La capilla de Jesús Malverde y la Santa Muerte, santos de los narcos
En la céntrica calle Doctor Vertiz, en el DF, las figuras de un hombre y una mujer se enseñan en un altar de cristal en la misma acera. Ella está envuelta en un bonito manto azul y verde bajo una corona de plata que sostiene el cráneo desnudo de un esqueleto. Él tiene el pelo corto, bigote poblado y una reluciente camisa blanca de botones dorados donde hay serigrafiadas dos pistolas. En su bolsillo de la camisa sobresale un fajo de dólares. Detrás de tan extraño altar se lee: Capilla de la Santa Muerte y Jesús Malverde.
La tétrica figura de ella no necesita ser presentada; él es un hombre que dicen que robaba a finales del siglo XIX y principios del XX a los ricos para darles el dinero a los pobres. Su leyenda está llena de heroicidades de las que no hay constancia de que sean reales.
El Robin Hood mexicano se dedicaba a asaltar a personas adineradas en los altos de Culiacán y le entregaba lo recaudado a los necesitados hasta que el entonces gobernador, Francisco Cañedo, compadre del dictador Porfirio Díaz, inició una cacería con sus hombres hasta que logró abatirle. Su muerte se ha novelado de muchas formas, pero la más aceptada en la narco cultura es que fue herido de bala y cuando sabía que iba a morir le pidió a un compañero que le entregara, cobrara la recompensa y el dinero lo repartiera entre esos necesitados que él cuidaba.
El Robin Hood mexicano se dedicaba a asaltar a personas adineradas en los altos de Culiacán
Malverde es el gran santo de los narcos y la creencia popular dice que los protege desde un enfrentamiento de dos grandes capos en la década de los 70. Su culto es parte de ese sincretismo mexicano en el que se rezan novenas y se hacen altares donde comparten espacio el bandido, San Judas Tadeo y la Santa Muerte.
Es un santo apócrifo, rechazado por la Iglesia, que cuenta con una legión de seguidores en México, donde posee diversas capillas físicas. También cuenta con altares en Los Ángeles, Estados Unidos, y en Cali, Colombia. En las redes sociales posee también diversas y muy participativas capillas virtuales donde sus fieles suben algunas fotos de pistolas bendecidas por la estampita del santo. ¿Qué vienen a pedirle?, preguntamos a la señora Alicia, encargada del local. “Ellos saben qué piden, son cosas suyas”, responde con gesto serio.
Además del ya mencionado lugar del culto que tiene en el DF, su gran altar se encuentra en Culiacán, Sinaloa, gran cantera del crimen de la que han salido los más importantes narcos mexicanos y de donde señalan que él era originario. Casi todos los grandes señores locales de la droga han acudido alguna vez allí en busca de su bendición.
Los grandes señores locales de la droga han acudido alguna vez allí en busca de su bendición
“La santa Muerte es un culto de narcos y asesinos. Está hecho ad hoc, como no quiero que me maten le pido a la muerte que no me lleve. Malverde es un personaje inventado, que nunca existió, fruto de tres historias distintas. Fueron muy inteligentes al crearlo y darle el rostro del famoso actor Pedro Infante. Es culto de narcos y asesinos también”, dice a El Mundo el padre Aguilar, subdirector de radio y televisión del arzobispado de México.
“Jesús Malverde, cuídame a la que se porta bien, pero también cuídame a mi gente traviesa…. porque igual y venimos siendo quienes más te necesitamos y más creemos en ti”, le pide uno de sus seguidores a este santo mexicano que tiene oraciones de rezo propias. Él y la Santa Muerte son la protección de ese esoterismo narco que se mezcla con lo religioso. En la histórica iglesia de San Hipólito, en el DF, a finales de la década pasada, una figura de Malverde colocada junto a la de San Judas Tadeo era objeto de veneración por cientos de personas hasta que se retiró de los altares.