Atravesamos el puente de Oresund, un hilo de asfalto de casi ocho kilómetros de largo, que nos alejaba de Dinamarca con la misma suavidad que nos acercaba a Suecia. Los países nórdicos se empeñan en mantener el orden sobre todas las cosas, ya sea en el centro de las ciudades o sobre el Mar Báltico. Esa fue la primera sensación que me asaltó al alcanzar la ciudad de Malmö: estaba en un lugar imperturbable, cómodo, silencioso donde la gente parece andar de puntillas para no molestar al vecino.
En el puerto, los veleros se recortaban al atardecer, los niños se tiraban al agua sin gritar, casi sin salpicar, y algunos enamorados paseaban de la mano en las orillas de Suecia.
Las casas del centro mantienen la dignidad del paso del tiempo, donde todo tiene una aire antiguo pero nada parece viejo. El cartero hacía su trayecto en bicicleta, repartiendo facturas o cartas de amor con la misma sonrisa. Un hombre se encargaba de incinerar las hierbas que crecían entre los adoquines de piedra, porque hasta las briznas han de estar civilizadas. Las mujeres, rubísimas, caminaban por las calles dando sentido a los semáforos que detenían con garbo su paseo. Los hombres se sentaban en los bancos con sus trajes impecables y la tarjeta de crédito dispuesta a garantizar una vida sin sobresaltos.
Todo tiene una aire antiguo pero nada parece viejo. El cartero hacía su trayecto en bicicleta, repartiendo facturas o cartas de amor con la misma sonrisa.
Algunas farmacias parecen museos y hasta las tiendas de quesos huelen bien. El centro de Malmö representa el carácter escandinavo, sobrio y esbelto, sin alardes. Es fácil recorrer sus plazas y en este lugar hasta el equipo de cámara me pareció más liviano porque todo fluye con una normalidad extraordinaria. Muchos jóvenes salían de los centros comerciales sin acelerarse, con el paso firme de quien tiene un futuro asegurado.
Sin embargo, Malmö ha sucumbido a un pecado venial, poco común en el norte de Europa: la ostentación.
Arquitectos de todo el mundo se reunieron en Malmö para crear el Västra Hamnen, un barrio concebido para aquellos que ven en Ikea un rasgo de vulgaridad. Las casas están diseñadas con la creatividad que permite una buena cuenta bancaria. Hay fachadas de cristal, donde es posible ver el interior de la vivienda y a sus habitantes leyendo los periódicos color salmón. Me pareció un acto de exhibicionismo sin reservas.
Otras casas tienen jardines y riachuelos donde mojar los pies en verano y tal vez patinar sobre el hielo en invierno.
Debo añadir que estos millonarios de Suecia son gente muy educada y hospitalaria. Nos recibieron en una de estas viviendas permitiéndonos grabar el interior de su hogar, su íntima felicidad de diseño. Y quiso el destino que el propietario de aquella pequeña mansión tuviera en propiedad compartida un apartamento en el piso 51 del edificio más emblemático de la ciudad: La Turning Torso Tower.
Nos recibieron en una de estas viviendas permitiéndonos grabar el interior de su hogar, su íntima felicidad de diseño.
El español Santiago Calatrava diseñó el rascacielos, que se retuerce como el Discóbolo de Mirón petrificando el gesto sobre la ciudad. Sólo es posible grabar -y mirar- el edificio con panorámicas verticales, estirando el cuello y abriendo la boca como reconocimiento al porte de tal arquitectura.
Tardamos pocos segundos en hacer el viaje vertical de 51 pisos. Al llegar a nuestro destino, entendí que estábamos en lo alto de uno de los edificios de apartamentos más altos de Europa. Desde allí era posible ver en picado las piscinas de las casitas del barrio de Västra Hamnen; el Puente de Oresund sobre el mar, que es aquí lo único que escapa al control de los hombres; vi los puntitos de gente que se movían camino de un parking o de un velero o de una oficina o un centro comercial o de un amor de diseño, que todo aquí me pareció ideal o irreal. Para alguien con espíritu mediterráneo, Malmö es una ciudad perfecta, pero le falta el caos de las noches madrileñas, un exabrupto de vez en cuando, una carcajada andaluza y algún que otro contratiempo en el que poder enredarse.