Ruta VaP: la tercera vía

Por: J. Brandoli, texto/ Fotos, el grupo
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A Mozambique se entra siempre por la puerta de atrás, de atrás del mundo, donde las reglas se escriben en cuadernos en blanco. Siempre un policía, condena de este continente, intentando joder la normalidad del día a día. Mozambique es para mí calmado, dulce y afable, pero también es por ocasiones falsamente sumiso y revuelto en las sombras. La rutina está en esta incoherencia que no perturba la  belleza del lugar y la calidez de sus manos. No hay miradas que digan nada, se habla con la posición de los hombros.

Un no lo suficientemente educado para no ofender y lo suficientemente firme  para no ofrecer

Nada más cruzar la frontera, donde el mundo se deshace para convertirse en un inmenso campo sin vida (un kilómetro al otro lado los cultivos son por goteo), un agente comienza la cacería que se extiende por todo el país. Un saludo cálido, una pregunta educada y un intento burdo en el que se ven las carencias de quien asocia el poder  con su cartera. Se sirve a los demás en beneficio propio. No es violento generalmente, es siempre un intento, una petición de refresco, como dicen acá los policías a las mordidas, que generalmente se termina en un no lo suficientemente educado para no ofender y lo suficientemente firme  para no ofrecer. Así vas cruzando radares móviles y controles policiales que se extienden hasta llegar a la capital y de ahí 3.000 kilómetros hasta su frontera norte.

Por fin los dos coches llegamos a Maputo. El grupo va feliz y animado. Tras dejar las maletas en la guest house nos vamos a comer a la Feima, parque donde están todos los artesanos de la ciudad y que construyó la  cooperación española. Allí nos atiende Natasa, una bella mozambiqueña que enseña la cara A, la que tiene una mueca siempre en el rostro. Risas, buen rollo y algunos platos locales que tienen una aceptación diversa. Por la noche el menú es ya mayoritariamente marisco, algo menos arriesgado que la matapa o el caril de camarao, y que es de la zona, exactamente de unos metros más allá de donde lo comes.

Juega a retenerme hasta que ve que no pagaré y me deja marchar

Esa noche nos vamos casi todos al mítico Gil Vicente a escuchar un grupo de música local y algunos se animan después con el 1908, bar cool de Maputo, hasta ya tardías horas. De vuelta al hotel, en la avenida 24 de julio, un control policial intenta hacer caja. Quiere dinero porque Txarli no lleva el pasaporte. Juega a retenerme hasta que ve que no pagaré y me deja marchar. 100  metros después nos vuelven a parar otros agentes. Es surrealista. Esta vez es el coche de mi pareja, Francesca, que se acerca y lo resuelve con su placa diplomática. Al grupo de Víctor le ocurre lo mismo algo más tarde y con una discusión más acalorada. Es pesado, pero es un peaje y realidad insalvable.

Esto no evita que la mayor parte del grupo esté a las ocho de la mañana del domingo en pie para dar una pequeña vuelta por el Maputo histórico. No hay tiempo para saborear esta capital, la única vivible de todas cuantas conocí en África. Maputo se entiende en los tiempos muertos, en  los cafés, en las lentas cenas. En todo caso, la ciudad fue como siempre generosa con los otros.

Amaia ha liderado la  compra de material para niños que todos van regalando por el camino

Sobre las diez de la mañana salimos para Chidenguele. Amaia ha liderado la  compra de material para niños que todos van regalando por el camino. Los niños miran siempre con cierto asombro y luego se abalanzan al coche con esa cara de felicidad que tienen los críos en esta tierra ante cualquier gesto. Comenzamos la larga vida de las carreteras mozambiqueñas. Paramos a comprar el caju (anacardos) para mitigar el hambre. Hoy no pararemos a comer para ganar tiempo. Llegamos al Naara Eco Lodge, uno de los hoteles más bellos de Mozambique pegado a una laguna salobre. Lino Y Martín se van a hacer kayak y el resto disfruta de este lugar lleno de encanto.

El problema es que ha habido algunos cambios en el personal (hoy ya se ha arreglado esta situación) y el servicio es cómico. Pedimos una cena que los camareros deciden modificar a su antojo. Pedimos calamares, ellos traen pollo. Está buenísimo, pero no es lo solicitado. “No nos quedan calamares”, nos contesta el tipo que tomó nota tras servir la mesa con la inocencia y rotundidad de los problemas y soluciones en este lugar. Más  o menos la secuencia ideológica es esta: tienes hambre, pides comida, se te trae y se acaba el hambre. El hecho de que no coincida lo pedido con lo servido es un inconveniente que no impide el éxito del gran objetivo: paliar el hambre. Creo que fue Lino el que bautizó esta lógica acertadamente como “la tercera vía”.

