La encrucijada de Egipto: “No estés triste, mamá, si muero joven”

Aterricé en El Cairo hace un mes y medio. Después de darme una ducha rápida, me encontraba en un viejo Corolla con Abu Maamar, un yihadista que guardaba silencio. Yo jugaba con una pulsera, compulsivamente, preguntándome si debía hablar o no.

Aterricé en El Cairo a las 8 de la mañana hace un mes y medio. A las 10, después de darme una ducha rápida, me encontraba en un viejo Corolla con Abu Maamar, un yihadista que guardaba silencio. Yo jugaba con una pulsera, compulsivamente, preguntándome si debía hablar o no. Abu miró fijamente mis manos y automáticamente paré de hacer ruido.

Empezó a señalarme paradas de autobús y señales de tráfico en la que se podían ver pegatinas con la cara de Morsi y graffitis con la mano haciendo el gesto de los hermanos musulmanes.

-¿A dónde vamos?- le pregunté.

-A Rabá- contestó.

Supe a dónde me llevaba exactamente. Fayez, mi compañero de batallas, egipcio, cirujano y activista, lleva un año explicándome con mucha paciencia lo que pasa, por qué pasa y las posibles consecuencias, e intenta (a veces sin éxito) ser lo más objetivo posible. En ese momento se encontraba en la parte de atrás del coche, mordiéndose la lengua. Recordé su alegría el día que derrocaron a Morsi y supe que realmente era un gran esfuerzo para él acompañarme en mi aventura. En un principio había planeado ir sola, pero Fayez fue tajante: está escrito en El Corán, si te montas en el coche con un yihadista y no hay una tercera persona, esa tercera persona será Satán. Odio ese tipo de afirmaciones y tuve la tentación de discutir sobre la presencia de coches en El Corán, pero no tenía muchas más opciones así que acepté.

“Está escrito en El Corán, si te montas en el coche con un yihadista y no hay una tercera persona, esa tercera persona será Satán”

Abu paró el coche en la entrada de Rabá. Un tanque rodeado de militares vigilaba la entrada. Antes de que me bajara del coche empezó a hablar: “Una noche un grupo de hombres pertenecientes a los Hermanos Musulmanes, entre los que se encontraba mi padre, estaban protestando. Los militares los detuvieron y los metieron en una furgoneta. Dijeron que intentaron escapar, así que les atacaron con gas lacrimógeno y 37 de ellos murieron ahogados. Os espero aquí, intentad hablar con la gente de Raba”. No me dio opción a preguntar nada.

Nos bajamos del coche y nos pusimos a merodear, pero fue frustrante porque nadie quiso hablar, así que decidimos ir a Tahrir. Aquella tarde habían anunciado protestas. La famosa plaza estaba rodeada de tanques que prohibían el paso a los Hermanos Musulmanes. En el centro se agolpaban grupos de personas que, al verme con la cámara, empezaron a acercarse para hablar de la situación. Me costó muchísimo que contestaran a mis preguntas. Todos hablaban a la vez y todos querían ser grabados.

En Tahrir me costó muchísimo que contestaran a mis preguntas. Todos hablaban a la vez y todos querían ser grabados

Una mujer me hablaba de que Morsi había estado vendiéndole petróleo a Gaza, y que ahora que el petróleo no llegaba a Palestina, llevaban más de un mes sin más de cuatro horas de electricidad al día y esto era la prueba del delito del líder de los Hermanos Musulmanes. Todos en general aclamaban a Al Sisi. Las razones que me daban eran calcadas unas de otras, y ya las había escuchado previamente en el Coptic Hospital de Nairobi: “Con Morsi no había derechos, ni pan ni libertad. Ahora tenemos pan y derechos.” Hablaban de la maravillosa nueva Constitución llena de derechos y de reformas superdemocráticas. Hablaban de lo felices que eran de que los Hermanos Musulmanes estuvieran recibiendo su merecido. Abu estaba a mi lado, callado, disimulando. Fayez me traducía lo más rápido posible. De pronto, entre la gente, vi a un hombre rubio de ojos azules, de unos sesenta años mal llevados, que me miraba.

Me acerqué a él y me saludó: Buongiorno, signorina- me dijo en italiano.

-Buenas noches- le contesté en inglés, señalando el cielo que ya oscurecía.

Me contó que era italiano y que llevaba la mitad de su vida viviendo en Egipto. A nuestro alrededor, la gente se reía de él y me decían que estaba loco y que pasaba las tardes vagando por Tahrir.

–Les van a joder a todos- se defendió- son estúpidos deslumbrados por la Constitución pero no saben que están firmando su sentencia de muerte. Quien vaya contra los militares es hombre muerto, y ellos mismos están dándole ese poder a Al Sisi.

Los tanques nos rodeaban. De pronto me sentí terrible

Pasé una hora más hablando con gente, pero no escuché nada especial. Parecían discursos aprendidos de memoria y políticamente correctos. Los tanques nos rodeaban. De pronto me sentí terrible. Salí de ahí acompañada por Fayez y Abu y nos metimos en el coche. Pero no nos movimos, teníamos mucho que hablar.

