Hace unos meses escuchaba en el Metro de Bangkok un podcast de Hotel Jorge Juan donde Javier Aznar hablaba con la escritora Milena Busquets. Durante la charla reflexionaban ambos sobre que nadie quiere hablar de la pandemia. Me llamó la atención y pensé inmediatamente en mi amigo Daniel Landa, socio en este proyecto de VaP, para relacionarlo con su documental Atlántico. Le llamé esa misma tarde.
Resulta que Dani grabó parte de esa serie de trece capítulos viajando por toda la costa occidental africana durante la época del Covid-19. Registró lugares vacíos, sin personas, donde los animales, ante la ausencia del hombre, habían ocupado espacios que les pertenecían, y donde tribus remotas se sentían más amenazadas por la pobreza a la que les condenaba el cerrojazo por un virus del que no sabían nada.

Yo participé en el último capítulo, Namibia y Sudáfrica, en el que ayudé con la producción e hice mis propios reportajes para El Confidencial español y el estonio Postimees. Recuerdo que entrevistábamos a unos himbas en las cataratas Epupa. Buena parte de esa población indígena había abandonado sus poblados y se habían trasladado a los márgenes del caudal Kunene. Una sequía atroz que duraba ya más de tres años había provocado que la mayor parte del ganado muriera de sed. Los himbas quemaron los cuerpos podridos de miles de vacas y se fueron a vivir junto al río, en busca del agua.
La situación era ya catastrófica, pero entonces llegó la pandemia y explotó una bomba de miseria en esas tierras desérticas. Le pregunté al líder del grupo de indígenas por la pandemia. Sentí curiosidad por saber si ellos, foráneos de la aldea global, sabían algo de una enfermedad que había paralizado el globo.
Llegó la pandemia y explotó una bomba de miseria en esas tierras desérticas
-“Algo hemos oído de una enfermedad que se contagia y mata personas. Vinieron algunas personas a explicarnos. Por eso ya tampoco vienen turistas a visitar este lugar y eso nos ha empobrecido más. Necesitamos que venga la gente”, me dijo.
-¿Conocen a alguna persona que se haya enfermado por el coronavirus?
-“No, aquí nadie ha tenido esa enfermedad”, me contestó, y se quedó pensativo, y enseguida me preguntó: “¿De dónde viene usted es peligrosa la enfermedad?
-“Sí. Yo vengo de Italia, un país lejano, y allí ha muerto mucha gente”, le respondí.
-Y cuando nuestro intérprete tradujo la respuesta exclamaron todos un “aaaahh” y el más viejo replicó: “Pues entonces usted quizá pueda traer aquí la enfermedad”.

