Debían pensar que yo era “El loco del papel” o más bien “O maluco do papel”, porque iba de acá para allá por la plaza con un papel en una mano y una pequeña cámara de fotos en la otra. Y algo de cierto había en ello. Estaba aprovechando un cortísimo viaje a Río de Janeiro para seguir uno de mis pasatiempos preferidos: comparar un antiguo dibujo con la realidad actual. En mis manos tenía una copia del grabado del artista del Beagle, Augustus Earle, realizado en 1833 cuando la expedición que llevaba a Darwin alrededor del mundo se detuvo en la que entonces era la ciudad más importante de América.
En el dibujo se observaba en primer plano un muelle con escaleras por las cuales descendían esclavos llevando pesadas bolsas. Más atrás, una amplia plaza en la que sobresalía un importante edificio de tres pisos, el Paço Imperial. Exactamente en ese lugar me encontraba yo, el centro antiguo de Río de Janeiro. Ésta, la Plaza XV, sin duda ha perdido el esplendor de aquella época. Una autopista elevada la atraviesa cambiando absolutamente la ambientación. Sin embargo, como yo estaba constatando, los edificios que la pueblan son prácticamente los mismos que hace 200 años.
Estaba aprovechando un cortísimo viaje a Río para seguir uno de mis pasatiempos preferidos: comparar un antiguo dibujo con la realidad actual
Los primeros portugueses que llegaron eligieron una playa, llamada Piaçaba, para embarcar y desembarcar productos. Así, ésta se convirtió luego en el centro de la población. La necesidad de espacio para estas operaciones los obligó a crear un muelle y una gran plaza. En 1733 allí se construyó la Casa de los Gobernadores. En 1763, cuando la capital de la colonia se pasó de Salvador a Río de Janeiro, el palacio pasó a llamarse Paço dos Vice-Reis. Para embellecer la plaza se trajo de Lisboa una importante fuente.
En mi rol de “El loco del papel” caminé hasta la fuente del “Maestro” Valentín, cuyo nombre recuerda al artista que la ideó. En el extremo derecho del dibujo de Earle se veía que antiguamente la fuente estaba pegada al muelle pero ahora se encuentra a unos 50 metros de aquel, lo que demuestra que, con rellenos, se le ganó terreno al mar. Varias personas pasaron raudas a mi lado. Un barco acababa de llegar de algún punto de la gran bahía, pues el muelle sigue operativo hasta el día de hoy.
Tenía una copia del grabado del artista del Beagle, Augustus Earle, realizado en 1833 en la expedición que llevaba a Darwin alrededor del mundo
En 1808, con la llegada de la familia real portuguesa, huyendo de las armas de Napoleón, el edificio pasó a ser sede del reino entero y así asumió el nombre de Paço Real ya que desde allí gobernaba Dom João VI. Caído el emperador francés el monarca portugués volvió a Lisboa dejando a su hijo, Pedro, a cargo de la enorme colonia. Aquél declaró la independencia y, cuando su padre lo conminó a volver a la metrópoli, Dom Pedro, desde un balcón del Paço y frente a una multitud delirante, pronunció su famoso “Fico” (“Me quedo”). Así nació el Imperio de Brasil y el Paço se convirtió en el Paço Imperial.
En el centro de esa plaza, que se llamó Largo do Paço, yo seguía observando el dibujo. En el fondo, a la derecha, una iglesia. Todavía existe. La fotografié. En el costado derecho de la plaza, el mismo arquitecto del Paço había construido una casa de altos para la rica familia Telles de Menezes. Levanté la vista y constaté que la construcción aún está allí, luciendo exactamente igual que en el dibujo. Mirando con mayor detalle el grabado noté que en el centro de lo de Telles había un importante arco por donde, seguramente, ingresarían los carruajes de la familia o de sus invitados. El arco todavía existe y un cartel nos recuerda al primer propietario del edificio, dice “Arco do Telles”. Crucé el arco y entré en un mundo totalmente distinto, donde angostas callejuelas mantienen ese aire colonial tan difícil de encontrar en una bulliciosa ciudad. Tomé algunas fotos de esa Travessa do Comercio antes de volver a la gran plaza.