-¿Sabes que han hecho una ley contra las manifestaciones?- me dijo Abu- si quieres ir a protestar tienes que ir a la Policía a pedir un permiso, ¿qué libertad es esa? Si te cogen sin ese permiso te destrozan. ¿Sabes lo qué hicieron a unas chicas que formaban parte del grupo “Seis de Abril” y que arrestaron hace una semana por protestar contra los militares? Las cogieron, las torturaron y las dejaron malheridas en la carretera del desierto.

-Todos estamos jodidos- contestó Fayez- pero de cualquier modo la situación será mejor que con los Hermanos Musulmanes.

“No estés triste, mamá, si muero joven. Mañana incitaré a los habitantes de las tumbas y habrá una revolución bajo la tierra”, se leía en un graffiti pintado en un muro. Entendí que Egipto estaba sumido en una espiral que parecía no tener fin: la violencia engendra violencia.

Nos dirigimos a la casa de un miembro importante de los Hermanos Musulmanes. Nos recibió con una educación exquisita, pero me hizo dejar la cámara en la entrada

Abu arrancó en coche y nos dirigimos a la casa de un miembro importante de los Hermanos Musulmanes llamado A. E. Nos recibió con una educación exquisita, pero me hizo dejar la cámara en la entrada. Su esposa, una mujer blanquísima y enorme, nos sirvió té con una sonrisa.

-¿Qué quieres saber?- me preguntó con amabilidad.

-¿Qué os ha pasado?- fui al grano- ¿Es cierto que estáis acabados? Fayez me puso la mano en la rodilla, sorprendido ante lo directo de mi pregunta.

-¿Tú qué crees?- me contestó a la gallega.

-Que sí- le provoqué.

En ese momento Fayez me dio su móvil y me dijo “Anna está llamando”. Anna es una paciente psiquiátrica imaginaria que utilizamos como excusa para desaparecer de una reunión o cortar una conversación.

-Dile a Anna que se duerma un rato, que estará bien- sonreí. Supe que esto me traería problemas, pero estaba en una situación maravillosa y no quería echarlo todo a perder. Tomé un sorbo de té.

-Eres muy confiada- dijo A. E- cualquier periodista pensaría que quiero envenenarla.

Noté un retortijón en el estómago, pero lo alivié con una carcajada forzada.

-No estamos acabados. Estamos preparados- sonrió.

-¿Cómo?- pregunté.

-Verás, quizá el cómo no es importante, la clave es el por qué. No nos importa morir y tenemos un motivo suficientemente grande para luchar: hacer de Egipto un país islámico puro. ¿No te parece extraño que no haya miembros de los Hermanos Musulmanes por las calles? ¿Qué crees que ha pasado? ¿Se los ha comido el Ejército? Por supuesto que no, nosotros estamos en el Ejército. Hay militares que son Hermanos Musulmanes. Muchos. Hay altos cargos. Hay gente muy poderosa. ¿Has escuchado hablar del caballo de Troya?

Asentí.

-Pues eso, es cuestión de tiempo y sabiduría. Y de sangre. Porque vamos a matar, y la sangre llegará al Nilo. Y purificaremos el país. ¿Queréis quedaros a cenar?

-Por supuesto- acepté a invitación.

“Vamos a matar, y la sangre llegará al Nilo. Y purificaremos el país”

Fayez me miró divertido, se le había pasado el enfado inicial y disfrutaba viéndome disfrutar. La cena fue muy divertida, en mi plato había más comida de lo que puedo comer en una semana. La mujer me dio con la mano un pollo entero. No había cuchillos.

-¿Vas a venir a Egipto a votar para la Constitución?- le preguntó A. E. a Fayez.

-Por supuesto- contestó este- ¿Qué vas a votar?

A. E. agarró el pollo con sus manos y lo partió en dos con una facilidad pasmosa. Traté de imitarle, pero fue imposible. Fayez me ayudó arrancando una pata y dándomela. Me sentí en un cómic de Asterix y Obelix.

-No rotundo.

Fayez asintió.

-¿Qué votarías tú si pudieras votar?- me preguntó.

-Creo que votaría que no- contesté. Me parece que vuestra postura es terrible, y que matar es una mierda- Fayez me golpeó la rodilla de nuevo, y le aparté a mano antes de proseguir- Los militares, sin embargo, se han escondido entre las bonitas palabras de la Constitución, derechos superdemocráticos y leyes limpias. Pero hacen lo mismo que vosotros: atentar contra la vida y contra la libertad.

-Egipto está perdido- sentenció.

A. E. me hizo prometer que no publicaría su nombre. “Sabes que si mato, voy directo al cielo”, me guiñó un ojo

Cuando nos despedimos, la mujer me abrazó con cariño, y A. E. me hizo prometer que no publicaría su nombre.

–Sabes que si mato, voy directo al cielo- me guiñó un ojo.

-Tranquilo- le provoqué- no me has dicho nada que no supiera.

