Taxco: por la ruta de la plata

Caminar cuesta arriba por el empedrado del barrio de los Castillos en dirección a la iglesia de Santa Prisca es una sobredosis de aromas coloniales aderezados por la que sigue siendo principal seña de identidad de Taxco: la plata

Caminar cuesta arriba por el empedrado del barrio de los Castillos en dirección a la iglesia de Santa Prisca es una sobredosis de aromas coloniales aderezados por la que sigue siendo principal seña de identidad de Taxco: la plata. Las tiendas de artesanos se suceden, pletóricas de escaparates llenos de pulseras, collares, medallones y monedas. Fundada en 1571 por los conquistadores, la ciudad mexicana (situada a mitad de camino entre la capital federal y Acapulco) atesoró una de las minas más prolíficas del Nuevo Mundo. Abrazada al cerro de Atache como Gollum a su tesoro, Taxco horadó la Sierra Madre del Sur en busca de Eldorado argentífero. Y lo consiguió. Todavía hoy, cuando las minas de la zona hace tiempo que exprimieron sus entrañas, más de la mitad de la población vive de la plata y el número de artesanos supera el millar. Un monumento al minero, junto a la carretera, expresa el orgullo de los vecinos por su pasado.

Los tenderos tientan a los turistas desde el quicio de sus negocios. Todos tienen los mejores maestros plateros y, por supuesto, unos precios sin competencia. Que nadie se llame a engaño: no venden souvenirs al uso. Los precios hay que negociarlos, pero no son bajos (la calidad de los trabajos lo impide). Poco importa que ni siquiera sea mediodía, el encargado nos persigue por la tienda con una botella de “Berta”, un aguamiel local rematado con tequila. Rechazar la invitación sería un desaire imperdonable y, la verdad, uno siempre siente una simpatía casi cofrade por los benefactores del trago. En un sótano, una mina de cartón-piedra entretiene a la recua de turistas. Se trata de ponerte un casco de barrenero en la cabeza y fotografiarte como si estuvieses en plena faena en una oscura galería. Es el inevitable peaje del turismo-manada.

En un sótano, una mina de cartón-piedra entretiene a la recua de turistas. Es el inevitable peaje del turismo-manada

Mientras recorro los escaparates con mis dudas a cuestas, el empleado me alarga una cerveza y en un país tan surrealista como es México aporto mi modesta contribución curioseando por la tienda botella en mano. A ver quién es el osado que se va de aquí ahora sin comprar nada.

Taxco es un puntal de la ruta de la plata mexicana que se extiende desde el estado de Guerrero hasta Zacatecas pasando por localidades como Guanajuato o Aguascalientes. Aquí no hay ninguna épica del romanticismo de los buscadores de oro del Gran Norte, de soñadores de riquezas, argonautas de Eldorado. España buscaba en las minas del Nuevo Mundo financiación para sus guerras en el Viejo Continente, sobre todo en Flandes.

La vida laboral de estos mineros indígenas no sobrepasaba los diez años. Las emanaciones tóxicas iban haciendo mella en sus pulmones hasta que la silicosis los apartaba de las galerías

La vida laboral de estos mineros indígenas ni siquiera sobrepasaba los diez años. Las emanaciones tóxicas iban haciendo mella en sus pulmones día tras día hasta que la inevitable silicosis los apartaba de las galerías. Con estos ingredientes no es difícil construir un discurso sobre la explotación de los pueblos indígenas por la metrópoli. Dejo sin embargo una cita textual para la reflexión sobre la fragilidad de los juicios sumarísimos contra la obra española en América. He buscado una fuente nada sospechosa: el Centro de Estudios Históricos del Colegio de México. En su “Historia mínima de México” dice lo siguiente:

“La vida en los centros mineros era muy distinta de la de los trabajadores agrícolas de la hacienda o de la de los trabajadores urbanos del obraje. Los trabajadores de las minas conservaron siempre su libertad de movimiento. Muchos eran indígenas que habían abandonado sus poblados tradicionales y al vivir en los centros mineros evadían las cargas fiscales que pesaban sobre la población indígena. En las minas se pagaban generalmente salarios altos: además, por el sistema llamado de buscones el trabajador podía llegar a tener una categoria de copartícipe en la explotación de una veta. Entonces recibía un pago proporcional a la cantidad de metal que hubiera extraído”

Pese a todo, los estereotipos son my socorridos y no suelen admitir matices.

La llegada a la iglesia costeada por el Rockefeller de la minería es insospechada. Frente a ella hay una pequeña plaza de sombras tentadoras, el clásico zócalo mexicano

Pero no toda la plata cruzó el charco. Algo se quedó en Taxco. José de la Borda, un afrancesado de origen español, levantó en el siglo XVIII la excepcional iglesia de Santa Prisca con los beneficios de dos minas descubiertas en la vecina Tehuilotepec. Por entonces, en la Nueva España (actual México) se extraía la mitad de la producción mundial de plata.

La llegada a la iglesia costeada por este Rockefeller de la minería es insospechada. Frente a ella hay una pequeña plaza de sombras tentadoras, el clásico zócalo mexicano. Al final, una reja, la de la iglesia, que enfrenta al cielo de las colinas de Atache dos formidables torres barrocas.

El órgano, construido en España, fue transportado en mulas desde Veracruz. Su música debería sonar todos los domingos en agradecimiento a estos animales

Dentro del templo, algunas curiosidades: un cuadro de una Virgen embarazada y, en un retablo, las figuras de dos santos, San Estolano y Santa Emerensiana, los padres de San José, que no recuerdo haber visto en iglesia alguna. El órgano, construido en España, fue transportado hasta aquí en mulas desde Veracruz. Su música debería sonar todos los domingos en agradecimiento a estos animales de carga. En el despacho parroquial, los feligreses colgaron un retrato de su benefactor, De la Borda, “natural de los reynos de Francia” (aunque parece que nació en Jaca), a la muerte de éste “porque su mucha humildad no consintió se colocase quando vivía” A unos pasos, en una esquina, asoma el inquitante rostro de Quetzalcoatl, el dios azteca, la rebeldía indígena frente al dios de los extranjeros y, quizá, una forma de seguir rezándole para implorar su perdón por derribar sus templos y adoratorios.

Taxco invita a ver anochecer en sus cuestas de pisadas sonoras. Apetece callejearla cuando la luna silencie las voces de los turistas y el zócalo escuche sólo las conversaciones de los ancianos

Taxco invita a ver anochecer en sus cuestas de pisadas sonoras. Apetece callejearla cuando la luna silencie las voces de los turistas y el zócalo, vigilado por las torres de Santa Prisca, escuche sólo las conversaciones de los ancianos del lugar. Como hay que regresar a DF a dormir, habrá que conformarse con los pasos apresurados que nunca sacian la curiosidad aunque al menos atemperan la mala conciencia. En medio de estos minutos de la basura, un regalo: la terraza de un restaurante pegado a la iglesia donde lo de menos es la comida. Las dos torres barrocas, azafranadas por el sol que anuncia el artardecer, vigilan nuestras espaldas. Enfrente, el abigarrado Taxco de blancas fachadas y calles laberínticas, la profusión de tejas, la vegetación exuberante, los serrallos de las viejas galerías donde se prohibía la entrada a las mujeres para que la mina no se pusiese celosa…

Notificar nuevos comentarios
Notificar
guest

2 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
Tu cesta0
Aún no agregaste productos.
Seguir navegando
0
Ir al contenido