pequeños instantes de plenitud, de belleza cegadora y fugaz. Cada año, al llegar abril, Kioto entero resplandece y compone con flores de cerezo el más hermoso de los haikus.

Terminé el día saciando el hambre con sushi en una típica taberna japonesa, de esas en las que el cliente se sienta en una barra alrededor de la cocina entre humo de sartenes, ruido de cacerolas y el vocerío de los cocineros que desmenuzaban el pescado con afilados cuchillos. Al salir de allí, ya de noche, pude resarcirme del disgusto de las falsas geishas. A través de la ventana del primer piso de un suntuoso restaurante vislumbré a una de espaldas. Su nuca descubierta marcada por el sanbon-ashi, ese trocito de piel sin maquillar, irradiaba sensualidad y languidez. Sí, era una verdadera geisha por fin.

En Japón se venera la belleza verdadera, la que busca la esencia y no la apariencia, sin lógica, sin razonamiento, sólo emoción

El día siguiente no pudo amanecer mejor. A primera hora de la mañana ya estaba caminando sobre el suelo de tatami del castillo Nijo y, un par de horas después, la luz matinal me acariciaba el rostro frente al bellísimo pabellón dorado del Kikanku-ji. La belleza otra vez. Y nada más bello que pasear bajo la sombra de los cerezos en el llamado Paseo del Filósofo, adonde me dirigí después. Se trata de un idílico sendero que serpentea bordeando un canal a lo largo de un par de kilómetros hasta adentrarse en el bosque. A la vera del paseo encontré un mosaico de templos budistas y santuarios sintoístas: el Ginkaku-ji, el Eikan-do, el Nanze-ji… tan bellos como austeros y simples en sus formas, en su sagrado silencio, en sus espacios vacios. O quizás era precisamente el vacío lo que sugería esa belleza intangible. A pesar del barullo de los turistas que merodeaban por ahí, conseguí abrir mi mente a las sensaciones, al rumor del agua, al sonido de la flauta que se oía a lo lejos, al graznido de un cuervo, al sol que se filtraba entre las primeras hojas rojizas del momiji…

Pocos días después, me despedí de Kioto. Muchos otros lugares me estaban esperando aún: el castillo de Himeji, Mijahima, la deslumbrante Tokio… pero aún no había partido el tren y ya me invadió el deseo de volver cuando los cerezos floreciesen, un nostálgico anhelo que desde entonces siempre se repite al llegar el mes de abril.

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Comentarios (5)

  • carol

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    Con tu relato he podido teletransportarme unos minutos a Kioto…leyéndote me han entrado muchas más ganas de viajar a Japon (que no son pocas las que tenía antes).

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  • Jose

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    Estuve en Kioto hace unos 4 años y me quedé sorprendido de la tradicionalidad de los japoneses. Tenemos la idea de un pais moderno lleno de cachivaches electrónicos, pero la tradición que se respira en algunas partes del país llama más la atención.
    Gran artículo, enhorabuena!!

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  • Javi

    |

    Un país totalmente recomendable, no defrauda a ningún viajero. He disfrutado mucho leyendo tu relato.

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  • ISA

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    Gracias por tu relato, me has acercado a un mundo completamente desconocido para mí. He disfrutado leyéndote.

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  • Juan Antonio

    |

    Me ha encantado tu relato Katiana. Lleno de ansias por descubrir y saborear. Lleno de impresiones y sentimientos que emergen de tu interior. Y sobre todo el deseo de descubrir. Gracias.

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