Cuando se muere por vivir

Por: Daniel Landa

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Morir no parece, en principio, que esté entre los planes de ningún viajero. Pero la gente muere. La tragedia puede alcanzarnos cruzando una calle del barrio o visitando Afganistán. Y aunque la diferencia en ambos casos parece gigantesca, si atendemos a la estadística, hoy viajar a Afganistán no es jugar a la ruleta rusa, no es una locura y no es un destino de guerra. Sin embargo, tres españoles tuvieron la desgracia de morir, asesinados por un loco, un lobo solitario del ISIS o un radical enajenado. Los motivos del verdugo ya importan poco. Lo cierto es que era muy improbable que aquello sucediera y sucedió.

Y entonces ocurre que esa noticia libera a la jauría que ladra y muerde desde el sofá. Los mensajes hirientes, el ruido atronador que culpa y estigmatiza a quienes tienen la inquietud que a ellos les falta. Otros marcan la diferencia entre el turista y los corresponsales de guerra, estos sí legitimados para asumir riesgos. Y en general, después de esa tormenta de juicios rápidos, de zascas y de burlas que convierten a la víctima en un gilipollas, llega el silencio breve hasta la siguiente noticia con la que cebarse, con la que gritar cualquier cosa… y el olvido se instala en las cunetas de Afganistán, que ya tan solo lloran las familias de los muertos.

Con estos pensamientos sobrevolándome tropecé en twitter (X) con otro artículo que abordaba este tema de los españoles asesinados en Afganistán. Lo escribía un buen amigo, Javier Brandoli en El Confidencial. Y aunque conozco bien a la persona, sus argumentos no eran los de un amigo, sino los de un corresponsal que ha escrito reportajes desde cuatro continentes y ha viajado por medio mundo como periodista. Me alegró ver que no hablaba desde la atalaya que legitima al corresponsal, sino que aterrizaba en la parte más humana y empatizaba con las víctimas:

 “El que va a Afganistán, a Honduras, o a El Congo, ya ha viajado por mucho mundo. Le encanta viajar, algunos hasta les encanta contar en sus blogs sus viajes, por las razones que sean, y eso no les hace culpables de nada que no sea de atreverse a ir a algunos sitios con mayores riesgos a disfrutar, a saciar su curiosidad”.

Nada enorgullece más al precavido que el cobijo que le proporciona no salir a ninguna parte

Basta leer algunos comentarios a este artículo para entender que una parte de la sociedad parece regocijarse en haber optado por la opción de no salir, critican al intrépido por el hecho de serlo, niegan la solidaridad a la víctima, y llegado el caso, se empeñan en castigar de una forma despiadada el mayor de los pecados: la imprudencia. Nada enorgullece más al precavido que el cobijo que le proporciona no salir a ninguna parte y nada le irrita más que la repatriación de un aventurero que siempre, siempre, siempre, es culpable de algo.

Eso no significa que haya que disculpar cada ocurrencia o que confundamos la valentía con la temeridad. Hay viajeros irresponsables que frivolizan con el peligro e incluso hay algunos que sienten emoción en zonas calientes. Brandoli censura -y yo lo comparto- esa nueva ola que ha creado turistas de guerra o de catástrofes naturales, porque no todo vale en el álbum de la aventura personal. Al horror de un conflicto no se va de visita. Me parece morbosa la actitud de quien persigue el olor a muerte, pero es que hay muchos países sin guerra donde la curiosidad sí es legítima aunque se asuman ciertos riesgos. Mucha gente viaja a países poco convencionales, de cierta inestabilidad, por una vocación igual de respetable que la del reportero que acude con una cámara a una zona de conflicto. Despreciar sus motivaciones resulta presuntuoso. Se trata sencillamente de un deseo por seguir conociendo, de ampliar el prisma. De viajar.

Hay viajeros irresponsables que frivolizan con el peligro e incluso hay algunos que sienten emoción en zonas calientes

Del artículo de Javier, me quedo con el principio que tal vez es el mejor final: “No disparen al pianista. Mucho menos disparen al pianista cuando ya está muerto. No se ensañen. No señalen como atenuante que la falda era muy corta. No descerrajen sus ‘a quién se le ocurre’. No aleccionen desde los sofás de sus casas, con sus teléfonos en la mano, sobre un mundo que desconocen. No descarguen odio ante un drama. No sean malas personas, si pueden evitar serlo.”

 Pues eso. No sean malas personas. Y con esa idea, me fui a dormir, sin sospechar que despertaría con otra tragedia que, esta vez, me atragantó el recuerdo. Una noticia revelaba otra muerte de un español fuera de casa, esta vez en Etiopía. Era el fotógrafo y creador de la agencia de turismo Rift Valley: Toni Espadas.

