Buscando el sol, la paz del suave oleaje, el aliento contenido del invierno caribeño, el ballet, la literatura… Las razones para peregrinar a Cuba son variadas y abarcan desde lo puramente ocioso a un viaje preferentemente cultural. O ambas. Y todas ellas llevan impresa una marca propia: desde las finas arenas bañadas por la luz de la luna hasta los versos de Nicolás Guillén reclaman el interés del visitante.
Dentro de la segunda categoría, la actividad puede ser amplísima. Y una mínima porción de eso se corresponde a la huella que Ernest Hemingway dejó durante las más de dos décadas que pasó en la isla.
Hemingway vivió en el hotel Ambos Mundos, donde, dicen, comenzó a escribir Por quién doblan las campanas. El hotel, de un encanto crepuscular, se encuentra en la principal calle del centro histórico de La Habana. Su planta baja es un gran salón de techos altos donde hoy un pianista arranca a las teclas Yellow Submarine.
Hemingway vivió en el hotel Ambos Mundos, donde, dicen, comenzó a escribir Por quién doblan las campanas
Un poco más adelante, el archifamoso bar El Floridita se levanta haciendo esquina con Parque Central. “El favorito de Hemingway”, reza el rótulo. El nada desdeñable cuerpo de Hemingway aguantaba los cócteles por pares: 13 dobles según la leyenda. Algo parecido sucede con La Bodeguita del Medio, el local más turístico de la ciudad cuya fama también se debe a las andanzas de Hemingway en la capital; sus paredes están garabateadas por auténticas personalidades.
Pero quizá el lugar que más auténticamente ha mantenido la figura de Hemingway es Finca Vigía, la casa rodeada de una gran jardín donde pasó veinte años. Situada en el barrio habanero de San Franciso de Paula, esta casa reconvertida en museo mantiene la vasta librería del autor en sus espaciosas estancias, así como objetos personales, ropa y botas de caza, chaquetas de su etapa de corresponsal…
Su antigua casa, reconvertida en museo, mantiene la vasta librería del autor en sus espaciosas estancias, así como objetos personales
Todo está en un orden tan perfecto que nada hace sospechar que el escritor haya muerto hace más de 50 años. En uno de los escritorios de la casa alumbró su obra más universal, “El viejo y el mar”, aquel relato fascinante de un viejo pescador que peleó durante horas, hasta la extenuación, con un enorme pez. La lucha, un pulso entre dignidades (“Quisiera ser el pez –pensó– con todo lo que tiene frente a mi voluntad y mi inteligencia solamente”), acabó con el viejo soñando con leones marinos en su cabaña de Cojímar.
De ese pueblo costero se sirvió el escritor para articular su historia. Allí estaba atracado su barco Pilar, en el que salía a pescar. Uno de los pescadores del poblado fue quien inspiró la novela. Enfrente del mar, al morir Hemingway, el pueblo le honró con un busto fundiendo las anclas que habían donado los pescadores.
Al morir Hemingway, el pueblo de Cojímar le honró con un busto fundiendo las anclas que habían donado los pescadores
Este pequeño recorrido merece la pena si uno vive, aunque sea levemente, instalando en las leyendas. Imaginarse en otra época, en otro mundo, resulta un ejercicio que encaja bien en la imaginación. De todos estos detalles, creo que es su casa el lugar que mejor recrea ese tiempo: el silencio, la casa y la torre, la piscina donde cubría media milla todos los días, los árboles y, en general, el buen cuidado del lugar, contribuyen a ello.