Ebrahim Hussein: la poesía como terapia

Cogí el libro y empecé a ojearlo. Entonces el paciente me miró. “¿De qué va?”, me preguntó. “De amor”, dije yo. Y noté que me miraba, expectante. “¿Quieres que te lea algo?”, le pregunté. Asintió.

Ebrahim Hussein es conocido sobre todo como dramaturgo, aunque también destaca como poeta, si bien la mayoría de sus poemas forman parte de sus obras de teatro. Nació en 1943. Su padre era poeta y estaba muy bien considerado dentro de la comunidad musulmana de Dar Es Salaam, desde pequeño cultivó su interés por la poesía que fue derivando en su pasión dramatúrgica gracias a Bretch, entre otros. Se dedica a escribir y a leer mientras espera clientes (vende sal en su casa, de hecho en la puerta hay un cartel donde se puede leer “Chumvi safi”, que significa “sal de calidad”). “Ellos no paran de decir que estoy escondido: no es cierto, estoy trabajando… Nadie quiere escuchar mis lecturas, nadie quiere entender a Bretch”, cita que recoge Alain Ricard y que nos dice mucho sobre él en tan sólo dos frases.

El paciente tenía la mirada perdida en el suelo, para protegerse de mí. Yo intentaba establecer un diálogo estéril basado en el “no debes”

Llevaba uno de sus libros, “Arusi”, un día en el que hablaba con un paciente en su casa, en Kamahuha. Me sentía bastante absurda, perdida en un monólogo de débiles justificaciones clínicas sobre por qué debía dejar de beber. El paciente tenía la mirada perdida en el suelo, para protegerse de mí. Yo intentaba establecer un diálogo estéril basado en el “no debes”. Todo muy rebuscado y edificante. Todo muy de manual. Después de un buen rato sin recibir ningún tipo de respuesta por su parte, me recosté en mi silla, callada, y me limité a esperar a Ndung’u, el enfermero psiquiátrico. Cogí el libro y empecé a ojearlo. Entonces él me miró. -¿De qué va?- me preguntó. –De amor- dije yo. Y noté que me miraba, expectante. -¿Quieres que te lea algo?- le pregunté. Asintió.

“Juu ya uso huu shuwari
Zimetanda na kuenea,
Hasa alfajiri
Uso unajuwasha
Kwa Uzuri
Na bashasha
Hasa wekundu
Juu yake unapojipitia.

Hapo ndipo
Vitu hivi
Kope na nyewelw za dukani,
Hutiwa huzuni na haiba inayoingia.

Na haiba
Huwa midomoni
Iliyo benuka
Katika Kicheko
Nisichokisikia,
Nina hofu, mwenzangu uneniruka
Mimi na haya mazingira pia”

“La calma extendiéndose
sobre su cara.
Especialmente es al amanecer
Cuando se le ilumina el rostro
Con belleza,
con felicidad.
Sobre todo
cuando se sonroja.

Cuando pestañea
torpemente
Provoca un efecto triste
y la belleza encuentra su sitio.

La belleza
En sus labios abiertos
Adornados
Con una inaudible risa
Que no puedo escuchar.
Temo que mi amor se vaya lejos
De mí y de nuestro mundo”

Cuando terminé, el paciente estaba sonriendo. Empezamos a hablar de su juventud, de su mujer, que había muerto años atrás. Supe entonces que leer aquel poema era lo más honesto que había hecho nunca. Y seguí haciéndolo.
Otro de los poemas de Ebrahim Hussein que leo bastante es uno que escribió cuando estudiaba con un profesor alemán. Se titula “Ngoma na Vailini” (Tambores y violines, 1968). Expresa la división que siempre ha sentido entre Europa y África.

Huo, huo mpwitopwito wa ngoma
Unachemsa damu yang una matamanio yaliyo ladha
Damu iliyopozwa na kubembelezwa
Na vailini nyororo, vailini inayonita
Kwa huzuni yenye furaha.

Sasa nachemka na kupwitapwita
Sasa nna furaha na kuburudika
Mdundo wa maisha
Raha ya nafsi
Wapi niende?

Lazima ni-swali, lazima niabudu
Nimuabudu Allah
Lakini ataisikia sauti yenye panda
Sauti inayotokana na mwenye kuvaa
Kanzu na msalaba?

Aquí está el redoble del tambor
Preparando el pulso de mi sangre con placentero deseo.
Sangre que ha sido apaciguada y domesticada
Con el dulce violín, llamándome, suplicándome
Con una mezcla de tristeza y alegría.

Ahora estoy palpitando y vibrando,
Ahora tranquilo y calmado.
El pulso de la vida
El silencioso placer de la mente
¿Qué camino tomaré?

Debería orar, debería adorar a Dios
Rezo a Alá.
¿Pero puede Él escuchar una voz dividida?
¿La voz de alguien que lleva al mismo tiempo
el Kanzu y la Cruz?

Ebrahim vivió en Berlín. En 1995 escribió “Ukuta wa Berlin” (El muro de Berlín). En el que habla de los sueños, la crueldad del sistema, de las imposturas sociales que beben de la sangre de los trabajadores. Bretch es su principal referente. El día que leí este poema, fue a una chica de diecisiete años llamada Amina.

–Los sueños no sirven para nada- me dijo- si sirvieran de algo yo no estaría triste.

-¿Por qué estás triste?- le pregunté.

–Porque no hay nada que hacer- contestó.

Y no tuve más remedio que darle la razón con mi silencio. 17 años. Huérfana. Con tres hermanos pequeños a los que cuidar. Sida. Embarazada.

-¿Me lo lees otra vez?- me pidió.

-¡Claro!- contesté- ¿te gusta?

No sé- dijo sonriendo- pero eres muy graciosa cuando lees en swahili.

Utuka wa Berlin (1995)
Nilivyoota
Ndivo ilivyo kuwa
Jina la mfanyakazi, walichukuwa
Kujenga ufalme wao
Uso msingi, macho wala pua.

Nilivyoota
Ndivo ilivokuwa
Muda haukuchukuwa
Ukuta ulianguka
Haukuwa na msingi
Kiuno au muruwa.

Nilivyoota
Ndivo ilivokuwa
Ulikuwa ukuta tu – mashine ya kuua
Rangi yake nyekundu
Ni damu ya vijana ilivyowaua

Furaha
Furaha ilikuwa
Kuona kuta zilizoshikana na kuta
Kuta kuiangukia kuta
Zisizo msingi, zisizo muruwa..

Kuta
Zilikuwa kuta tu, mashine za kuua
Furaha kujuwa
Kuna muungwana
Mwenye hisi mwenye kujua

El muro de Berlín (1995)
Tuve un sueño
que resultó ser real.
Se llamaban así mismos trabajadores
para levantar un reino
Que no tenía cimientos, ojos o nariz.

Tuve un sueño
que resultó ser real,
enseguida.
El muro cayó
No tenía cimientos
Ni apoyos, ni dignidad.

Tuve un sueño
que resultó ser real
Era sólo un muro – una maquina asesina
de color rojo
como la sangre de los niños muertos.

Felicidad
Había felicidad
Al ver muros que empujaban muros
Muros que hacían caer otros muros.
Que no tenían cimientos, ni dignidad.

Muros
Que eran sólo muros – maquinas asesinas
Felicidad al saber
que sólo había uno que era
Noble, sensible y sabio.

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