San Juan de Chamula: el extraño rito maya de la Coca Cola

Por: Javier Brandoli (texto y fotos)
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«Yo estaba allí, en el año 1971, cuando se promulgó el reparto de tierras y posterior colonización de la selva. Entonces se abrían caminos a machete para poder comunicar a las nuevas poblaciones y cuando se conseguía la proeza el primer camión que entraba era el de la Coca Cola que entregaba gratis botellas a todos los vecinos que no habían visto nunca esa bebida», explica Pancho Álvarez, escritor maya y uno de los grandes especialistas en todo este universo cultural donde la magia y los sueños se mezclaron con la costumbre.

Algo más de cuatro décadas después el famoso refresco, que el 8 de mayo conmemoró su 129 aniversario, ha conseguido convertirse en sagrado en un pequeño y humilde pueblo de las montañas de Chiapas, San Juan de Chamula. Allí, la Coca Cola forma parte de sus sincréticos ritos religiosos, donde se venera a santos y vírgenes cristianas bajo ceremonias mayas en las que incluso se practica el chamanismo dentro de la misma iglesia de la población. La Coca Cola forma parte de las ofrendas. Vemos a gentes tiradas por el suelo y el sacrificio de una gallo, al que una chaman retuerce el pescuezo y se lo pasa por la espalda a un adolescente de gesto asustado. “Esta es una ceremonia importante por el número de velas que se queman. Las llamas son una barrera de soldados contra el mal”, nos explica Pancho. Está prohibidísimo, bajo pena de arresto incluso, hacer fotos sin el complicado y pagado permiso de las autoridades locales.

Las llamas son una barrera de soldados contra el mal

La bebida estadounidense es hoy de la vida de esta comunidad. «Todo trato religioso, cívico o comercial, lleva aparejada la entrega y bebida de cocacolas», nos cuenta Pancho. «Aquí prácticamente sólo vendemos Coca Cola», confirma Manuel, un joven que trabaja en una tienda que vende bebidas cerca de la Iglesia. Cada botella cuesta ocho pesos (0,45 euros). En ese momento, mientras tomamos en la puerta del bar un posh, aguardiente local, pasa un extraño desfile de chamulas vestidos de forma tradicional delante de nosotros. Lanzan cohetes y explotan petardos a su paso. Aparece entonces un hombre completamente borracho que se acerca a nosotros con un cuchillo en la mano pero está demasiado ebrio para ser la amenaza que no pretende ser.

Pancho nos lleva luego a casa de su compadre Juan Gallo, un pintor y humanista tzotzil que vive en la localidad y que ese día deja el cargo de mayordomo, cargo religioso, lo que conlleva una gran fiesta. Gallo es un humanista chamula al que encontramos finalmente en la gran ceremonia sincretista de traspaso de poderes, donde cantan unos mariachis y, esa costumbre demasiado universal, que dicta que las mujeres se sientan lejos y en los peores sitios y los hombres ocupan las sillas destacadas. “Aquí hay una fiesta casi a diario”, nos cuentan. No lo dudamos.

Trajo hace unos años a una televisión japonesa a la que le explicó que donde él vivía la Coca Cola se había convertido «en agua bendita»

Gallo trajo hace unos años a una televisión japonesa a la que le explicó que donde él vivía la Coca Cola se había convertido «en agua bendita». La BBC también ha pasado por este pueblo para narrar esa historia en el que un refresco, el mayor símbolo de la globalización, es venerado por una tribu legendariamente indomable y anclada en el pasado. Ironías del destino y la globalización.

El camino de esa hegemonia no fue fácil. Los chamulas usaban otras bebidas locales, como la cervecita dulce o el chocolate, antes de que desembarcara en aquellos riscos y páramos la flota de camiones de la multinacional estadounidense. «Cuentan que en otro pueblo de la zona unas mujeres envenenaron al obispo cuando les prohibió que siguieran con sus costumbre de tomar chocolate en la misa de las seis junto a sus sirvientes», dice el enérgico Pancho, al que se le acumulan las historias, para confirmar lo arraigado de aquellos gustos. «La Coca Cola lo borró todo».

Hubo hasta una guerra interna con enfrentamientos a pedradas entre los dos grupos hegemónicos que se disputaban el poder del más allá y el más acá. «Los pepsicolos y los cocacolos se enfrentaron y los segundos acabaron haciéndose con el control», recuerda Pancho. Hay cajas y botellas de la marca rival en San Juan de Chamula, pero son antiguas o minoritarias.

