Suazilandia: el sátrapa y sus cinco mil vírgenes
Cerca de cinco mil jóvenes, semidesnudas, danzan delante de Mswati III, el último monarca absoluto de África. Todas acuden ilusionadas al casting en el que el monarca elegirá a la próxima “señora de” (ya van trece o catorce). Su harén del fornicio se multiplica al mismo ritmo que sus vomitivas finanzas. Mswati, señor de un cortijo llamado Suazilandia, país enclavado en Sudáfrica y fronterizo con Mozambique, atesora una fortuna que cifran superior a los 100 millones de euros, algunos la han calculado incluso por encima de los 150 millones. Mientras, el 70 por ciento de sus súbditos viven con menos de un dólar al día.
Sin embargo, al todopoderoso rey, algo fondón y al que las suazilandesas encuentran irresistible, no creo que sea por su físico, se le ha revuelto el patio los últimos días. Él, como buen sátrapa y con la lección ya aprendida de sus amigos del norte de África, ha cortado por lo sano el osado intento de su pueblo de pedir comida y libertad. Las revueltas suazilandesas se han saldado con varios cientos de detenidos, algún desaparecido, muchos golpes y algún reguero de sangre de la que menos le gusta a Mswati III, que la prefiere fresca y de adolescentes. Por supuesto, sin apenas testigos, que cuando se anunciaron las movilizaciones lo primero que hizo su gabinete de palo es detener y expulsar a los periodistas.
De los ordenadores sudafricanos se pasa a las mesas de madera endeble y los guardas que te piden que les des hasta las camisetas
Suazilandia es uno de esos ejemplos que envilece al mundo. Estuve hace casi un año durante dos días (una noche) en este pequeño país. Lo cierto es que las buenas carreteras, que las tiene, hacen que se entre por el norte y se salga por el sur sin apenas tener tiempo de abrir la ventanilla. Un espejismo de ruta, la frontera había sido ya una declaración de intenciones. De los ordenadores sudafricanos se pasa a las mesas de madera endeble y los guardas que te piden que les des hasta las camisetas. Fueron dos jornadas divertidas, en las que viví con la compañía de dos amigos situaciones rocambolescas en hoteles, restaurantes e, incluso, con la Policía. Nos pararon por exceso de velocidad tras pillarnos con un radar móvil para ponernos una multa que acabamos negociando muy a la baja. Terminamos haciéndonos fotos con los agentes, que se morían de risa cuando les pedimos usar el radar y les decíamos “páralo, páralo y le cobras nuestra multa”. Lo último que escuchamos al subirnos al coche fue a una mujer blanca que acababan de parar y que les decía a los policías “no me iréis a multar por esto”, tras decirle los agentes que iba a 120 por un carretera que el tope era 100. Supongo que empezaba otra negociación entonces.
Desde esa visión corta y superficial, Suazilandia parecía un país no más pobre que otros del entrono, sin mucho encanto, verdes colinas, lleno de sonrisas y en el que volcar esa mirada condescendiente que tenemos los occidentales cuando tropezamos con los estereotipos africanos (una visión amable y por otro lado, para ellos, una condena). Era también el país en el que era imposible entrar a un bar, hotel o gasolinera sin ver en la pared la foto colgando de Mswati III y de su señora madre, que es probable que en este caso sí tenga algo de culpa.
El alegre país para un visitante como yo es, por tanto, el cortijo de un miserable que dilapida la fortuna de los suyos
Una visión dulce que esconde que Suazilandia tiene, al menos, un 30 por ciento de población infectada con Sida y una escasa renta per cápita como ya he señalado antes. Quise decir paupérrima, perdón. La esperanza de vida es de 33 años, según algunos estudios, y de 48 según el Banco Mundial. No tiene democracia ni partidos políticos, ya que el monarca los abolió en 2003, entre otras cosas porque un año antes el Parlamento votó en contra de la compra de un jet privado que se le encaprichó a Mswati III y cuyo coste, 48 millones de dólares, multiplicaba por dos el presupuesto anual de salud. Sus mujeres, las elegidas en el casting, mientras vuelan en primera a Europa, USA; Dubai o Singapur a hacer sus compras.
El alegre país para un visitante como yo es, por tanto, el cortijo de un miserable que dilapida la fortuna de los suyos en su espectacular colección de mansiones, limusinas y coches deportivos y que decide apalearlos sin compasión cuando sus súbditos le recuerdan que pasan hambre. Una de esas realidades políticas africanas que provocan incredulidad, pena y asco.
Comentarios (3)
Lourdes Márquez
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Por desgracia, basura así hay en muchos lugares del planeta. África es un reguero de dictadores ladronzuelos o libertadores que se han aferrado al poder desde décadas con la excusa de haber estado en la trinchera en los años de lucha. Cerca de donde usted escribe está el aterrador ejemplo de Zimbabwe. Por desgracia, estos canallas seguirán copando el poder o vendrán otros a sucederlos. Tengo ganas de ver cómo acaba Egipto, Túnez… Mientras, sus pueblos se mueren de hambre y vuelven a creer en un nuevo líder que probablemente les volverá a fallar.
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Cultourama
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Me gusta mucho la historia en general y siempre pienso que la raza humana ha cometido grandes e incontables barbaridades a lo lago de los años. Pero que en los tiempos que vivimos donde no existen distancias, donde el poder de comunicación es tan grande e instantáneo, donde nos sobran los medios y las organizaciones, no seamos capaces de cambiar el rumbo de países en estas situaciones, creo que es una barbaridad más grande. La humanidad no ha aprendido nada de toda la historia y de todas la injusticias cometidas, parece que la humanidad ha decrecido.
Un saludo.
Lorena de Cultourama
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javier
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Gracias Lorena y Lourdes. África, como algunos lugares de América y Asia es un coomplicado contraste entre pobreza, libertad, independencia, caciquismo… Pero creo que el deber de los que lo vemos es denunciarlo. No se es más libre por estar bajo la sombra de un tirano negro que de uno blanco, ni aunque se esté en África. Es una pena ver como todos los voluntariosos procesos de independencia han acabado en su mayoría con gobiernos corruptos que no hacen nada por sacar a su pueblo de la miseria en la que vieven.
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