Libia, las piedras que hablan

Por: Vicente Plédel y Marián Ocaña (texto y fotos)
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Tras explorar el Desierto Negro hasta la inhóspita laguna del volcán Waw an-Namus, regresamos a Sabha. La ciudad se ha convertido en nuestra vital encrucijada para reponer fuerzas y víveres. El altivo fuerte Margherita, herencia de la colonización italiana, acecha desde la cresta de la colina todo lo que se mueve a sus pies. Sus desafiantes antenas y retadoras alambradas dejan bien claro que el ejército libio es dueño y señor de este enclave y que nadie es bienvenido. Una foto lejana con el teleobjetivo y enseguida nuestras mentes regresan a los mapas para abrir una nueva puerta del mundo: los Wadi Mathendous y Nabatir.

Serán más de 150 km. de desierto con apenas referencias. El inicio es una pista que parte del asfalto pero al poco se diluye y el GPS se revelará vital una vez más. Las rodadas parecen las marcas dejadas sobre la arena por el deslizar zigzagueante de serpientes en un errático deambular sin rumbo. De vez en cuando aparecen gigantescos neumáticos de camiones emplazados por el ejército como balizas, pero en caso de necesidad vital podrían quemarse para que su abundante y espeso humo negro indique el lugar del siniestro, y proceder al rescate.

 No dábamos crédito a la hermosura de las dos esferas que compiten por ser la más bella, cada una en un lado del horizonte

El gran Erg de Murzuq nos queda al este y el atardecer produce una escena memorable. Viramos en dirección oeste para llegar al wadi y un gigantesco sol anaranjado se dispone a desaparecer tras la pared rocosa. Nos detenemos, paramos el motor para respetar el silencio que requiere la contemplación del bello espectáculo. Giramos sobre nosotros mismos para admirar todo el entorno y  nos quedamos perplejos. La celosa luna emerge en simultaneidad con el fastuoso ocaso del sol.  Su pajizo semblante, tan grande como el encendido sol de poniente, compite por llevarse nuestras miradas. No dábamos crédito a la hermosura de las dos esferas que compiten por ser la más bella, cada una en un lado del horizonte. Hay espectáculos que sólo se pueden ver desde el aire, en el mar… o en el desierto. Estos momentos son los que hacen olvidar las penalidades.

Por fin se alza la luna victoriosa en el firmamento, el sol se acuesta y nosotros montamos el campamento bajo las ramas de una vieja acacia que se yergue orgullosa en mitad del Wadi Mathendous. La luna llena nos ilumina el lugar como si se encendiese un fluorescente en el cielo y no nos hace falta ni encender la luz para preparar la cena.

Esperamos ansiosos el amanecer para explorar los Wadi Nabatir y Mathendous. El ambiente cálido presagia un día muy, muy caluroso. Nos calzamos las botas altas en previsión de encontrarnos con serpientes o escorpiones, tan prolíficos en los terrenos rocosos.

En sus paredes se encuentran talladas las imágenes de los remotos seres que habitaron el lugar hace miles de años.

Nos acercamos a las rocas y  avanzamos por un lecho arenoso ante una fachada petrea que invita a trepar por sus rocas. Las piedras hablan, cada una tiene una historia. Comenzamos a descubrir los primeros grabados de tan solitario lugar. Allí están: las jirafas, el rinoceronte, el elefante, los avestruces, los búfalos, los bovinos, en la roca más alta los extraños seres antropomórficos en actitud danzante, gacelas, el enorme cocodrilo y su cría… En sus paredes se encuentran talladas las imágenes de los remotos seres que habitaron el lugar hace miles de años. Las rocas nos muestran sus impresionantes petroglifos, unas imágenes esculpidas por unas manos milenarias  (entre 6.000 y 10.000 años de antigüedad),  que quisieron reflejar la abundante vida que bullía cuando el agua corría apacible y la hierba crecía libremente.

Subimos y bajamos entre las rocas para ver, grabar y fotografiar cada una de estas obras de arte. Estamos agotados y exhaustos por el calor y el esfuerzo. Ya casi no podemos ni generar saliva. Nos llevamos la cantimplora a la boca y el agua casi nos quema los labios… pero no hay otra cosa.

Ya hemos terminado la recopilación de datos y, afortunadamente, no nos encontramos ni un solo escorpión, tan solo una serpiente que huyó despavorida al notar nuestra presencia. El calor es tan insoportable que posiblemente estén en las grietas más profundas.

Ahora son ellos, las víboras y los escorpiones, los vigilantes del prehistórico lugar que sorprende sin medida a los viajeros que nos detenemos asombrados ante tan valiosas muestras de arte al aire libre.

Ahora son ellos, las víboras y los escorpiones, los vigilantes del prehistórico lugar que sorprende sin medida a los viajeros que nos detenemos asombrados ante tan valiosas muestras de arte al aire libre. Es una experiencia única, insólita, especial… avanzar entre las rocas para descubrir los magníficos petroglifos que allí podemos admirar con tan sólo seguir la garganta del río fósil

Nos emociona imaginar este extinto vergel cuando el agua recorría estos caminos hace muchos siglos, permitiendo la vida de estos seres en medio de la tierra yerma que ahora nos rodea. Nos encontramos ante unos excepcionales documentos impresos en unas rocas que hace miles de años sirvieron de lienzos a unos hombres que en la noche de los tiempos plasmaron en ellos sus mensajes para la posteridad.

Al igual que estas milenarias cicatrices del pasado han quedado grabadas después de tantos milenios en las rocas también han quedado grabadas con la misma firmeza y admiración en nuestra mente.

 

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Comentarios (2)

  • Viajes de Primera

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    Tuvimos la suerte de viajar a Libia antes de que estallara la Primavera árabe: disfrutamos como viajeros decimonónicos de sus ruinas romanas, importantísimas y vacías, casi vírgenes pero no pudimos recorrer el desierto como nos hubiera gustado. Este artículo nos ha traído a la memoria un libro en el que la belleza del desierto (de los distintos desiertos que se suceden en el norte de África) es protagonista casi absoluto: Lejos, de Yolanda González. ¡Buen viaje!

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