Terminaba el día y también terminaba nuestra visita a la Península de Valdés. Antes de irnos decidimos detenernos frente a la Isla de los Pájaros para aprovechar los últimos rayos de sol y sacar fotos de la capilla que allí recuerda un antiguo asentamiento español. Resulta difícil imaginarse que esa costa fuera el lugar elegido para un poblado, pero ya nada me sorprende del coraje y atrevimiento de la época colonial. Ese páramo no auguraba una población próspera pero tenía una importancia estratégica para la Corona.
La península de Valdés resalta en los mapas de la costa atlántica por su forma de hacha de más noventa kilómetros de ancho unida al continente por un angosto istmo. Allí, en la entrada obligada a la reserva de la península, es donde nos encontrábamos. El territorio de la península es una Patagonia en sí misma. Su costa acantilada y su interior de árida estepa parece no prometer mucha vida silvestre, sin embargo la realidad es casi lo opuesto; la península alberga centenas de especies. En nuestras sucesivas visitas al lugar siempre pudimos fotografiar gran cantidad de animales.
En 1779, por orden real, un grupo de españoles desembarcó en la península, específicamente en la playa de Villarino. El plan era poblar la zona y al mismo tiempo protegerla de ingleses que aspiraban a quedarse con partes del Imperio de una España debilitada. Construyeron un poblado y un fuerte mirando el inmenso puerto natural del Golfo de San José. En ese desierto encontraron el tesoro más preciado, un hilo de agua que conectaba una laguna casi seca con el mar. Las escasas lluvias de la zona se acumulan en la depresión y de a poco fluyen al océano. Los indios tehuelches, los mismos que Magallanes bautizó como “patagones”, en un principio se mostraron amistosos y de ellos aprendieron a subsistir.
En la costa de la península la enorme diversidad de especies animales es evidente. El interior, a pesar de su aridez, también posee una rica fauna, aunque no tan fácil de avistar. El ruido de los vehículos espanta los animales, por lo que para observarlos hace falta dejar la camioneta y caminar silenciosamente, pero sobre todo, lo que hace falta es mucha paciencia. En ciertas épocas del año las salinas interiores conservan, en su centro, un espejo de agua tan salada que sólo unos pocos animales adaptados al medio pueden beberla. Allí no sólo se pueden encontrar bandadas de rosados flamencos sino también guanacos con sus jóvenes chulengos y choiques (avestruces patagónicos) con sus pequeños charitos. Ver maras (liebre patagónica), casi desaparecidas en el continente, es posible pero mucho más difícil.
El punto de la discordia fueron las pocas cabezas de ganado que trajeron los españoles. Para los patagones todos los animales eran fruto del terreno y por lo tanto se sentían con todo el derecho de cazarlo
A poco de la fundación la aridez de la tierra hizo que varios colonos prefirieran emigrar a la cercana Carmen de Patagones donde todo era más fácil; pero aún así la colonia de San José, con mucho esfuerzo y coraje, logró sobrevivir. Sin embargo con el correr del tiempo todo se fue complicando más y más. Fundamentalmente porque la relación con los indios se hizo cada vez más tirante. El punto de la discordia fueron las pocas cabezas de ganado que trajeron los españoles. Para los patagones todos los animales eran fruto del terreno y por lo tanto se sentían con todo el derecho de cazarlo. Ciertamente, era mucho más fácil cazar una vaca domesticada que un ágil guanaco. Los colonos defendieron su ganado con sus armas y corrió sangre. Sin embargo, a pesar de la tensión nada hacía suponer el duro desenlace de aquella mañana del 7 de agosto de 1810. Todos los pobladores estaban en la capillita asistiendo a misa cuando llegó el malón indio. La mayoría de los españoles murió intentando defender sus únicas pertenencias, pero sus viviendas fueron quemadas y el ganado fue arreado por los tehuelches. Los pocos sobrevivientes de alguna manera pudieron llegar a Carmen de Patagones; fue el fin de la colonia San José. La península quedó en manos indígenas hasta que, a fines del siglo XIX el Ejército Argentino los persiguió y el territorio se volvió a poblar de colonos.
Dar la vuelta a la península de Valdés es un paseo largo y rudo, porque los caminos no son buenos, pero para los amantes de la naturaleza la recompensa es grande. Cada época de año atrae distintos animales a las costas. Casi como si se turnaran siguiendo el almanaque, las playas y aguas cercanas se pueblan alternativamente de pingüinos, lobos de mar, elefantes marinos, ballenas, orcas y delfines. A esto se agregan enormes colonias de pájaros como gaviotas cocineras, escúas, petreles y albatros, que se alimentan de alguna cría muerta o, ante algún descuido de sus padres, directamente atacan a los más pequeños. En el siglo XIX, por su valor económico, se cazó a los mamíferos marinos casi hasta su extinción, pero en el siglo XX cambiaron las variables económicas; se abandonaron las matanzas y los pobladores de la península se dedicaron a la más rentable cría de ovejas. Las poblaciones de lobos, elefantes y ballenas volvieron a aumentar.
Mi mujer me hacía señas. Miré en la dirección en que me apuntaba y las vi. A cierta distancia una pareja de maras tomaba agua de un charco y cada tanto olfateaban el aire con desconfianza. Por suerte el viento me favorecía. Moviéndome entre arbustos logré acercarme y sacarles varias fotos.
La réplica de la capilla de la colonia no se encuentra exactamente en el lugar de la antigua población. Al reconstruirla se eligió hacerlo frente a la cercana y muy visitada Isla de los Pájaros ya que en la ubicación original, casi inaccesible, el recuerdo de tanto sacrificio hubiera pasado inadvertido. En las blancas paredes varias placas rememoran la historia en común, a veces tan renegada, que tenemos Argentina y España.
El sol se puso, guardamos las cámaras y nos subimos a la camioneta, había terminado nuestra visita a la península. Durante cuatro días habíamos recorrido la península haciendo nuestro centro de operaciones en la Estancia La Elvira que tan bien nos recibió. Como otras de la zona, esta estancia se “re-inventó” en turística cuando el péndulo de la economía decidió que los precios de la lana se fueran a pique.
Mientras manejaba por el istmo en dirección oeste mi mujer repasaba la larga lista de animales autóctonos que habíamos visto. “¿Qué nos falta?” pregunté. “¡Ballenas!” me contestó. Mientras avanzábamos por el camino miré por el espejo el último reflejo de los acantilados costeros y le dije. “Para eso tendremos que volver en invierno.”
El lector me preguntará cuando hablaré de los indios Patagones. Le prometo en breve una entrada en este blog sobre ese tema.
Coordenadas:
S 42gr 25 min 44seg O 64gr 30 min 59 seg
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Gerardo Bartolomé es viajero y escritor. Para conocer más de él y su trabajo ingrese a www.GerardoBartolome.com