Nyuru, la Montaña sagrada de la circuncisión

Por: Juan Ramón Morales (texto y fotos)
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Una sombra escarlata se mueve como un espejismo sobre la llanura abrasada. Alguna acacia desperdigada entre los cauces secos de los arroyos es el único rasgo que rompe el bochorno de las llanuras de lava del Norte de Kenia. Y, contra el horizonte, el perfil de varios jóvenes Samburu a la carrera, con ese trote ligero y machacón que caracterizaba a las partidas de guerra de estos pastores en los tiempos anteriores al Mzungu, el hombre blanco que quebró la vida tradicional marcada por sequías, guerras, matrimonios y demás que marcaban el ritmo de la vida en este rincón de la Vieja África.

Perfectamente delineada contra el sol de crepúsculo que nos rodea y donde los aullidos de las hienas ponen el contrapunto ideal, totalmente africano, a un paisaje de pesadilla

De fondo, según nos acercamos al paso de nuestros camellos, una pirámide negra se levanta sobre el páramo. Perfectamente delineada contra el sol de crepúsculo que nos rodea y donde los aullidos de las hienas ponen el contrapunto ideal, totalmente africano, a un paisaje de pesadilla, quizá marciano salvo por la vegetación y los ruidos de la noche. Es Ol Doinyo Nauru, la montaña sagrada de los Samburu, un oasis de verdor en medio de la tierra baldía.

Una vez cada siete años, los jóvenes Samburu se acercan a la montaña para cumplir con el rito de entrada en la madurez a través de la circuncisión. Durante ese tiempo, los aspirantes a “moran” están en una tierra de nadie donde casi todo es permitido, marchando libres antes de cargar con las responsabilidades de los adultos del grupo. Sexo libre, correrías y caza, “gamberradas” consideradas normales antes de la entrada a través del dolor agudo en una etapa definitiva en sus vidas.

Una vez cada siete años, los jóvenes Samburu se acercan a la montaña para cumplir con el rito de entrada en la madurez a través de la circuncisión

Por la mañana amanecemos antes las laderas tupidas de verdor del Nauru. El joven grupo de aspirantes se nos ha unido y observan entre gracias y curiosidad los rituales matinales de los Wazungu; prueban nuestra comida y se escupen el te que le ofrecemos como una panda de macarras adolescentes. Una alegría de vivir que no esconde la tensión que los próximos días vivirán ante la prueba de hombría que les espera.

Durante la mañana nos guían por los secretos senderos de la montaña, tan solo suficientes para el paso de una persona y con un enorme precipicio a cada lado (escenas casi de inicio de película de Tarzán, con los porteadores, siempre ellos claro, despeñándose por las laderas…). Nos cuentan sus correrías, los rebaños robados a los Pokot vecinos, el leopardo que les siguió varios días en busca de la carne cazada y que terminó por robarla, las amigas especiales de las que se regodean por cada poblado que han pasado. Charla de adolescentes universal pero en este caso cargada de una anticipación para nosotros extraña, incomprensible.

Nos cuentan sus correrías, los rebaños robados a los Pokot vecinos, el leopardo que les siguió varios días en busca de la carne cazada

Al caer de la tarde regresan a nuestro campamento pintados con ocre. Mañana es el día en que los “sacerdotes” les convocarán al otro lado de la montaña, lejos de nuestras miradas, para ante el dolor intenso (y no solo en el momento del corte, que se suele realizar con un trozo de bidón o una cuchilla no necesariamente limpia. Las muertes por infección son raras pero se siguen dando) demostrar su resistencia y compromiso con el grupo. Tensos pero sonrientes nos cuentan su día y alguna historia más. Y uno de ellos me regala un asiento tallado de madera, lleno de grasa y tierra tras su uso durante siete años, volcando todas las experiencias de ese tiempo en un desconocido (un regalo que conservo junto a mi mesa según escribo estas palabras).

Al despuntar la mañana ya se han marchado, solo quedan las huellas entremezcladas con las cenizas de la hoguera donde cantaron anoche para ellos, ante nosotros…Descendiendo de Nyuru un halcón sobrevuela las laderas, hacia el lugar donde los jóvenes Samburu aguantarán los gritos y el dolor y entrarán en una etapa más de sus vidas, en un lugar verde, mágico y lleno de vida como ellos, por encima de las llanuras quemadas de un paisaje fascinante.

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