Es una playa virgen, de altas dunas, larga y profunda, donde el mar se eriza en la orilla

A la mañana siguiente, tras un idílico amanecer, cogemos los coches y nos vamos a la playa, a dos kilómetros.  Es una playa virgen, de altas dunas, larga y profunda, donde el mar se eriza en la orilla. Txarli, que viaja siempre con su guante y bola de beisbol (una manía digamos que singular), decide que este es buen lugar para que nos hagamos agujetas con unos lanzamientos. Luego participa un joven pescador local que miraba la escena con curiosidad.

Tras la magnífica mañana de relax cogemos los coches. La mucha arena casi deja mi coche allí, pero los consejos de Víctor (conductor de rally) me ayudan a sacarlo. Víctor es una especie de sabio de las manos capaz de arreglar por tesón cualquier situación que requiera sudar y pensar un rato. Los otros asuntos no le interesan nada y se retira entonces a buscar un problema que resolver para pasar el tiempo. Él tiene sus códigos y manías y tras muchos viajes con él he aprendido  que la mejor manera de ayudarle es quedarse en sus cosas a un lado. Es un tipo formidable, además de un gran amigo, que tiene una generosidad vital poco común.

Su vida social que se difumina algo entre tanto extranjero que convierte aquello en un poco menos Mozambique

Tras Chidenguel pasamos a Tofo, la villa de los viajeros de Ipad, rastas y chanclas. Allí nos alojamos en el Paradise Dunes, un sitio de mimbre al  más puro estilo sudafricano. La enorme playa en U va dejando pequeños hoteles de mejor y peor nivel a los lados. Tiene un cierto encanto su mercado y su vida social que se difumina algo entre tanto extranjero que convierte aquello en un poco menos Mozambique. Es en esa mezcla donde reside la esencia de Tofo.

A la mañana siguiente todo el grupo sale a buscar el tiburón ballena, actividad que ha hecho este lugar internacionalmente famoso. Consiguen ver la silueta de uno de ellos a lo lejos, pero se vuelven sin bucear junto a su inmenso cuerpo. Una putada si tenemos en cuenta que Víctor y yo desde la terraza del lodge vimos tres que nos iba indicando un pescador. Incluso vimos saltar a uno en el horizonte.  Cualquier cosa que sea realmente salvaje carece de garantía salvo en los zoo y acuarios.

“Nadie se sentaba a nuestro lado cuando entramos”, me cuentan

Al volver, en el camino a Vilanculos, le decimos al grupo que cruce la bahía entre Inhambane y Maxixe en una de las barcas locales. Ellos se quedan en el puerto y cogen la barcaza y nosotros hacemos el rodeo de la península en coche. La idea era que cogieran una de las embarcaciones de roída madera en la que el cartel en el que dice que caben 44 personas te lo tapa siempre la número 60 y pico que entra en el habitáculo flotante. Es toda una experiencia africana y la ruta se trata de vivir también eso, el África real fuera de la turística. Ellos aceptan, pero sin querer compran ticket para los ferrys de algo mejor nivel que tardan más en salir. “Nadie se sentaba a nuestro lado cuando entramos”, me cuentan. Esa es parte de esa realidad social africana en la que la piel sigue creando barreras artificiales.

Nos acercamos, tras Viilanculos, a lo que será verdadera frontera del viaje, tras la que ya no se pueden elegir tanto las incomodidades. Una nueva ruta algo más dura. Pero antes teníamos que disfrutar de ese paraíso inigualable que son las Islas de Bazaruto. Lo hicimos.

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Comentarios (5)

  • Monica

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    Gracias por hacernos vivir otra vez este viaje con esas palabras tan magicas Javier

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  • Rosa

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    Nunca vi que llevarás cuaderno de notas, sin embargo has descrito al milímetro todo lo que hicimos, ¿Eso es lo que llaman memoria de elefante?
    Como dice Mónica volvemos a la ruta a través de tus palabras.

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  • Lino

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    Lo de la 3ª Vía es la cosecha de Víctor Hugo. Me gustó y me lo quedé. Pero es de él.
    Unha forte aperta a todos!

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  • Lino

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    Corrección: donde puse «es la cosecha» quise decir «es de la cosecha». Resucité, pero parcialmente.
    Abrazo

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  • Amalia

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    Qué bonito volver a vivir el viaje! Y aclaro: la compra de material para los niños la lideramos todas las chicas. Besos Javi y al resto. Os echo mucho de menos.

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