Sobre aquella roca el Serengeti parecía una planicie sin vida. Es justo en esa entrada, sobre ese kopje (palabra afrikáner para denominar los montículos de rocas creados por explosiones volcánicas), donde comencé a comprender un sitio que llevaba toda mi vida imaginando. Veníamos de atravesar una tormenta que hundía las ruedas de nuestro Land Cruiser en el fango. En el cielo se dibujó un arcoíris gigante de esos que siempre parecen indicar algo místico para luego sólo indicar que ha llovido y es probable que ya no vuelva a llover. “Muchas veces no podemos subir a estas piedras porque alguna leona ha venido aquí a parir su camada”, me dice Wilson. Joder, aquel inicio no podía ser más perfecto.
Muchas veces no podemos subir a estas piedras porque alguna leona ha venido aquí a parir su camada
Al pasar la puerta una enorme pista de arena y una recta infinita nos adentra en el parque. A los lados veo la nada más llena de vida que nunca contemplé después de maese Ngorongoro (insuperable). La hierba estaba alta salpicada por alguna pequeña acacia, el viento me pegaba en la cara y yo era jodidamente feliz de contemplar que en aquel páramo verde como la vida se removía con oscenidad.
No tardamos mucho en comenzar a coleccionar animales. Lo malo para Wilson, mi fabuloso compañero de loveliveafrica, fue aquel momento en el que yo de pie en el coche, solemne, rotundo, dije “Stoooop”. En medio de aquel manto verde, con una luz baja, ya muy de atardecer, mis magníficos ojos de explorador, entrenados en más de 30 parques de toda África y diez países, divisaron una cola alta moviéndose a media distancia que sin duda era de un felino. ¿Seguro?, pregunta él. “No hay duda, ahí hay algo”, contesto yo ya con algunas dudas. Giramos el coche y fuimos en aquella dirección. Había tensión, en un principio no se ve nada y de pronto aparece un león macho de entre la maleza subiendo por unas rocas.
Yo, humilde, hinché el pecho, puse esa cara condescendiente que ponen los ganadores cuando recogen la copa, mientras Wilson me decía, “muy buenos ojos, era muy difícil de ver”. Digo que aquello fue lo malo para Wilson porque en los siguientes días le hice parar 657 veces ante lo que sin duda era un felino y resultaba ser un facóquero, un tronco o un autobús.
En los siguientes días le hice parar 657 veces ante lo que sin duda era un felino y resultaba ser un facóquero, un tronco o un autobús
Pero aquel camino hacia el Dunia Camp, uno de esos lugares en los que ahora dos meses después dudo de si llegué a estar o lo he soñado, el Serengeti se convirtió en un regalo inesperado. Tras el león, en aquellas rocas, había otra pareja más, hembra y macho; luego, en la carretera se nos cruzó un serval, un felino pequeño y lindísimo, parecido a un gato, que es muy difícil de ver. Ya, para el final, apareció uno de los animales más complicados de ver en el Serengeti, un enorme ejemplar de rinoceronte blanco que nos tuvo demasiado tiempo contemplándole hasta ya caernos encima la noche.
Al llegar al Dunia nos esperaba una hoguera, una buena cena y una de esas tiendas que te permiten dormir en la sabana, a todo lujo, sin ninguna protección o valla. “Algunas noches cuando llueve los leones vienen hasta la tienda del restaurante a refugiarse de la lluvia”, me dice el director en la cena. Una de las noches que llegábamos al campamento, a menos de 500 metros de nuestra tienda, tropezamos con tres leones que descansaban entre la maleza. Allí, junto a donde duermes.
Eso sería como pedirle a Florencia que no tuviera mil turistas paseando por el Ponte Vecchio
¿Qué es el Serengeti? Es lo excesivo. Es excesivamente bello y está lleno de animales como no vi ningún parque en África. Es cierto también que hay más coches; en algunos sitios de Zambia, Zimbabue o Uganda he llegado a estar toda una jornada sin cruzarme con un carro, pero eso sería como pedirle a Florencia que no tuviera mil turistas paseando por el Ponte Vecchio.
No puedo decir cuántos leones vi en tres días, cuántas hienas, cuántos leopardos. Siempre hay un punto de suerte en los safaris, pero en el Serengeti casi la suerte es no verlos para poder contar que saliste de allí sin ver nada. Eso sí te convierte en especial, en único. Sus llanuras infinitas, sus kopjes, sus ríos, su vida en los árboles.
Nos confirma que se trata de dos preciosos “piedrocerontes” machos
Luego uno ante esa orgia visual uno puede creer que ve lo que no ve. Nos pasó una anécdota genial con un norteamericano, un hombre ya de unos 60 años. Íbamos por una carretera perdida dos vehículos cuando el hombre nos hace unos gestos de satisfacción. “Sí, conozco esa mirada, era parecida a la mía cuando divisé el león”, pienso. “Dos rinocerontes” nos dice con aspavientos. “Allí a lo lejos”, nos indica. Tan a lo lejos que parecía que señalaba Mozambique. Pero sí, en el horizonte hay dos machas blancas. Cogemos los prismáticos y miramos. Demasiado lejos. No se mueven. “No sé, deben ser tímidos”, pienso. Entonces mira también Wilson y nos confirma que se trata de dos preciosos “piedrocerontes” machos.
Nuestro amigo el norteamericano mientras mira y mira. Celebra su éxito con su esposa. Está eufórico. Arrancamos. Ellos también. 200 metros más adelante el estadounidense para el coche y ya a gritos, casi con cierto desdén, pero sabedor de que sus ojos lo han llevado a la gloria, nos mira y nos dice: “!!!!THREE RINOS AGAIN!!!!!”. Levantaba los brazos, la vista y explicaba a su mujer como aquellas manchas grises del horizonte eran tres grandes ejemplares de un animal que cuenta con doce ejemplares en todo el parque. Él, en 500 metros, había visto cinco. Otra vez que cogimos los prismáticos y vimos que esta vez eran “piedrocerontes” hembras. Decidimos callar y dejarle creer que era un genio capaz de divisar rinocerontes a un kilómetro. No era justo robarle esa satisfacción del abrumador éxito.
Otra vez que cogimos los prismáticos y vimos que esta vez eran “piedrocerontes” hembras
Imagino a aquel hombre llegando a su campamento, junto a la hoguera, y explicando a todos que había visto 654 rinocerontes, que son las piedras que calculo pudo cruzar hasta que volvió a su hotel. ¿Qué más da? Uno tiene la sensación de que en el Serengeti uno tiene derecho a ver lo que le dé la gana. Entre otras cosas porque si hizo una foto al volver a casa seguro que al ampliarla descubrió que no había rinocerontes, pero probablemente descubrió que había leones, guepardos, leopardos, hienas, dragones y unicornios
No puede ser más bonito un lugar ni más complicado explicarlo. Hay sitios que por exceso de evidentes tienes la sensación de que cualquier artículo es estúpido, sobra. Aquellos tres días son parte de mis mejores recuerdos de la fascinante vida animal que me tiene enganchado desde que llegué a este continente.
P.D. No he hablado de la gran migración del Serengeti, le dedicaré el siguiente post en exclusiva. Ese espectáculo, en mis viajes por el mundo, sólo es comparable a cuando contemplé los gorilas de montaña en Uganda.