El sol golpea con presura. Y con él, el zumbido de una tardía primavera se cuela por las ventanas. Las verdes colinas del Chianti -el único secreto que guardan aún estas tierras- forjadas a base de vino sin exprimir, se desperezan en el horizonte. Y las parras, hastiadas de cargar con el peso de su fruto, claman vendimia. Es septiembre. Es la Toscana. Campo de renacimiento; tierra de vides. Un sueño de caminos entrelazados que conduce a torres inclinadas, Puertas del Paraíso, mares enrejados entre rocas y luchas caballerescas en plazas de la media luna. De Siena a Florencia… Y Pisa. Del verdor al azul. De las ondulantes montañas a los mercados de las bulliciosas ciudades que han convertido esta región del norte de Italia en un lugar de paso para visitantes y comerciantes desde tiempos etruscos.
Las hileras de cipreses -traídos, precisamente, por estos pobladores en el s.VIII a. C.- dan la bienvenida en cada pueblo. También abren paso en Villa Barberino, lugar de partida y de regreso de cada jornada. Esta hospedería, situada en mitad del Valle del Arno, está a escasos kilómetros de la cuna del Renacimiento y se ha hecho, además, un modesto hueco en la ruta del Chianti. Dos ventajas: el David de Miguel Ángel y una cata de vino se encuentran a la misma distancia. Pero el día no obliga a decantarse por una de las dos opciones. Hay tiempo para entrar en los Ufizzi y contemplar a la lánguida Venus de Boticcelli. Y también para ir a “I latini”, en la Via Pacchetti, a degustar una bisteca alla fiorentina -pieza de carne a la brasa de alrededor de medio kilo- acompañada de una botella de vino con denominación Chianti de dos litros, exactamente. En definitiva, un claro homenaje al dios del exceso en todos los sentidos. Porque Florencia, con su alarde de colorida belleza, puede resultar abrumadora. Caminar por sus calles es casi como hacerlo por los pasillos de una galería de arte. Escultura y arquitectura se atropellan a su paso en cada rincón. Sobre todo, en la Piazza della Signoria, un museo tallado hace siglos a golpes de cincel que duerme al raso. Sin faltar a los cuerpos moldeados y expuestos al viento y al tiempo que se enfrentan, irreverentes, al Palazzo Vechio, la grandiosidad de Florencia se arremolina en el Duomo; aquel en el que Brunelleschi, Donatello, Giotto y Miguel Ángel conjugaron sus esencias para crear un espectáculo sólo descriptible desde la subjetividad de la propia retina. La misma que tendrá que juzgar la guarida colgante de órfebres y joyeros, zona destinada al comercio del oro, que pende sobre el río: el Ponte Vecchio.
La ruta entre viñedos
Con la mirada todavía deslumbrada, Florencia queda a las espaldas. Es hora de vuelta a la posada para trazar el plan de la jornada siguiente. El sol vuelve a golpear. Y alumbra el camino del Chianti. Castellina, Greve, Panzano, Radda…. Montefioralle, Gaiole… Todas y cada una de estas localidades se desperdigan a izquierda y derecha de una abrupta y salvaje carretera en la que los árboles se erigen amenazantes con su follaje todavía intacto.
Si hubiera que elegir una palabra para describir a sus gentes sería viveza. Si tuviéramos que quedarnos con uno de sus lugares más emblemáticos, sin duda, sería la Piazza del Campo.
Cada recoveco del Chianti, zona que da nombre a uno de los vinos más famosos de Italia, merece una parada; un pensamiento. Su estructura medieval, sus corredores subterráneos, las empinadas callejuelas de piedra, la simpatía de las posaderas… sumen al viajero en una paz a ratos real a ratos inducida, otra vez más, por el caldo de la tierra. Todos en el mismo camino, todos respetuosos con la historia y la tradición, cada uno de estos pueblos tiene un sello personal. Y un hilo conductor común: el vino. Brolio, localidad en la que hay viñedos que datan de 1007, ha sido el alma de la región desde que el Barón de Hierro Bettino Ricasoli, segundo primer ministro de Italia, perfeccionó la fórmula del Chianti en 1800. (Antes, en 1384 se fundo la Liga del Chianti, dando lugar a unas forma de entender la tierra que provocó sangrientas disputas entre Florencia y Siena). Pero Greve, la única ciudad de la región emplazada en una colina, no tiene nada que envidiar: los escudos heráldicos de las familias más importantes penden del Palazzo dando un aspecto señorial y caballeresco a todo el entorno. Abadias, localidades amuralladas… Hay que parar también en el amurallado pueblo de Panzano y contemplar su castillo e iglesia. La fortaleza fue un bastión defensa de las tropas florentinas en sus sangrientas luchas contra los ejércitos de Siena y la Corona de Aragón. En 1478, las tropas del rey Fernando II de Aragón tomaban la embelmática ciudad. Su iglesia, de mármol rosa, corona la villa. Justo a su izquierda hay un pequeño bar donde degustar los vinos de la Toscana mientras se admiran sus infinitos viñedos. Todo en los cincuenta kilómetros en los que se comprende la región del Chianti. Es la parte menos conocida de la Toscana y es, quizá, la más auténtica.
