¿Cómo se dice pedo en ugandés?

La divertida y especial experiencia de un encuentro único con los gorilas de montaña. Un patoso sudafricano consiguió que un momento especial se convirtiera en un enloquecido viaje al medio de la selva. El encuentro con los grandes primates me dejó un recuerdo imborrable.

Los gorilas de montaña son una de esas rarezas animales que se pueden contemplar difícilmente en la vida. Rwanda, El Congo y Uganda son los únicos países del mundo donde los enormes primates viven en libertad. Sin embargo, aquella mañana muy por encima de los gorilas estuvo Mark, el patoso sudafricano, que consiguió eclipsar con su voz, sus bromas a destiempo y su perseverancia en destrozar cualquier situación mágica a los grandes monos y hasta a los unicornios si los hubiéramos llegado a ver. Un crack, una especie de galáctico de la estupidez.

A las seis de la mañana comenzamos Richi y yo el viaje que nos llevaría al área de Bwindi. Una hora y media de infernal carretera de montaña que nos dejó en el campamento de Rangers. Allí conocimos a un sueco y un sudafricano que iban a hacer la visita con nosotros. El sueco, un chico de 25 años, lo primero que nos dice cuando se entera que somos de Madrid es: “¿Estaréis jodidos con que en Cataluña hayan prohibido los toros?”. “Realmente, me importa un bledo”, le contesto. Mark, por su parte, espera detrás mientras mordisquea un palillo. Sus zapatillas de deporte de colores fluorescentes son un buen indicio de lo que nos esperaba. Un minuto después nos hace un vendaval de preguntas, que repite multiplicado por diez cuando el ranger nos hace un briefing sobre la visita. Una charla de diez minutos acabo siendo de 45 con preguntas tales como “¿se suben los gorilas a los árboles? o ¿hay selva alrededor?… Cada dos palabras del guía, él hacía una pregunta sin sentido que terminaba siempre con un gesto afirmativo con la cabeza de “ya lo sabía”. Richi y yo intercambiábamos miradas de “es un crack”.

Mark, el patoso sudafricano, que consiguió eclipsar con su voz, sus bromas a destiempo y su perseverancia en destrozar cualquier situación mágica a los grandes monos y hasta a los unicornios si los hubiéramos llegado a ver. Un crack, una especie de galáctico de la estupidez

Tras el briefing de Mark -que el ranger no pintaba nada- subimos al coche y nos fuimos a la montaña de los gorilas. En el camino nos cruzamos con un camión militar atascado en el barro. Había decenas de chicos empujando el vehículo y claro, nuestro patoso, tuvo su minuto de gloria sacando la cabeza de la ventanilla y gritando fuerte con su cara feliz “!buen trabajo!”. Yo comenzaba a morirme de risa.

Paramos en la cresta de la montaña, el grupo de ranger nos enseño la ladera, que era un muro, que había que bajar sin que pareciera que había fin. Cruzamos un poblado, lleno de cultivos de banano, y tras pasar un pequeño riachuelo y remontar una pequeña colina nos encontramos con los gorilas. Tuvimos suerte, tropezamos con los monos en sólo una hora. Allí estaban, callados, subidos a un árbol del que desmembraban las hojas. La sensación es única, se escucha el silencio. Ellos te dan la espalda, con desdén, como si el mundo que hay fuera de sus ramas no tuviera espacio. La magia del momento se transpiraba hasta que nuestro Mark pregunta a los Rangers: “¿Cómo se dice pedo en ugandés?”. Los Rangers contestan y él comienza a imitar los pedos que se tiraban los primates y a morirse de risa. Toda la magia se evaporo tras sus sonidos guturales y sus palabras, altas, a destiempo. Por un momento, daba la sensación de que nadie mejor que él podía estar colgado en esos árboles.

Luego, tras casi una hora frente a los espaldas plateadas, bajamos a la vereda del río donde los guías creían que estaba el resto del grupo (es un grupo familiar de 19 miembros). Caminábamos entre la vegetación por una ladera inclinada sin saber si bajo nuestros pies habían sólo ramas sin suelo. Vimos a una madre y su cría. “Es peligroso estar aquí, estamos a medio camino entre ambos grupos”, me dice un ranger. Al instante notamos que se mueven las hojas y a menos de cinco metros baja “Safari”, el inmenso líder de la manada que se sienta entre una maraña verde sin prestarnos atención. Tras unos fascinantes minutos emprendemos la vuelta.

“Ahora si que parecemos un mzungu y un bantú. Yo te lanzo la comida y tu la recoges”

Pero nuestro crack se reservaba para el final su momento de gloria. Le ofrece a Norbert, nuestro conductor, con el que había tenido algún roce, un plátano. Se lo lanza y cae lejos. “Ahora si que parecemos un mzungu y un bantú. Yo te lanzo la comida y tu la recoges”, le grita entre carcajadas. Me quedé helado y después muerto de risa. No lo hacía con la intención de ofender, pero todo lo que decía ofendía. En Sudáfrica esa frase le había costado un bofetón (estoy fino). Nadie soportaba ya al sudafricano gañán, excepto su compañero sueco con el que hablaba por los codos.

La subida, dura, y que salvé porque Richi me llevó a ritmo constante y lento, comenzó con un calor insoportable y acabó con un aguacero casi en la cima. Detrás iban los ranger que ofrecen la subida en camilla para los turistas a los que las piernas y pulmones les fallan. Es exigente, hace falta estar en buena forma si no se quiere pagar los entre 300 y 400 dólares que cuesta que lleven a uno en parihuela (el coste varía según el peso de la persona y la distancia). Hay veces que a los gorilas se les encuentra tras cinco horas de caminata de ida y cinco de vuelta. Es duro, pero la recompensa es inigualable.

Llegamos a la camioneta calados, empapados en sudor y lluvia, sin fuelle. Diez minutos después apareció el patoso como una sopa gritando “mzungus”. Genio y figura. Nuestro hermético Norbert, después, lo definió así: “Hablaba mucho”.

www.gorillatours.com

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