Ellos aguardan, aguardan sin identidad, sin papeles que ni siquiera acrediten su nombre. Tienen uno, pero quizá no sea el suyo. Fueron raptados hace mucho tiempo, reclutados para la guerra cuando eran niños, cuando ellos no tenían aún suficiente memoria. No son nada. No son nadie. Esperan.
La pobreza de esta gente es tal que se fijan hasta en los detalles menores de mi equipo, como mis gafas de sol. Para mí ya no existen, son invisibles. No son como mi reloj suizo que ya me he quitado y sustituido por el de plástico que traía en esta previsión
Pedimos dos copas de vino. Viene. Las pone en la mesa y de sopetón dice en voz muy baja “baby is gone” (el bebé se ha ido). Lo dice a bocajarro, como escupiendo la tristeza, mientras nos fijamos que sus manos le tiemblan compulsivamente. No pierde la media sonrisa hasta anunciando que su hijo se ha muerto.
Puede que este post se entienda sólo con las ocho fotos y el titular. Hay muchas historias por las que pasas y algunas historias en las que te quedas. El circo de los niños con Sida es una de esas historias que se te pegan, por Javier BRANDOLI.
Me doy cuenta de que soy un pardillo al que le enseñan la misma historia de miseria ya repetida para sacarle el dinero. Es cierta la pobreza; la hay en todo el país, pero aquí se comercia con la foto souvenir