A las puertas de Namibia

Por: Javier Brandoli (texto y fotos)
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Mi última mirada a Ciudad del Cabo, real, desde la Table View, fue como mi estado de ánimo en aquel momento: niebla, que no dejaba ver la ciudad al otro lado de la bahía, y un barco hundido, ya de hierro carcomido, delante de mis ojos (faltó que me pasará el talgo Madrid-Irún por encima). No sé, hubiera preferido una escena un poco más alegre: algo así como el alcalde de la ciudad despidiéndome mientras me regalaba mi peso en lonchas de jamón ibérico (ha subido algo en las últimas semanas: la buena vida). Despedirse de un lugar en el que se ha sido tan feliz siempre cuesta, más cuando se tiene la sensación de que quizá no se vaya a volver.

Empezaba entonces el viaje Kananga, una ruta que he acordado con esta agencia española especializada en viajes en África. Estar con 15 españoles, de nuevo, en un camión que nos lleva hasta las Cataratas Victoria ha sido un baño de la realidad que me espera en el retorno. Ayer por la noche, la conversación en la cena se centro en Paquirrín, Belén Esteban y Torrente. Nada contra ese tipo de conversaciones, pero yo me había hecho a mis frikis de la zona: Malema, Terreblanche… Lo cierto es que los tipos son simpáticos y me han pegado un bofetón de hispania por la cara. El ambiente es divertido y se empieza a crear un cierto compañerismo. Frases como “en el mundo ha pasado de todo y varias veces”, ante la pregunta de si habría explotado una gasolinera alguna vez por fumar cerca; o ¿hay algún culete por ahí?, ante la masiva bajada de viajeros que se produce en cada parada técnica para mear y fumarnos hasta los cordones de los zapatos, ayudan.

Pero lo realmente curioso, para mi, de esta primera fase del viaje es lo que puede cambiar una idea cuando se vuelve a caminar sobre ella. Ahora mismo estoy en la frontera con Namibia, mañana dejó definitivamente Sudáfrica y me adentro en uno de los lugares del planeta con menos habitantes por metro cuadrado: son 1,8 millones de personas y una dimensión que casi dobla a España. He vuelto a hacer el mismo primer safari que hice allá por abril, al Kalahari sudafricano.

 Estar con 15 españoles, de nuevo, en un camión que nos lleva hasta las Cataratas Victoria ha sido un baño de la realidad que me espera en el retorno.

Al margen de los grandes recuerdos de aquellos días, donde nos comíamos los kilómetros con risas e ilusión (se echa de menos), lo que ha variado es el paisaje. Por ejemplo, han mutado los colores tierras del desierto, de abril, por verdes salpicados por todas partes, nacidos de las lluvias. La población de Calvinia, una pequeña localidad donde viven los afrikaners atrincherados en su trinchera ideológica, me pareció entonces que merecía acelerar a fondo con el coche y olvidarla y ahora he descubierto, al menos, un hotel y un restaurante llenos de encanto, el “Die Hantamhuis Kompleks”. En realidad es una especie de rareza histórica, llena de fotos de viejas familias, muñecas y maniquíes que dan miedo y frases ultrareligiosas escritas en afrikans. Merece la pena.

Luego, he vuelto al Kalahari. Tras pasar por Kruger en mayo y julio, pensé que este safari era una broma donde se ven oryx, gacelas, avestruces y poco más. Resumo lo que he visto esta mañana en un paraje de dunas lleno de encanto. Dos leones, hembra y macho, cortejarse; un grupo de hienas devorando los restos de un oryx; tres guepardos caminado entre la carretera; cinco leones tumbados, vigilantes, junto a un depósito de agua y dos intentos de caza de tres guepardos a unas gacelas. Para los que no hayan hecho un safari nunca, hay viajes, nos ha dicho Javier, el guía, en los que no ves un solo león y guepardo, menos cazando. En fin, que lo que para mi era como el estanque del Retiro pero con dunas rojas se ha convertido en una explosión de salvaje vida animal.

Lo único negativo de este principio ha sido, como siempre, mi concienzuda preparación: no traigo un saco de dormir para el frío ni, por supuesto, una linterna. Para qué si sólo voy a dormir en dos desiertos, en tienda de campaña, en los que la temperatura puede ser cercana al cero. La primera noche en tienda me congele un poco, exactamente dejé de sentir el pecho, las piernas y las manos (podía mover los ojos), lo que ha provocado una avalancha de solidaridad de mis compañeros que me han dejado una cazadora y dos mantas que robaron del avión (es lo bueno de viajar con españoles). Lo malo es que hay bastantes cervezas que desaparecen de la nevera del camión y que en nuestra primera acampada el guía recogió, contadas, 21 colillas tiradas por el suelo.
En fin, mañana entro en Namibia…cuando tenga conexión y tiempo seguiré contando.

Ruta Kananga: www.kananga.com
Teléfono: 93 268 77 95
(Organizan viajes por toda África)

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Comentarios (3)

  • Juan

    |

    Hice esa misma ruta con Kananga en 2008 y la recomiendo a todos los viajeros. Una experiencia inolvidable. Namibia me sorprendió muchisimo

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  • javier

    |

    La ruta, por ahora, es fascinante

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  • ana

    |

    Pues yo, por el momento, cuento bastante león.. Más de tres, con lo que tiene pinta de que tu vuelta ya está cerca.
    Me devoro el teclado de la envidia, aunque noto mucho ensanche oculto en esas líneas… (me he acostumbrado a mis freakis y el culete no mola?). Sácate al bicho que te has comido y vuelve.
    Me muero de ganas de ir a ver guepardos y algún grullón del retiro que hace mucho tiempo que no he visto. En poco más de un mes te llevo kilo y medio de 5 jotas.

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