Toni no era corresponsal de guerra, ni un influencer, ni un irresponsable. Llevaba 25 años prendado de África, se adentraba en cada país, en cada tribu y le importaba la gente. Tenía un compromiso con los lugares donde operaba como guía turístico. Amaba África. Y alguien, un tipo armado, un cualquiera le disparó por cualquier razón. Ya está, fin de la historia. Ignoro si alguno ladrará por su repatriación. Tampoco importa.

Amaba África. Y alguien, un tipo armado, un cualquiera le disparó por cualquier razón. Ya está, fin de la historia

Toni Espadas fue, además, quien me abrió todos los caminos del continente durante la pandemia, cuando atravesamos África para grabar la serie documental Atlántico. Posiblemente fue imprudente aquel viaje, puede que atravesar Camerún, Gabón, El Congo, Angola, Namibia y Sudáfrica fuera una temeridad y tal vez alguien piense que no estaba moralmente legitimado para asumir el riesgo. Él jamás cuestionó nuestro afán por completar el viaje. Nunca intentó disuadirnos de grabar África durante aquella época en la que nadie visitaba África. Gracias a él vivimos experiencias memorables, conocimos etnias en los confines de la selva, atravesamos desiertos y completamos nuestro trabajo. Pero daría lo mismo si no fuese por trabajo.

Tampoco yo me atrevería a juzgar las razones que le llevaron a guiar a un equipo de televisión chileno al Valle del Omo, en Etiopía, pero sé que sentía una pasión irrefrenable por lo que estaba haciendo. Yo conozco esa sensación, la emoción de estar en lugares que no te pertenecen, la sensación de felicidad cuando te pierdes en uno de los zocos de Bagdad, cuando alcanzas el extremo del mundo a 67 grados bajo cero en las islas Diomedes o cuando cruzas, con 25 años, el desierto del Baluchistán camino de Singapur escoltado por varios militares pakistaníes porque un día soñé hacer mi primer documental. En ninguno de esos sitios busqué el riesgo, de hecho tengo por costumbre intentar evitarlo, pero es más fuerte la querencia de conocer el mundo y tratar de completar el puzzle inabarcable de la raza humana. Y eso no me convierte ni en un héroe ni en un gilipollas.

Tal vez sea precisamente el Valle del Omo uno de los lugares donde ese puzzle tiene algunas de las piezas más fascinantes de nuestra especie. A Toni, supongo, le guió siempre la curiosidad, la sed por saber un poco más, por descubrir otro rinconcito nuevo, otra tribu, otro león, otro día intacto. Y eso les ocurre a los que se plantan en el otro extremo del mundo con una sonrisa nueva y arrastrando la maleta de sus sueños perdidos, y también les pasaba a los españoles que visitaron Afganistán para intentar entender cómo se vive en las antípodas culturales. Y eso también buscaba Toni Espadas en Etiopía cuando encontró la muerte: las ganas de vivir. La vida.

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Comentarios (11)

  • Monica

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    Gracias a ti y a Javier lo que habéis escrito. A los que nos gusta descubrir y viajar a lugares poco convencionales no somos unos descerebrados y esas agencias tampoco son unas irresponsables.

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  • Pep López

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    Gracias amigo

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  • Daniel Landa

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    Gracias a vosotros, Pep, por todo.

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  • Laura Berdejo

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    Maravilloso el artículo y maravillosas las plumas y las visiones de Dani y de Brandoli a la hora de escribir y de viajar la vida – Gracias

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  • AGUSTIN ANTONIO CHALER PABLO

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    Viaja y lo entenderás todo. Por supuesto hay que seguir nuestro camino. Nuestra hoja de ruta no va a cambiar por una desgracia ni por ciertos artículos que la aprovechan. Enhorabuena Dani por poner el foco donde realmente está la cuestión. Seguiremos yendo donde nos dicte el corazón, porque somos libres. Creo que estas experiencias mejoran a uno. Si aprendiendo de otros mundos no eres mejor persona, ¿que sentido tiene viajar? Gracias una vez más, estamos sufriendo un acoso irracional

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  • AGUSTIN CHALER PABLO

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    «Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación.
    El resto no son sino decepciones y fatigas. Nuestro viaje es por entero imaginario. A eso debe su fuerza.
    Va de la vida a la muerte.
    Hombres, animales, ciudades y cosas, todo es imaginado.
    Es una novela, una simple historia ficticia»
    Viaje al fin de la noche
    Louis Ferdinand Céline

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  • Michelle Glória

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    Lo siento al que se pasó a los viajeros.

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  • Itziar Peña

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    Daniel, que bien ha sabido plasmar ese ansia por vivir la vida desde el ruedo y no la barrera. En definitiva, con implicación y motivación, dándole un sentido a la misma.

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  • Pablo Strubell

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    Certeras palabras que comparto.
    Gracias por dar voz a nuestro pensamiento y manera de ver y estar en el mundo.
    P.

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  • JoseLuis

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    ¡Gracias Daniel!
    Gracias por hacerme sentir el mundo que tu vives.

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  • Lluís

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    Un abrazo enorme, amigo… Nos quieren dóciles y sumisos…

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