Sudáfrica, en diez imágenes

Por: Javier Brandoli (texto y fotos)
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1.- Sangomas, animismo, hechicería. Dos sangomas (curanderas) cantaban y bailaban mientras preparaban la conocida como «african beer». Y ella, la joven, danzaba sin mirar nada, sin importarle que para ella no hay un después, sobre unos gallos vivos que picoteaban los restos del polvo de esa empobrecida casa. Me amanecía África en la cara, en medio de aquella inmensa misería urbana acumulada, en medio de aquel país avanzado y lleno de buenas infraestructuras en el que hay hueco para sonrisas y llantos. Khayelitsha, Ciudad del Cabo, marzo de 2010.

2.- Los encontramos allí, en Langa, una barriada de Ciudad del Cabo. Nos miraban, reían y posaban bajo un monumento que hablaba del ayer sin libertad. Hoy, en su presente, sigue su misería y amanece poco a poco la esperanza. Tan cerca todo y tan lejos. Langa, Ciudad del Cabo, marzo de 2010.

3.-En el Parque Nacional Kruger descubres el mundo salvaje, sin leyes, basado en esa norma natural que dice que las cosas se rigen por la fuerza y los instintos. Pasé casi cinco años viniendo decenas de veces aquí a confirmar si era posible que yo fuera tan ellos. Parque Nacional Kruger, mayo de 2010.

4.- En Soweto, en el monumento al Freedom Charter, me alojaba en un maravilloso hotel, Soweto Conference Centre, en el que sustentar mi optimismo sobre el futuro de este país. Por la noche escuchaba pasar el viejo tren como un lamento y observaba desde mi balcón las hogueras encendidas y los ladridos del hambre. Por el día todo cobraba vida y el mundo se iba a sus cosas revolviendo todo. Allí encontré a este hombre, borrracho, que tocaba con su flauta el himno de su pueblo para encontrar una excusa con la que comer. Kilptown, Soweto, junio de 2013.

5.- Complicado y cruel. La huida constante. Aquel pueblo de fanáticos blancos es cierto que regularizó el horror con precisión. Jodido y cabrón mensaje. Pero luego llegan los matices  del conocimiento. Con Robert, gran tipo, tuve la oportunidad de conocer mucho mejor a los afrikáners. Y llegó también la valentía, el tesón, el trabajo y la fuerza que aquellos blancos desarraigados trajeron a esta tierra. Fueron capaces de crear un jardín de fruta y vino domando varios desiertos. Sudáfrica son ellos, sin duda, esta es su tierra y aquí descansan sus ancestros, con sus errores y también con sus aciertos. Little Karoo, Junio de 2011.

6.- No se habla de ellas, pero el mar y la costa sudafricana son espectaculares. En sus océanos brincan las olas sobre ballenas y rocas. En Sudáfrica tuve la percepción que todo era salvaje, hasta sus playas de arena y conchas. Como si algo dictara aquí, final de este continente, que se llega para no volver. Cabo de Buena Esperanza, junio de 2014.

7.- Nunca vi a un pueblo que festejara mejor sus derrotas. Él amenazaba ya con irse y debajo, bajo la ventana de su habitación de su hospital de Pretoria, miles de personas acudían a rezarlo, llorarlo y festejarlo. Y entonces alguien dejaba unas flores y un dibujo mientras otro, cualquiera, con su voz rota de reír llorando, levantaba el ánimo entonando alguna de las viejas canciones de lucha y honor y toda aquella tristeza se convertía en un baile ante el que se rendía la muerte. Pretoria, julio de 2013.

8.- Yo pensé que el mundo no sabría vivir sin Mandela y a mí el mundo me parece un poco peor desde que el viejo hombre se fue y entendí que el mundo sabe vivir sin cualquiera. Entonces llegó su despedida y yo me quedé allí, con un grupo de gente muy humilde, que me contaba historias de sus encuentros por aquellos prados con el viejo líder. Cada relato me parecía más bello y clarificador que el anterior. Y pasaban coches, motos y helicópteros y escuchaba sus historias con una emoción contenida. Y entonces sonaron más  sirenas y entendimos que llegaba el momento. Y ellos comenzaron a ondear banderas y a cantar para despedirse como debían y sentían de su vecino que no de su ex presidente. Y yo vi pasar su féretro, a escasos metros de su casa, en una cierta soledad final, con ellos, con nadie mejor que con ellos, los vecinos de Mandela. Qunu, diciembre de 2013.

9.- Podría contar mil historias y ejemplos de solidaridad, pero la de Zip Zap Circus me parece que es la que mejor simbolizó todas. Supongo que porque habla del Sida, la enfermedad que vacío África de cuerpos y conciencias; y porque habla de niños, víctimas del horror de su padres, de sus pecados y de sus carencias; y porque habla de la solidaridad de quien entrega, acertado o no, parte de lo suyo y lo deposita en los demás. Era un circo de niños con Sida. Todo era allí admirable no por la tristeza que conlleva la enfermedad y la pobreza, era admirable porque todos parecían dar por encima de su cien. Khayelitsha, Ciudad del Cabo, abril de 2011.

10.- No tengo ninguna razón que no sea íntima y propia. Salí tras casi cinco años de vivir y viajar por diversos y variados países de este continente con la idea de que allí, en Sudáfrica, es donde más cercana fue mi relación con la gente. Los sudafricanos me parecen simpáticos y valientes. Un pueblo que me parece que lejos de los grandes titulares de sus miserias y defectos, ejemplifica mil virtudes. Sólo ellos han sido capaces, aunque sea sin mirarse, de convivir y perdonarse. Me gustaba especialmente su inmenso y profundo sentido del humor. Khayelitsha, marzo de 2010.

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