Monte Darwin: el desquite de Shipton

Por: Gerardo Bartolomé (texto y fotos)
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El desembarco se hacía en el fabuloso glaciar Pía, uno de los pocos que no está en retroceso. El silencio sólo era quebrado cada tanto por el trueno de algún trozo de hielo que al caer desde las alturas. Detrás del glaciar se destacaba el fantasmagórico Monte Darwin. Todos mis seguidores del barco estaban al tanto de la historia de su nombre.

En el verano de 1834 parte de la tripulación del Beagle se embarcó en tres botes para explorar la zona. Se adentraron por el canal parando aquí y allá para hacer sus mediciones topográficas. Decidieron acampar en una pequeña bahía al amparo de los vientos. Un gran glaciar compartía la bahía con ellos. Hicieron un fuego y empezaron a armar las carpas cuando un gran estruendo los hizo mirar hacia la masa de hielo. Un gran témpano se desprendió y cayó con fuerza a las aguas, un espectáculo maravilloso. Tan sólo uno de los expedicionarios notó que la caída había formado una enorme ola que avanzaba hacia los botes que estaban, sin atar, varados en la playa. El joven corrió y tuvo que meterse en el agua justo a tiempo para tomar la punta del cabo de uno que estaba siendo arrastrado aguas adentro. Fitz Roy felicitó al joven ya que si no fuera por su velocidad y audacia se hubieran quedado sin posibilidades de volver al Beagle, que estaba a más de cincuenta millas de allí. Como premio le prometió bautizar a la montaña más alta de la zona con su nombre. Así fue que Charles Darwin, ese era el joven, tuvo su propia montaña mucho antes de ser famoso por su teoría de la evolución.

Luego de una caminata por los alrededores mi grupo se sentó sobre unas piedras frente a la mole de hielo, extasiados por la belleza y soledad del lugar. Quedamos en silencio hasta que un colombiano preguntó: “¿Alguien habrá subido hasta allá arriba?”. El Monte sobresalía de la cadena montañosa que atraviesa la región. Le respondí que sí, que era una larga historia que comenzaba en el lejano Himalaya. “Perfecto. Tenemos tiempo.” dijo entusiasmado.

 Así fue que Charles Darwin, ese era el joven, tuvo su propia montaña mucho antes de ser famoso por su teoría de la evolución.

En la década del 30 el británico Eric Shipton organizó varias expediciones tendientes a encontrar la ruta de ascenso al techo del mundo, el monte Everest. Shipton se convirtió en “el hombre que conquistará el Everest” pero la guerra le puso un alto a sus exploraciones. Recién en el año 51 Inglaterra pudo volver a poner el foco en este objetivo. Inglaterra le encomendó a Shipton, entonces con cuarenta y cuatro años, que una vez más organizara un equipo para determinar la ruta de ataque que tomaría la última y definitiva expedición que conquistaría la gloria. El inglés, conformó un pequeño equipo junto con su hombre de confianza, el sherpa nepalés Tenzing y determinaron el camino de ascenso. Inglaterra dudó. Al año siguiente una expedición suiza, con la ayuda de Tenzing llegó a pocos metros de la cima. Inglaterra tembló, casi le robaban “su” montaña. Se buscó organizar rápidamente una expedición que no fallara. Shipton, el lider obvio, explicó su plan: un equipo pequeño y ágil podría conquistar el Everest. Inglaterra no quiso arriesgar, Shipton tenía varios años y era muy testarudo, tampoco querían arriesgar todo a un pequeño grupo. Prefirieron dejar la organización de una gran expedición en manos del Mayor John Hunt. Este no incluyó a Shipton pero sí a dos de sus discípulos, el sherpa Tenzing y el neozelandés Edmund Hillary. Ellos conquistaron el Everest.

“¿Pero como llega esa historia aquí? ¿A Tierra del Fuego?” preguntó impaciente, la mujer del colombiano.

Shipton cayó en una gran depresión por haber perdido la montaña para la que se había preparado toda su vida. Después de algún tiempo decidió dedicarse a ser la persona que más montañas hubiera conquistado, el mayor número 1 de la historia.
No quedaban muchos picos vírgenes en el hemisferio norte, por lo que puso sus ojos en el sur de Sudamérica. Viajó a los campos de hielo entre Argentina y Chile, allí había decenas de cerros inexplorados.
Su conexión con el mundo era a través de la radio del colono inglés de la Estancia Cristina, Percival Masters, que mis lectores conocen de una entrada anterior de mi blog .
Shipton conquistó todos los picos de esa zona y buscó nuevos desafíos en Tierra del Fuego. Fue así que en 1962, con ya cincuenta y cinco años, Eric Shipton conquistó la cima del pico más alto de Tierra del Fuego.

Shipton cayó en una gran depresión por haber perdido la montaña para la que se había preparado toda su vida. Después de algún tiempo decidió dedicarse a ser la persona que más montañas hubiera conquistado.

“¡A los botes!” nos llamaban. Empezaba a correr un viento helado. Embarcamos y el zodiac esquivaba témpanos y, seguido por petreles, nos llevaba de vuelta al Australis que esperaba anclado a casi un kilómetro. Desde el bote miramos por última vez al Monte Darwin. “Me puedo imaginar a Eric Shipton allá arriba” dijo el colombiano. “Hubiera sido imposible” le contesté yo misteriosamente.

Ya de vuelta en el barco y ya devueltos los chalecos salvavidas nos sentamos en el bar con un whisky escocés y hielo del glaciar. Entonces les conté la tercera historia del Monte Darwin.

En 1970 un grupo de neozelandeses organizó una expedición para explorar los campos de hielo de la cima de la Cordillera Darwin, donde se encuentra el cerro homónimo. Con mucho más equipamiento y mejores mapas que Shipton, encontraron que lo que el inglés había subido era efectivamente el punto más alto de la zona pero que éste no era el Monte Darwin. Fitz Roy se había equivocado, había una cima no visible desde las aguas, más alta que la que él bautizó Monte Darwin. En las alturas, Shipton no podía reconocer las montañas y escaló el pico más alto convencido de que era el Darwin pero era otro que no tenía nombre. Así fue que, al igual que el Everest, en Monte Darwin también se le escapó al inglés. Pero sin saberlo él ganó otra cosa… Los neozelandeses bautizaron ese pico sin nombre como Monte Shipton el que, por cuarenta metros es el techo de Tierra del Fuego.

En el bar del Australis hicimos un brindis a la memoria de Eric Shipton. ¡Salud!

Contacto@GerardoBartolome.com
Gerardo Bartolomé es viajero y escritor. Para conocer más de él y su trabajo ingrese a www.GerardoBartolome.com

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