Sin abandonar la carretera de trazado caprichoso -la SS222- llegamos a Siena, de una belleza más sobria y desconocida que la florentina y, por ello, más gratificante. Con subidas y bajadas por calles estrechas y adoquinadas, Siena conserva la espectacularidad gótica y la majestuosidad renacentista. Si hubiera que elegir una palabra para describir a sus gentes sería viveza. Si tuviéramos que quedarnos con uno de sus lugares más emblemáticos, sin duda, sería la Piazza del Campo. Y si, además, hubiera que elegir una hora para contemplar su belleza, nos quedaríamos con el atardacer. Las tonalidades rojizas y ocres, fruto de la luminosidad decadente del sol, hacen que esta plaza, en forma de media luna, parezca tallada en oro. Una curiosidad: cada calle de Siena adopta el colorido y el escudo de la hermandad que en ella viva. Hasta diecisiete hay. Como máximo diez de ellas, dos veces al año y por sorteo, se ponen sus mejores galas para participar en el Palio, carrera caballeresca celebrada en mitad de la plaza de la media luna.
Imbuidos por historias de antaño, los sentidos piden ahora un descanso: el mar. Encaminados a Marina di Pisa, la primera parada antes de llegar a las playas de Liguria es, obviamente, el Campo dei Miracoli -campo de los Milagros- de Pisa. La torre inclinada custodia, desde el fondo, este bello conjunto arquitectónico. Erigida sobre suelo de aluvión arenoso la inclinación de la torre -45 metros- era, prácticamente, inevitable. El baptisterio, otra de las joyas del conjunto, es el mayor de Italia. Un aliciente más para pasarse por este campo de milagros que, por el exceso de turismo, parece una romería, pero que merece la pena visitar. La vista pide su paréntesis: el mar. Encerrado entre conjuntos rocosos, las playas de Marina di Pisa son casi personales. No hay arena en la que extenderse. No obstante, la piedra, de tonalidad grisácea en conjunción con el azul dan a la retina justo lo que necesita: el mar.
El camino
Hay vuelos de bajo coste desde España, 50 euros ida y vuelta, con diferentes compañías. El trayecto en coche desde Roma, Milán o Bolonia es por autopista y es una buena oportunidad de conocer Italia (aconsejamos desde luego esta opción).
El viaje
Una cabezada
-Villa Barberino, una viejo Palacio del siglo XIII lleno de encanto e ideal para descansar. Está a medio camino de todo (Florencia, Siena, la ruta del Chianti, Siena…) y cuenta con habitaciones tipo suite (más caras) y pequeños apartamentos (a buen precio). Tiene piscina y un muy buen restaurante. Hay que pedir a los dueños que les enseñen la fascinante y ancestral bodega de la casa. un lugar muy recomendable. (www.villabarberino.it).
-En Florencia hay una completa oferta de alojamientos para mochileros que rondan los 40 euros la noche. Muchos están cerca de la catedral y cuentan con baño propio y una decente cama (el viajero que ha estado en varios no se atreve a recomendar ninguno, ya que son bastante similares). Es mejor bucar por internet y mirar la mejor oferta (las hay).
A mesa puesta
En Florencia hay que ir inevitablemente al restaurante Gobbi 13. Es sencillamente un lujo gastronómico. Es una trattoria auténtica, decorada a la italiana y en la que la comida es un manjar. La pasta de la casa es excelente y el ambiente encantador. Eso sí, lo que era un secreto de la ciudad está comenzando a hacerse famoso y conviene reservar. Está situado en el centro, en la Via della Porcellana, 9 y su teléfono es(+39) 055 284015.
-En Florencia también hay que ir a “Il Latini”. Un restaurante divertido, en el que se comparte mesa y vino, y se comen espectaculares bisteca alla fiorentina (carne a la brasa para los hambrientos). También suele estar concurrido, sobre todo los fines de semana. Via del Palcheti, 6. Tel. (+39) 055 210916
Muy recomendable
-Sin duda alquilar un coche y recorrer toda la Toscana. San Gimignano, Volterra, Luca… son algunas localidades no incluidas en el reportaje y que no deben perderse. La Toscana es un lugar en el que perderse, contemplar sus paisajes y intentar absorver algo de su arte e historia. No se queden sólo visitando la bella Florencia y los lugares más conocidos de los alrededores (Siena, Pisa…). Hagan esa ruta y luego déjense llevar por el mapa.
-Si tienen tiempo, queda a 120 kilómetros, vayan a Bolonia. Es una ciudad sorprendente, con un espectacular patrimonio y una comida que es casi cultura (haremos en VaP un reportaje propio de esta desconocida y maravillosa ciudad).