La escena resumía un poco la complejidad del problema. Los himbas necesitaban turistas para sobrevivir, pero no querían un virus que pudiera enfermarlos. El mismo callejón sin salida en el que cayeron todos los países afectaba a unos pueblos semi-nómadas completamente alejados de la civilización.
Y todo eso lo había grabado Daniel Landa y Vinsen Modino, el cámara, en un documento que tiene algo de histórico. Sin embargo, de todos los documentales que ha dirigido Landa -“El viaje de los tres océanos”; “Un Mundo aparte”; “Pacífico” y “Atlántico”- este es el que más problemas ha tenido en la distribución. El resto se han emitido en más de 130 países y comprado por las más prestigiosas cadenas, pero este que retrata una Aventura, en mayúsculas, única, ha tenido un mercado inicial más lento (va creciendo).
¿Por qué sucede eso? Porque, creo, la gente no quiere saber nada del Covid, ni ver espacios vacíos sin ellos, ni ver mascarillas en la cara, ni recordar viejos vicios, ni recibir sermones sobre sus hábitos, en parte. Y porque ahora la televisión prefiere emitir True Crime, donde te hacen una barata producción de tres capítulos sobre un cadáver que apareció en un cubo.
“Es probable que tu documental sea muy valorado y se conserve como una crónica social de gran valor dentro de unas décadas, cuando el Covid sea historia y en la tele pongan documentales como los que nosotros vemos hoy de las catástrofes del siglo XX”, le decía a Dani. ¿Hay algún otro documento en el mundo que pueda enseñar una ruta por la costa oeste africana con ciudades vacías, campos salvajes sin humanos, gentes empobrecidas y tribus que le temían más al olvido que a los estornudos?
Quizá las imágenes de Atlántico formen parte algún día de un museo que explique que hubo una primera vez donde todo el mundo se encerró obligatoriamente a la vez en sus casas
Quizá las imágenes de Atlántico formen parte algún día de un museo que explique que hubo una primera vez donde todo el mundo se encerró obligatoriamente a la vez en sus casas. Pero hoy eso la gente no quiere recordarlo. La memoria es un taller de chapa y pintura.
El Covid pareció que traería un apocalipsis que algunos creerían que sería infinito. Se hablaba mucho sobre la cantidad de series, libros y películas que habría de la pandemia. ¿Recuerdan alguna? No ha sucedido nada de eso. Alguna serie se atrevió a nombrarlo, pero no hay apenas obras que traten el tema y las que hay están a la espera de que no duelan. ¿No es absurdo?
No va a cambiar nada
Yo cubrí la pandemia como periodista en Italia. Lo que supuso estar en la primera línea del frente de una guerra global. China no ofreció ninguna información veraz de lo que sucedía y el primer brote del que sí se relató lo que sucedía fue en el lugar que yo estaba. Todo fue confuso. Retratamos una enfermedad a la que pocos al principio daban importancia, desde luego yo no se la daba, y de pronto se convirtió en un tsunami. Roma sin turistas era un espectro. Como periodista yo podía salir a la calle, así que pasee por sus calles vacías y contemplé sus más famosos monumentos en completa soledad.
Recuerdo que entrevisté a un vagabundo, Massimiliano, un sardo varado en Roma. Lo hice dos veces. La primera fue el 13 de marzo de 2020, dos días después de decretarse el confinamiento. Paseé por una fantasmagórica, sin literatura, Ciudad Eterna. Llegué a ser el único ser vivo de dos patas que contemplaba la Fontana de Trevi, la cúpula del Panteón o la escalinata de la Plaza de España. Poder vivir eso en la mega turística Roma era a priori un sueño. Fue una pesadilla. Escuchaba mis pasos tronar entre los adoquines. Las calles estaban absolutamente vacías. El centro de Roma era un cadáver.

Yo iba buscando a sin techo. ¿Dónde se habían resguardado los que no tenían ningún lugar donde resguardarse? No lo hicieron. Se quedaron en su casa, la calle, y por unas semanas ellos fueron dueños de una urbe en la que normalmente son un estorbo, un lamento que suena como una ladrido. Entrevisté a varios, pero Massimiliano era una voz distinta. “Tienen miedo a que si se contagian van a perder otras cosas. Mucha gente saca beneficio del dolor de los demás”, me dijo sobre el total abandono en el que los habían dejado mientras todos corrieron a encerrarse en sus casas.
Tienen miedo a que si se contagian van a perder otras cosas. Mucha gente saca beneficio del dolor de los demás
La conversación me pareció muy interesante y me quedé con la sensación de que Massimiliano tenía algo más que contar. Su pensamiento era muy estructurado, pero provenía de un lugar lejano y lleno de recovecos. Le propuse a El Confidencial que le hiciéramos una pieza. Entonces, los medios publicaban entrevistas con importantes virólogos, sanitarios, políticos, sociólogos… ¿Quién iba a querer dar un formato entrevista con un sin techo? El Confidencial quiso.

La segunda entrevista fue larga. Me diseccionó el mundo desde el fregadero que era su vida. Soltó un reguero de ideas, pensamientos y quejas sin reproches sobre aquel momento histórico que vivíamos. Todos encerrados en sus casas; él tumbado con unos cartones junto a la verja de una tienda de venta de suvenires religiosos cerrada a cal y canto. “El coronavirus ha golpeado a todo el mundo. Todos saben lo que es este drama, pero a la vez no ha habido en las personas ningún cambio. Quizá alguno lo ve de reojo pero cuando esto acabe, o cuando regresa a casa y va todo bien, este pensamiento se le pasa”.
Y tenía razón, se pasó, se pasa, todo. El Covid, la pobreza, de la que escribiré en breve, la enfermedad, la violencia… pasamos delante de ella. El viajero la convierte en ocasiones en fetiche, el habitante la sufre. Y pasa, y no queremos hablar de eso, y no aprendemos nada. Lo olvidamos para redimirnos.