Los atardeceres son todos rápidos y los amaneceres son todos lentos. Como morir y nacer. El sol cuando empezamos a entender que se va es unos 15 minutos antes de que eso se produzca. Baja la luz, tonos rojizos y una última línea que se desvanece en el horizonte. El salir del sol es distinto. Primero te sobresalta la llegada de una claridad que rompe la oscuridad de la noche. Es un brusco cambio. Crees que será inminente el salir del sol, te apresuras en dar un salto de la cama y sin embargo pueden quedar 45 o 60 minutos hasta que eso se produzca.
En todo eso pensaba yo, sentado con mi taza de café y mi cámara de fotos lista, mientras me entretenía escuchando el sonido de los motores de las barcas y contaba las estelas, que eran como trazos dispersos, que se producían en las aguas. La total calma aprendí a identificarla en mi quehacer de cosas inútiles. Allí estaba en total calma, sin duda.
En el hotel Lomas de Tzununá, en la ladera de una montaña a la que se llegaba tras trepar 350 escalones, el Lago Atitlán, o el mundo, tiene una simpleza desbordante. Desde aquella atalaya el paisaje obtiene una armonía peligrosa. La imagen no necesita edulcorantes ni poesía. Un lago. Pequeñas poblaciones dispersas en sus laderas. Barcas-taxi cruzan de un lado a otro. Tres volcanes. Uno de ellos, a mi izquierda, el más lejano y aún activo, suelta una bocanada de humo. La ceniza, al ascender al cielo, se mezcla entre los tonos amarillos, anaranjados y rojos del horizonte. El ruido de los motores de las barcas aumenta. Comienza la vida. Ha amanecido.
fue al fin del mundo a perderse para ver si era capaz de encontrarse
Esa mañana decidimos sin embargo dejar el Lomas de Tzununá para irnos a algo menos retirado y con más vida. Elegimos un bed and breakfast, el Jenna´s River, en Panajachel. Discreto, barato y con una dueña alegre que como tantos inmigrantes se fue al fin del mundo a perderse para ver si era capaz de encontrarse.
Decidimos entonces tomando las barcas autobús recorrer las poblaciones del lago. San Pedro la Laguna, San Juan la Laguna y Santiago de Atitlán. Fue en la segunda población, San Juan, donde encontramos el taller de pinturas de Angelina Quic Ixtamer y su marido Antonio. Sus cuadros, con perspectiva aérea, nos llamaron la atención días antes en la ciudad de Antigua. Pinta el mundo visto desde arriba en una mezcla de colores e imágenes rutinarias de campesinos recogiendo el café o el maíz.
“Desde niña me gustaba dibujar, pero gracias a Dios conocí a Antonio y me enseñó a mezclar los colores. Él trabajaba otro estilo. Un día en el Cerro de la Cruz, aquí en San Juan, me quedé sentada y vi la vista para abajo y entonces empecé a pensar. Después le pedí el favor a mi esposo Antonio de que se subiera en una casa con terraza con algunos niños y allí salió la idea de la vista de pájaro”, me explica Angelina.
¿Qué quieres expresar? “Cuando era niña mi hermoso papá nos levantaba a las 07 horas para regar los tomates y otras verduras. Después íbamos a la escuela y mis hermanos y yo llegábamos para almorzar. Después volvíamos al campo a trabajar o a recoger leña y luego hacíamos lo deberes y yo me la pasaba dibujando. Esa fue mi vida”. ¿Pinta eso? “También a los pescadores, los viajeros o un parto en un cayuco. Una mujer embarazada de 8 meses la llevaban en un cayuco al hospital, pero no le dio tiempo y tuvo su hijo con ayuda de la comadrona en medio del lago”.
tuvo su hijo con ayuda de la comadrona en medio del lago
¿Qué es el lago para usted? “Es una belleza natural encantadora. Una maravilla que me inspira a pintar”, me dice Angelina.
No sé si un espacio como ese puede resumirse bien en palabras, pero sé que puede pintarse como lo hace ella. Toda su voz, sus gestos, tienen la calma de los lugares a los que les sobra el tiempo. Le preguntamos entonces por Maximón, el santo pagano de aquellas aguas. Y ella ríe, nos dice que es católica y que no le gustan demasiado esas cosas. “Hay alguna casa por aquí que lo tiene”, nos afirma con el miedo de tocar temas profanos y esquivando el incómodo tema.
La realidad es que nosotros habíamos leído que en Santiago de Atitlán hay una casa que cada año, se turnan, tiene al santo pagano. Es algo común en esta parte del mundo el culto a imágenes que repiten la figura de Judas Iscariote y a la que acudir a pedir imposibles. Un sincretismo religioso deformado con el que la población originaria evitó las prohibiciones de la Iglesia para realizar sus cultos ancestrales. Maximón era un santo maya que ha sobrevivido al tsunami católico.
En México, con una enorme predicación entre narcos y barrios marginales, esa figura se llama Jesús Malverde. Un Robin Hood al que sicarios y no sicarios acuden a pedir ayuda. Días después del encuentro con Maximón, en el mercado de Chichicastenango, conversé con un vendedor que vendía al santo maya pero con la inconfundible figura de Malverde (su cara es la del famoso actor mexicano Pedro Infante). Se ve que ambos cultos paganos se confunden en los mercadillos.
Tras llegar al embarcadero de Santiago nos fuimos directos a la capilla de Maximón
Tras llegar al embarcadero de Santiago nos fuimos directos a la capilla de Maximón. El culto es verdadero, en Semana Santa se le venera y tiene feligreses del lago que acuden a pedirle milagros, pero hay también un negocio evidente con los turistas. Pagamos creo que dos dólares por entrar.
Dentro la “capilla” la imagen era casi cómica. Tres tipos, uno evidentemente bebido que hablaba mucho, rodeaban la estatua de madera de Maximón con su sombrero y lleno de pañuelos y corbatas. Velas enfrente, en el suelo, y algunos billetes sujetos en su pecho. A la derecha un ataúd con la que parece la Santa Muerte y luces pequeñas de colores. “Puede hacer no más de 10 fotos”, nos dicen los capellanes algo edulcorados por la fiesta. Si hacemos 600 no parece que vayan a ser capaz de distinguir nada.
Maximón, el santo maya, fuma y protege a los habitantes del lago con su presencia. Más allá del folclore, el santo es una muestra de ese choque entre dos mundos que se ve en ese especial lago donde las mansiones y hoteles de lujo conviven con gentes humildes y turistas extraviados. Salimos de Santiago y regresamos a Panajachel. El inicio de la futura noche nos pilla en las aguas. ¿Cómo puede callarse una forma tan violenta todo?