Harare es una ciudad en desuso, como tantas africanas, que se difumina en polvo y pasado. No tengo mucho tiempo para entenderla, apenas una noche y un recorrido en camión, pero su vetusto progreso de antaño se comprueba en que la pobreza es de cemento y no de madera y cartón. Un lujo en estas tierras. Todo parece sujetarse a alambres invisibles.
Desde la capital de Zimbabue nos dirigimos al sur, al parque de Gonarezhou. Tras nueve horas de recorrido llegamos de noche a un hotel olvidado colindante con el parque. Me siento solo, con una cerveza, junto a una barandilla de madera que asoma a un acantilado oscuro en el que se divisa un río; se intuye a esas horas en que la oscuridad lo domina todo. De pronto, mirando uno de esos cielos africanos en los que las estrellas se golpean para hacerse hueco, escucho el sonido ronco de un hipopótamo. Aquel quejido me transporta a mi África soñada, la rural, en la que la vida salvaje se mezcla en sus aceras de barro. Echaba de menos ese contacto. Era feliz de volver allí.
El lodge es un milagro que explica el país. Lujoso y enclavdo en un sitio mágico, en los estantes no hay bebidas y algunas habitaciones no tienen ventanas, puertas o están habitadas por murciélagos. Todo fruto de la década de terror vivida. Durante diez años fue la maravillosa relación entre el dueño, Clive, al que llaman “Shonga boy” y sus trabajadores lo que le ha mantenido abierto. Los sueldos se pagaban con las divisas de algunos locos que decidían venir a un lugar en el que se mataron miles de animales entre otras cosas por la incursiones de las guerrillas provenientes de la fronteriza Mozambique. Algunas veces las excursiones con turistas terminaban a pie tras ser asaltados y robado el coche en medio de la visita. Una forma gratuita de incluir en el paquete un safari a pie hasta el hotel. Eso ya es pasado.
Entramos al parque. Me siento con Lenghton delante en el coche. Un tipo abierto, enemigo de Mugabe, que me explica que le quemaron la casa por “ser amigo de los blancos y apoyar a la oposición”. Me habla de su familia, de que su padre no puedo ir a la escuela y él sí y de que necesita comprarse un fúsil que cuesta 200 dólares para poder ser guía. “Ahorro para eso”, me cuenta. Asi pasamos varias horas, hablando, preguntando y fraguando una amistad efímera de las que se hacen en las rutas.
De pronto, mirando uno de esos cielos africanos en los que las estrellas se golpean para hacerse hueco, escucho el sonido ronco de un hipopótamo. Aquel quejido me transporta a mi África soñada
Mientras, el coche recorre un parque especial. Un paisaje único en el que no se ven muchos animales pero sí un jardín de baobas en medio de la selva. Los elefantes cruzan junto al mágico árbol africano con desgana. Gonazherou significa en shona “lugar de los elefantes”. Es cierto, ellos y los baobas son los dueños del paraje. Todo es aquí salvaje, real. Los impalas, por ejemplo, huyen despavoridos al oír el coche, señal de que el turismo hace años que aquí se ha parado (en otros parques africanos un coche forma parte del paisaje y los animales lo contemplan sin desconfianza). Llegamos hasta los riscos de Chilojo, vigilantes de un río y con sus picos en meseta de más de 300 metros de altura. Más coche, más camino de polvo. Pinchamos. Ayudo a Lengton a cambiar la rueda y reemprendemos camino hasta una laguna de acuarela. Verde, amarilla y salpicada de cocodrilos y aves. Justo detrás hay un inmenso baobab llamado la oficina de Shadreck. “Dentro del árbol agujereado vivió escondido durante décadas el furtivo más buscado del parque. Las autoridades lo capturaron hace seis años y murió en la cárcel”, me dice Lengton.
Tras dos días de reencuentro con la África natural seguimos viaje. Lengton me espera en la puerta del Lodge. Yo le hice unas fotos junto a los elefantes que quiere poner en una página web que sueña con construir para ofrecerse como guía. El me lleva a cambio una pulsera de pelo de elefante que llevaba en su muñeca. Nos damos un abrazo de despedida y me dice “aquí tienes una casa”. Nos vamos para las ruinas históricas de Gran Zimbabue.
Este viaje forma parte de la ruta de la agencia Kananga por Zimbabue.
Ruta Kananga: http://www.pasaporte3.com/kananga.php