La noche encendida de Hoi An

Al caer la noche, los puestos callejeros resplandecen con cientos de farolillos, lámparas que iluminan el paso de los extranjeros hacia el río. Y los vendedores ambulantes, niños por lo general, salen al encuentro del turista desconcertado para venderle una vela, una ilusión que arrojar al río.

Hace unos dos mil años, esta ciudad era el mayor puerto del Sudeste Asiático. Aquí han arribado a lo largo de los siglos barcos trayendo cerámicas chinas, especias de oriente y artesanías de Japón. Hoy llegan a sus costas los turistas hambrientos de gambas y pescado al limón.

Nosotros encontramos una ciudad abarrotada, donde los mochileros invadían algunas de las calles más amables del litoral vietnamita. Hoi An se asoma al mar de China, con playas llenas de restaurantes y chicas que se broncean al calor del trópico.

Pero es junto al río Thu Bon donde los visitantes aguardan a que se encienda la magia todos los meses, en las noches de luna llena. Las barqueras esperan pacientes a que el sol se extinga. Los viajeros apuran sus paseos.

es junto al río Thu Bon donde los visitantes aguardan a que se encienda la magia todos los meses, en las noches de luna llena

Llegamos, como todos, buscando a codazos un lugar en la orilla, o junto al puente japonés que se funde con una pagoda, con la gracia de otros tiempos, bajo los tejados rematados por figuras de dragones.

Las fachadas amarillas alumbran el paso de las barcas. La ciudad está repleta de terrazas que reciben la brisa del mar con botellas de vino, sin el estruendo de las motos que enloquecen otras ciudades de Vietnam. Aquí no, aquí el país se da una tregua. El gran tesoro de Hoi An, su principal valor, es su luz.

Al caer la noche, los puestos callejeros resplandecen con cientos de farolillos, lámparas que guían el paso de los extranjeros hacia el río. Y los vendedores ambulantes, niños por lo general, salen al encuentro del turista desconcertado para venderle una vela, una ilusión que arrojar al río. Hoi An celebra así la luna llena, y como la tradición de luces atrae a los bolsillos de Occidente, se repite la ceremonia cada fin de semana.

La luz del fuego se reflejaba provocando una inevitable sensación de paz

Conseguimos alquilar una barca para nosotros solos. Eso nos concedía la libertad de ver el río desde el propio río, de avanzar sobre el agua decorada en fuego. Los farolillos de papel ardían camino al mar. Simbolizaban los deseos de aquellos que los prenden. Y casi sin darnos cuenta, el Thu Bon se convirtió en un bosque de luciérnagas, puntos de luz vagando al pairo de los sueños. La luz del fuego se reflejaba provocando una inevitable sensación de paz, pese al tumulto de la orilla.

Seguimos la corriente entre farolillos hasta que el tiempo fue apagando los destellos, como si hubiéramos presenciado un espejismo. La luz del día volvió a descubrirnos una ciudad con sus playas y sus palmeras, como tantas otras.

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