Las montañas blancas, el país sagrado, un adiós
Cuando empiezo a escribir estas líneas han pasado cinco meses desde mi llegada a Madrid. Un tiempo en el que he tenido que adaptarme de nuevo a una vida de comodidades y compromisos que llegue a tener casi olvidada, y en el que he procurado pensar poco en el largo periplo asiático, con el fin de dejar que los posos se alojen con calma al fondo del todo de mi entendimiento y comiencen a decirme de qué ha servido, en qué me ha cambiado, cómo notaré todo lo que ha pasado.
Los dos últimos meses del viaje han sido, probablemente, los más intensos. Nepal y sus maravillosas montañas sagradas revelaron en mi un placer por la naturaleza que desconocía. Subir sin parar cientos de metros arriba cada día, apuntando a un destino incierto de nieve, frío, y las mejores postales del mundo, me generaba una mezcla de inseguridad y gozo difícil de describir.
Subí al campo base del Annapurna. Con Ro y con Goretti. Lo bajé, y comencé un periplo aún más largo, el del Annapurna Circuit, un recorrido circular en el que rodeamos, viendo siempre de cerca, escuchando los gemidos de sus salvajes tormentas, los grandes colosos nevados.
Allí tuve que exprimir hasta el último gramo de energía de mi cuerpo para coronar, un 22 de abril que nunca olvidaré, el paso de montaña más alto de la tierra para aficionados al alpinismo. Llegué, sin oxígeno y sin fuerzas, tras dos días de insomnio por el mal de altura, al Torung La Pass, 5.416 metros de poderosa naturaleza.
Lo hice, además, después de haber encontrado a un magnífico grupo de madrileños, la mayoría bomberos, con los que topamos por casualidad, como en los grandes encuentros, y con los que decidimos convertir unos días de reto en la montaña en una amistad perdurable. No sé qué hubiera sido de nostros sin Gustavo, Alberto, Javi, Quique, Sara y la Mari. No sé, de veras, qué habríamos hecho sin sus atenciones, sin sus cuidados, sin su risa.
Si los dos maestros del periodismo que escriben Viajes al Pasado lo tienen a bien, me encantará contaros más extensamente la ruta de las montañas, y daros nombres y hasta atreverme con algún consejo y alguna recomendación. De antemano me mojo: los Himalayas son uno de esos sitios a los que hay que venir, si se puede, alguna vez en la vida.
Una capital enloquecida
Cuando al fin regresamos al universo de la capital más enloquecida que he pisado en la vida, Khatmandu, nos esperaba otra sorpresa: una huelga general que nos impedía la salida hacia la India. No puedo expresar con palabras el choque que suponía ver la ciudad tomada por los piquetes, las tiendas cerradas, el tráfico brutal silenciado.
Nunca pasamos miedo, pero no había manera de salir de allí, así que nos volvimos a las montañas. Un último contacto antes de partir, al fin, hacia el último destino del viaje: la misteriosa India.
¿Cómo explicar lo que supone estar en la ciudad sagrada, Varanasi, mirando al río Ganges mientras miles de indios queman a sus muertos y reverencian las aguas milagrosas con bailes e incendios de incienso?
También de esto escribiré más extenso. Pero no me hago ilusiones: ¿cómo se pueden resumir las sensaciones que dejan en el alma la ingente cantidad de hectáreas y hectáreas dedicadas al cultivo del mejor te del mundo, el de Darjeleem? ¿Cómo explicar lo que supone estar en la ciudad sagrada, Varanasi, mirando al río Ganges mientras miles de indios queman a sus muertos y reverencian las aguas milagrosas con bailes e incendios de incienso? ¿Cómo contar las marcas que deja el mármol del Taj Majal en las manos abiertas de curiosidad del viajero? ¿Qué palabras podrían describir el acoso de los 50 grados previos a la llegada del monzón en la intolerablemente superpoblada Nueva Delhi?
Si puedo, también os hablaré de Calcuta, el lugar imposible en el que conviven con sorprendente pacifismo, al amparo del imborrable recuerdo de la madre Teresa, las grandes avenidas y los palacios coloniales de los tiempos de la Reina Victoria con la insoportable marea de callejas que componen la ruina y la miseria de la pobreza hindú.
Lo intentaré, por supuesto. Trataré de poner esas sensaciones en palabras, a pesar de la conciencia certera del fracaso. Pero será en otro sitio, fuera ya de este blog que tantas alegrías me ha dado, y desde el que tan orgulloso me he sentido de participar en el nacimiento de VaP, una web imprescindible para cualquiera que desee saber qué hay más allá de las paredes de su casa.
Y vosotros no dejéis de visitarlo. Subiros al tren de ilusión de Ricardo y Javier. El viaje que os ofrecen está lleno de magia. No hay muchos sitios así. Amigos, ha sido un placer. Hasta siempre.
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Comentarios (3)
Javier
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Gracias por regalarnos un viaje
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ricardo
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Ya sabes que lo que más envidio de tu viaje es el trekking por los Annapurnas. Creo que algo tuve que ver y me alegro muchisimo que despertase en ti el amor por las montañas. Te emplazo a que el proximo verano nos subamos juntos el Monte Perdido (total 3.300 metros de nada) ¡pero no haciendo footing! De tu fantastico blog (a riesgo de que esto se acabe convirtiendo en una barra libre de halagos) solo puedo decirte: GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS. Ha sido un verdadero deleite leer tus crónicas por Asia.
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Adrian
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Qué emoción, Juancho, leer en palabras lo que vivimos un día: lejano o cercano? depende de cómo se evoque.
No me enrollo, que para eso ya hago uso y abuso de mi blog, simplemente decir que me alegro mucho de haber compartido un trocito de eso contigo, con Ro, con Tango, y con todas esas sonrisas indias y nepalís; y también me alegro de saber que estás vivo, y al menos, aún conservas algunos dedos, pq hace la tira que no sé de ti.
Un beso desde Borneo, buen camino!
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