-¿Ah no?- picó el anzuelo- te aconsejo que si quieres contar algo interesante te pases por Egipto el 25 de enero.

-También sé eso- le contesté.

-No sabes nada- y me dedicó una sonrisa sincera.

La diplomacia de las mentiras

Un mes más tarde acudí a una cena con diplomáticos egipcios. Me sentí en un baile de máscaras, todos ellos jugaban un papel. La cosa empezó templada: conversaciones amables sobre países, idiomas y costumbres. Pero ya se sabe que la comida nos conecta con las vísceras y con la tierra, y entre bocado y bocado de deliciosos platos típicos del país iban asomando ideologías.

H., diplomático de manos grandes y cara agradable, siempre había contestado a mis preguntas con medias sonrisas y ambigüedades bien construidas. Pero estábamos en la última noche del año y a punto de empezar enero, un mes crucial para Egipto: hoy y mañana votarán a favor o en contra de la Constitución y el 25 de enero es el tercer aniversario de la revolución.
Había unanimidad de opiniones: los Hermanos Musulmanes, que desde hace unos días han pasado a ser considerados como grupo terrorista, se merecen la brutalidad con la que están siendo tratados por parte de los militares. Y Al Sisi, por supuesto es un héroe. Sabía que muchos de los que estaban defendiendo la Constitución en esa mesa, no votarían a favor. Uno de los falsos defensores de los militares hablaba de la sangre que queda por derramar, y trataba de explicármelo de forma natural.

“Hablar de paz es pueril, la única forma de solucionar el problema de Egipto es matando”

–Mira María, hablar de paz es pueril, la única forma de solucionar el problema de Egipto es matando. Y con los militares la sangre que se va a derramar va a ser muy poca en comparación con la que se ha derramado con los Hermanos Musulmanes.

-Cuando se sataniza de forma tan radical a un grupo siempre es bueno dudar- contesté- y creo que el problema, como siempre, radica en los poderosos, no en el pueblo que forma parte de ellos.

Hubo en silencio. Alguien intentó cambiar de tema, pero me aferré a mi oportunidad de meter el dedo en la llaga.

-Por ejemplo- proseguí- lo que sucedió el pasado agosto en la mezquita Raba’a Al-Adaweya, cuando unas 500 personas fueron asesinadas en las protestas pro-Morsi…

-¡Eso es mentira!- me cortó Fayez- los Hermanos Musulmanes tenían secuestrados defensores de Al Sisi dentro de la mezquita a los que estaban torturando. Además, los militares no quemaron esa mezquita, lo hicieron los propios Hermanos Musulmanes para destruir todos los documentos que tenían escondidos allí. No fue un ataque. Fue una defensa.

Estaba preparada para protestar pasionalmente y hacer una apología de la paz y de la defensa de las víctimas inocentes, cuando recordé uno de los libros de Kurt Vonnegut, titulado “Matadero Cinco”. Es un libro plagado de joyas, pero recurro a una de ellas especialmente cuando estoy viviendo en ambientes violentos. El protagonista está escribiendo un libro anti-guerra y se lo comenta a un productor de cine. Este le contesta: “¿Por qué no escriben ustedes un libro anti-glaciar en lugar de eso?”, y explica más tarde: “Lo que quería decir es que siempre habría guerras y que serían tan difíciles de eliminar como lo son los glaciares”.

Me encontraba en una mesa de hombres que comían con las mismas manos con las que firman documentos que conllevan muertes

Me encontraba sentada en una mesa de hombres (las mujeres estaban sirviendo la comida), que me trataban con todo el respeto, que me escuchaban, que se sonreían unos a otros y se llamaban “amigo mío”. Hombres que comían con las mismas manos con las que firman documentos que conllevan muertes. Hombres de guerra. El ambiente era una mentira. Ellos eran mentira.

Llevo un año tratando de formarme una opinión al respecto. Llevo dos meses escribiendo y borrando, y volviendo a escribir tratando de no censurarme a mí misma. Pero estoy mareada y confusa. Lo entiendo todo y al mismo tiempo no entiendo nada. Lo único que he sacado en claro, hablando con ambos bandos, es que opinan que la sangre es necesaria. Y yo tengo que aprender a vivir una vida en la que todos los días, en cada comida, Morsi y Al Sisi se sientan en mi mesa y se desangran poco a poco.

Lo entiendo todo y al mismo tiempo no entiendo nada. Lo único que he sacado en claro, hablando con ambos bandos, es que opinan que la sangre es necesaria

Hoy los egipcios acudirán a votar, animados por Al Sisi, quien advierte de que si los ciudadanos no votan “avergonzarán al Ejército”. Alrededor de 155.000 militares y unos 100.000 agentes de las Fuerzas de Seguridad velarán por una jornada pacífica. Los resultados de los egipcios expatriados que han votado en diferentes embajadas oscilan entre el 98-99 % para el sí a la Constitución y no parece que el resultado vaya a sorprender. Ójala Egipto no se equivoque.

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