Humboldt y el Teide

(…) antes de cruzar el Atlántico, Humboldt realizó una escala que le cambió la vida y sentó las bases, entre otras cosas, de la fitogeografía moderna. Fue en Tenerife, a donde llegó el 19 de junio de 1799. La partida de la corbeta española Pizarro que debía llevarle a tierras americanas.

Casi siempre la figura del explorador y naturalista Alexander von Humboldt (1769-1859) se liga al continente sudamericano y en concreto al Amazonas. Cierto es que este científico alemán en su viaje de 5 años por el continente sudamericano hizo grandes descubrimientos asociados generalmente a la geografía, pero también a la fauna, la flora y la meteorología. En tierras americanas trazó la conexión entre los ríos Orinoco y Amazonas.

Pero también es cierto que antes de cruzar el Atlántico, Humboldt realizó una escala que le cambió la vida y sentó las bases, entre otras cosas, de la fitogeografía moderna. Fue en Tenerife, a donde llegó el 19 de junio de 1799.
La partida de la corbeta española Pizarro que debía llevarle a tierras americanas, se demoró y, a la postre, le permitió sucumbir durante más tiempo a los encantos de la isla tinerfeña, de la que llegó a manifestar a su partida en una carta familiar: «Me voy casi con lágrimas en los ojos. Quisiera venir a vivir aquí».

Visitó el Jardín de Aclimatación de La Laguna y realizó inventarios botánicos en diferentes lugares de la isla, pero los 3.718 metros del Teide ejercieron un poder hipnótico sobre él -como sobre todos y cada uno de los que pisan Tenerife-, por otra parte. Especial relevancia tomó para Humboldt el valle de la Orotava.

Sus vivencias, estudios y comentarios quedaron reflejados en su libro Kosmos y sobretodo, en mayor medida, en su obra Voyager. Otro célebre teutón, Leopold von Buch se vio tremendamente influenciado por Humboldt y no dudó en ir a las islas afortunadas. De los estudios de éste último resultó el tratado de geografía física de Canarias. Humboldt llegó a escribir:

En la actualidad la figura de Alexander von Humboldt está muy presente en diferentes lugares de la isla pero quizá el icono sea el mirador erigido en su honor a finales del año pasado sobre el valle que tanto amó: La Orotava

«La cumbre del Pico de Tenerife, cuando una capa horizontal de nubes de una blancura deslumbrante separa el cono de las cenizas de la meseta inferior, y cuando, de repente, de resultas de una corriente que sube, la vista puede al fin penetrar desde el mismo borde del cráter, hasta las viñas de La Orotava, los jardines de naranjos y los grupos frondosos de plataneras del litoral». (Humboldt. Kosmos).

En la actualidad la figura de Alexander von Humboldt está muy presente en diferentes lugares de la isla pero quizá el icono sea el mirador erigido en su honor a finales del año pasado sobre el valle que tanto amó: La Orotava. Desde este fantástico mirador se observan no sólo las plataneras a las que hace mención en Kosmos, sino los diferentes pisos de vegetación que definió en el gradiente altitudinal desde el mar al Teide y que como digo, fueron la base de la fitogeografía o geobotánica que hoy conocemos. Humbold ya plasmó las diferencias en la catena altitudinal entre los cultivos, los bosques de laurel, el pinar, las retamas y la cumbre. Vegetación y fauna que, de alguna forma, van cambiando y están relacionados con la altitud a la que se encuentra y las condiciones ambientales que allí se desarrollan.

En el mirador, sentado al atardecer, el visitante quedará absorto contemplando la amplia visión del valle que desde tiempos remotos está considerado el Jardín de las Hespérides. Podéis aprovechar y comprar en la pequeña tienda anexa al restaurante del mirador, alguna de las obras de Humboldt, si bien es cierto que parecen dedicadas a sus paisanos. Es decir, mejor que sepáis alemán o lo llevéis de casa ya traducido…, si no, siempre queda el deleite en la contemplación del paisaje; de ver los viñedos, las plataneras, y el horizonte infinito del océano que un día Humboldt cruzó. Aunque como en muchas ocasiones es habitual, el tradicional mar de nubes se empeñe en ocultar el Teide, por debajo de esta “panza de burra” nubosa, siempre hay visiones que bien valen la pena con el Puerto de la Cruz, Los Realejos y la villa de La Orotava asentadas en uno d elos valles más bellos del mundo.

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