Se anuncia como se anuncian los piratas: un cruce de tibias y una calavera. Así se presentaba uno de los parques naturales menos naturales de África. La costa de Namibia no quiere intrusos pues la naturaleza libra su propia batalla de arena y agua.
Los vientos arrastran las dunas hasta las playas y las mareas empujan los barcos hacia la costa. No hay treguas ni transiciones. Nada sobrevive aquí. Es la belleza de la muerte o de la nada. En la Costa de los Esqueletos todos están de paso.
Los vientos arrastran las dunas hasta las playas y las mareas empujan los barcos hacia la costa.
Nos envolvió la magia de lo invisible, las leyendas. Hay pecios semienterrados en las bahías perdidas de Namibia y también es posible ver leones del desierto, sesteando junto a las olas. Aquí todo es extraño, como en un sueño que no acaba de encajar con nada. Nos dijo un guarda del parque que también es posible ver los elefantes del desierto, criaturas errantes que no admiten visitas en su territorio. Son agresivos y defienden más que nada su propia soledad.
Tuve la impresión de que este lugar es un castigo. Muchos hombres han muerto naufragando en las playas, sin un lugar adonde ir, sin un pueblo al que pedir auxilio. Las focas extraviadas también naufragan, y las ballenas, y los barcos desnortados. La playa es el final del camino, donde confluyen los cadáveres de especies marinas y roedores del desierto. Después, sólo sus huesos recuerdan que por allí pasaron. Para muchos, el litoral namibio se ha convertido en una trampa, una última emboscada de la que no hay salida posible.
El litoral namibio se ha convertido en una trampa, una última emboscada de la que no hay salida posible.
Hoy, una carretera cruza este lugar, pero nosotros apenas vimos nada. El calor ahuyenta a los orix y a las cebras que se esconden en a saber qué rincón del desierto. Pero cuando se pone el sol, el camino se llena de animales. Aparecen como almas en pena, en un lugar que está vacío durante el día y oscuro durante la noche.
Pasamos la noche entera frenando con cada destello de ojos en la carretera, con el impacto de las rayas andantes y la emoción de ver, tal vez, uno de esos elefantes raros, penitentes de África.
El amanecer nos sorprendió lejos de allí, en el territorio de los himbas, donde el hombre vuelve a dar sentido a los paisajes.