Los pepsicolos y los cocacolos se enfrentaron y los segundos acabaron haciéndose con el control

El negocio creció rápido, la distribuidora se instaló a las afueras de la cercana San Cristóbal de las Casas y en este empobrecido mundo se creó una nueva aristocracia que eran los señores de la Coca Cola. «En San Juan de Chamula el presidente municipal ha sido en muchos casos el presidente de la distribuidora o alguien próximo a él», afirman algunos vecinos que asisten con sus vestimentas chamulas a la denominada fiesta de la cruz o de la madre tierra. «Cuando llega el camión de la Coca Cola y se otorga quien será el distribuidor, se otorga el poder», reafirma Pancho.

Junto a la fiesta, Mariano, de 31 años y miembro del grupo de rock Wootick, nos invita a su pequeño bar y local de ensayos. «Yo he decidido dejar de vender Coca Cola en mi bar. No nos agrada y no forma parte de nuestra cultura», dice. El joven rockero tzotzil, amante de Pink Floyd y que toca una guitarra eléctrica, mantiene un complicado discurso reivindicativo: «No nos agrada el sistema occidental, queremos volver a lo nuestro. Tenemos nuestra medicina natural y queremos tener nuestras escuelas. La Coca Cola es parte ya también de nuestra tradición y parece que todo el pueblo está en deuda con ellos. Tiene mucho azúcar y nos provoca enfermedades que antes no teníamos», sostiene. Uno de los temas del primer álbum que pretenden sacar, para consumo en Chamula, tiene un tema, Ya’ k’ot-Banamil, que habla de esa veneración a la madre tierra y de ese paso atrás mirando adelante. Todo en esa complejidad de Chamula en la que las guitarras eléctricas reclaman una vuelta al ayer.

Las guitarras eléctricas reclaman una vuelta al ayer

La confrontación y deseo ante tan poderoso y sabroso rival llevó al propio subcomandante Marcos (rebautizado ahora como Galeano), líder del revolucionario movimiento zapatista de Chiapas, a recibir una reprimenda de los suyos que amonestaron a los mandos zapatistas por salir en alguna imagen pública bebiendo Coca Cola y no productos locales. «Un amigo mío con otras personas son los que les llevaron las frutas locales y les preguntaron si no podían beber aquellas cosas de su tierra», recuerda Pancho.

Y mientras, en la localidad de San Juan de Chamula la vida es algo demasiado lejano y demasiado complejo para pretender siquiera explicarlo vagamente sin que sean necesarios mil hojas y cien años. Realmente Chamula es otro planeta. En lo superficial, el pueblo prohíbe a los que no sean chamulas, incluso a los mestizos, poseer allí tierras. Una forma de blindarse ante el resto del mundo y que ha hecho de su independencia algo legendario, incluso para los conquistadores españoles a los que les costó mucho vencerlos. «El error fue cuando desde las murallas les lanzaban takin, que en lengua local quiere decir escremento del sol y que para los españoles tenía una traducción más simple y práctica, oro», cuenta el escritor maya con cierta acidez hacia todo lo relacionado con la Conquista.

El error fue cuando desde las murallas les lanzaban takin, que en lengua local quiere decir escremento del sol

Entonces, se entra de nuevo en esa iglesia de San Juan en la que al sacerdote católico sólo le está permitido realizar bautizos y donde el suelo está cubierto de hojas de pino y velas que parecen iluminar y quemar todo, y el mundo parece doblarse en un total imposible. Junto a cientos de velas con la cara de la vírgen de Guadalupe y Jesucristo, frente a la mirada de unos santos a los que durante años castigaron con ropas negras por no impedir la pobreza de la ciudad, los ritos mayas se suceden. Cuesta creer lo que se ve. Hay otros cientos de velas más ardiendo en rituales que ponen luz en la oscuridad y en las que los dioses mezclan esencias, magias y costumbres.

Y en ese mundo fantástico se duda si será verdad el inicio de todo ese sincretismo religioso que narra la llegada de Nuestra Señora de Dolores de los lacandones a una isla inexpugnable donde ellos vivían y ella, rubia y bella, conquistó a Hachakyum, el Dios supremo de los mayas, y se lo llevó a vivir a una fortaleza separada de todo. La historia me la cuenta Pancho mientras contemplamos alguna botella de Coca Cola enterrada junto alguna tumba de su original cementerio. Vemos a una familia que probablemente lleva todo el día allí comiendo y charlando, niños y mayores, junto a las tumba de sus ancestros.

Detrás queda el mercado de la plaza, lleno de indígenas vendiendo frutas, pieles, vestidos que cuanto más pelo llevan son más sagrados. Finalmente nos vamos y contemplamos desde el coche un cartel en la carretera que da a todos los visitantes una bienvenida y un adiós. El cartel dice así: «Bienvenidos a San Juan de Chamula. Destapa la felicidad. Coca Cola».

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