El viaje
Little Italy es un reducto de tranquilidad a escasos metros del tráfago bullanguero de Chinatown. Sus calles apacibles, hace sólo unas décadas lugar de encuentro de capos y camorristas, invitan a una ruta por la memoria mafiosa de la Pequeña Italia neoyorquina.
Canal Street es la frontera. A un lado, el barrio chino, las tiendas de abarrotes donde se puede comprar cualquier cosa, las trastiendas repletas de falsificaciones, los restaurantes de comida oriental donde es difícil encontrar mesa; al otro, la Pequeña Italia, un paseo matinal envuelto en silencio, las terrazas de las trattorias con sabor a Mediterráneo, las sinuosas escaleras de incendio que anuncian el Soho. El primero vive una expansión constante, imparable, casi invasiva, que ha reducido a Little Italy a su mínima expresión, practicamente a una calle: Mulberry Street. La prosperidad de uno es la sentencia de muerte del otro. El viajero huye de Chinatown con una frase del escritor irlandés Brendan Behan martilleándole la cabeza: “Si a uno no le importase comer sopa de aleta de tiburón durante el resto de su vida, Chinatown sería un lugar tolerable para vivir”. Puestos a elegir, me quedo con unos maccaroni alla carbonara.
Pero la elección no es sólo gastronómica. La Pequeña Italia fue el epicentro de la mafia neoyorquina y el viajero tiene curiosidad por ver con sus propios ojos qué queda en el barrio de esa etapa convulsa de tiroteos y redadas sorpresivas. Nada más empezar a pasear por una vacía Mulberry Street, la Most Precious Blood Church (iglesia de la sangre más preciosa) llama la atención del viajero en el número 109. Construida a finales del siglo pasado para dar cobijo espiritual a los inmigrantes italianos, que eran mirados de reojo en las parroquias cercanas, en torno a ella gira una de las fiestas más antiguas y populares de Nueva York. A mediados de septiembre, la festividad de San Genaro altera por unos días la tranquilidad del barrio. Mulberry Street se corta al tráfico y los puestos de comida italiana (donde no falta el zeppole, un dulce tradicional) toman la calle. Son once días de diversión que culminan con la procesión de la imagen del santo, que precisamente sale de esta iglesia para recorrer, entre el fervor popular, el menguado barrio. Es, en palabras otra vez de Behan, “una fiesta por todo lo alto” en la que “están todos tan apretados que cualquier forma de baile queda descartada de antemano”. Un trozo de Nápoles en pleno Nueva York.
La Pequeña Italia fue el epicentro de la mafia neoyorquina y el viajero tiene curiosidad por ver con sus propios ojos qué queda en el barrio de esa etapa convulsa de tiroteos y redadas sorpresivas
Aparte de la antigua comisaría (240 Centre Street), reconocible por su imponente cúpula, un edificio reconvertido ahora en apartamentos de lujo, el mapa de la mafia tiene señalados en rojo dos números de Mulberry St. En el 129 estaba situado el Umberto´s Clam House, que tiene a sus espaldas una historia sangrienta. El 7 de abril de 1972, el capo Joe Gallo fue asesinado a tiros mientras celebraba su 43 cumpleaños.
Gallo y sus hermanos Larry y Albert se habían rebelado años antes contra el capo Joe Profaci. Joe Gallo no pudo escapar al inevitable reguero de muerte que corrió en una y otra dirección. Acompañado de su hermana Carmella, su esposa Sina, su hija Lisa y su guardaespaldas, Peter Diapoulas, “Pete el Griego”, Gallo se disponía a soplar su última tarta de cumpleaños. Dos pistoleros irrumpieron en el local y abrieron fuego. Cinco disparos alcanzaron al mafioso, que sólo acertó a salir a la calle tambaleándose para desplomarse a cielo abierto. Fallecio minutos después en el hospital. Su hermana clamó venganza en su funeral con una elegía que anticipaba el inevitable ajuste de cuentas. “¡Las calles se teñirán de sangre, Joey!”.
Ahora, el restaurante ha mudado su nombre (Da Gennaro´s) pero sigue exactamente igual que entonces, con sus grandes cristaleras que debieron convertir el asesinato en todo un espectáculo callejero (ver la imagen de época, rescatada de www.americanmafia.com).
En la esquina con Prince Street una tienda de ropa, Amy&Chan, apenas llama la atención. Las apariencias, como suele suceder, engañan. En este mismo número 247 de Mulberry Street se encontraba el Ravenite Social Club, donde el 11 de diciembre de 1990 el FBI detuvo al capo de la familia Gambino, John Gotti. A Gotti, amigo de celebridades de Hollywood como Mickey Rourke o Anthony Quinn, la Policía le había grabado conversaciones comprometedoras sobre la mafia en este local y, con esas pruebas, Bruce Mouw, responsable del FBI, se decidió a echarle el guante.
La tienda abre a las doce -un indicativo más de que en el barrio italiano se vive sin prisas-, así que me quedo con las ganas de husmear el interior del antiguo Ravenite.
Ya en NoLIta (North of Little Italy), un poco más allá, en el número 263, se levanta la antigua iglesia gótica de San Patricio, uno de los templos más antiguos de la ciudad. Terminada en 1815, fue reconstruida en 1868 tras sufrir un incendio atroz. Con la construcción de la actual catedral de San Patricio en la Quinta Avenida en 1879, este viejo templo, ahora iglesia parroquial, languideció inevitablemente. En su pequeño cementerio vallado, eso sí, hay un pedazo de historia pues está enterrado el primer obispo de Nueva York.
El viajero abandona la calma de estas calles antes convulsas con un sinsabor. Aunque lo intenta, no logra dar con Bloody Angle (la esquina sangrienta), el lugar favorito de los gangsters de los años 20 para emboscar a tiros a sus rivales. Ojalá el lector tenga más suerte.
El camino
La mejor manera de llegar a Little Italy es en Metro (líneas 6, J, M, Z, N, Q, R yW). La parada es Canal Street. Al salir a la calle, a la izquierda queda el barrio italiano y a la derecha, Chinatown. En autobús, las líneas que pasan por aquí son las M01, M103 y B51.
Una cabezada
El viajero no se alojó en Little Italy, así que no tiene ninguna propuesta fiable que hacer al respecto. VaP no tiene por costumbre recomendar lugares que no ha visitado, eso es parte de nuestra independencia.
A mesa puesta
Obviamente, la recomendación está clara: es casi obligatorio sentarse a comer en Da Gennaro´s. Muy buena pasta y vino a tener en cuenta a un precio razonable. Si puede, reserve una mesa en la calle y déjese embriagar por la inconfundible atmósfera de este singular barrio.
Muy recomendable
-Una recomendación por encima de todas: pateese el barrio, a poder ser, a media mañana, y antes de perderse en el bullicio de Chinatown. Y puestos a darse un capricho, acérquese a Ferrara Bakery&Cafe (en el 195 de Grand Street), una de las pastelerías más antiguas y célebres de Nueva York. Un siglo de historia contempla a este establecimiento. Una delicia.
-Un libro: «Mi Nueva York», de Brendan Behan, una visión desinhibida y nada convencional de la ciudad que nunca duerme.