Crucé el arco y entré en un mundo totalmente distinto, donde angostas callejuelas mantienen ese aire colonial tan difícil de encontrar en una bulliciosa ciudad
En el siglo XIX dos paradigmas dominaban a la antigua colonia portuguesa. Uno era la rareza de una dinastía en América y la segunda era la vergonzante realidad de la esclavitud. El tiempo demostró que estas dos verdades estaban apoyadas una en la otra y ambas vinculadas al famoso Paço Imperial. La familia real, que allí compartía con el pueblo sus grandes eventos como coronaciones y casamientos reales, era cada vez más cuestionada por la progresista sociedad brasileña. Pero la realeza buscó apoyo para sobrevivir en los poderosos terratenientes que dependían de la mano de obra esclava, para explotar la riqueza de sus latifundios. Así, primero Dom Pedro I y luego Dom Pedro II, se sostuvieron en la esclavitud.
En la década de 1880 Brasil era el único país occidental que todavía tenía esclavos. Dom Pedro II, según algunos un bon vivant y según otros un hombre enfermo con necesidad de avanzados tratamientos médicos, había viajado a Europa dejando como regente a su hija, la Princesa Isabel. Ella no pudo permanecer indiferente a la aberración de la esclavitud y, probablemente, tampoco entendía el oscuro pacto que sostenía a su familia. Así fue que el 13 de mayo de 1888, en el Paço, ella firmó la Ley Aurea liberando los esclavos. Una enorme multitud se reunió para festejar ese fundamental paso.
Hoy en el Paço Imperial funciona un museo. Lo visité en mucho menos tiempo de que lo que se merece. Una serie de maquetas atrajo mi atención. Representaban los distintos aspectos del edificio a lo largo de casi 300 años de remodelaciones. Con el grabado de Augustus Earle en mi mano constaté cuán exacto era el dibujo. También en el museo me enteré de que el Paço fue el primer edificio latinoamericano en ser fotografiado. Allí estaba su imagen sepia en una tarde de 1840.
En el museo me enteré del abandono en el que cayó el Paço luego de la partida de la familia real hasta que en 1982 el Gobierno decidió restaurarlo
La enorme crisis económica producto de la abolición, sumada al fin del apoyo de los terratenientes, dejaron a la familia real sin defensa. Creció el movimiento republicano. Ante esta inestabilidad política Dom Pedro II se apuró a volver al país, pero poco pudo hacer. El 15 de noviembre de 1889 se produjo un levantamiento y el emperador fue depuesto. Inmediatamente la familia imperial fue alojada en el Paço a la espera de un barco que los llevara al exilio.
En el museo me enteré del abandono en el que cayó el Paço luego de la partida de la familia real hasta que, finalmente, en 1982 el Gobierno decidió restaurarlo con aspecto similar al que tuvo en 1818.
Ya casi sin tiempo salí a la luz de la plaza, el ex “Largo do Paço” que hoy se llama Plaza XV en memoria de aquel 15 de noviembre en el que Brasil dejó de ser un imperio. Caminé la corta distancia que Dom Pedro, la Princesa Isabel y su familia recorrieron hacia el barco que los alejó para siempre del país que gobernaron, apenas dos días después del golpe republicano. No volvieron a pisar suelo brasileño. Dom Pedro murió poco después, el 5 de diciembre de 1891, en París; su hija, la Princesa Isabel, casi treinta años después.
Caminé la corta distancia que Dom Pedro, la Princesa Isabel y su familia recorrieron hacia el barco que los alejó para siempre del país que gobernaron
Se me hacía tarde. Guardé el papel en un bolsillo; paré un taxi. Mientras éste me llevaba al aeropuerto no pude dejar de pensar, con ironía, que en la ciudad conocida por sus playas y su carnaval yo me había dedicado a cazar historias. Un verdadero viaje al pasado.