La carretera desde Cataratas Victoria hasta la embarcación en la que cruzaremos el Lago Kariba enseña un Zimbabue diferente. Es algo más seco, más rural. El cemento de los alrededores de Harare muta aquí en paja y barro. Los caminos tienen más polvo que líneas dibujadas en el camino. Poblaciones cuyos habitantes recorren finas hileras en el horizonte cargando con agua en cubos.
El Kariba es un lago artificial que divide Zimbabue y Zambia. La gran presa construida entre 1955 y 1959 inundó una extensión de 280 kilómetros de largo por 40 de largo. Entonces se hizo la operación llamada “Arca de Noe”, sacando miles de animales salvajes de una zona que quedo anegada por las aguas y que también se llevó, pese al esfuerzo, por delante muchas vidas.
La navegación por el lago fue quizá mi momento favorito del viaje. Una embarcación de ensueño en la que acabamos durmiendo sobre colchonetas y en sacos bajo la luz de la luna. Yo me bajé hasta la parte de atrás del barco, sólo, escuchando el silencio de aquella inmensidad de agua y viendo un amanecer inolvidable. De pronto fue un poco de claridad, luego una mancha roja y luego una bola inmensa flotando sobre las aguas.
Fueron 36 horas tranquilas, divertidas, de absoluta paz. El barco alcanzaba una velocidad tope de 20 kilómetros por hora, lo que hizo que pareciera que gateábamos sobre el agua. Daba tiempo a ver a los animales bajar hasta la orilla a mojar el gaznate, a contemplar las barcas de pescadores e, incluso, a perder la barca que llevábamos atada y rescatarla con cuidado, mucho cuidado, que aquellas aguas están infectadas de hipopótamos y cocodrilos. Fueron tiempos de compartir cervezas, prismáticos para contemplar búfalos y elefantes y relax tomando el sol en la proa.
El barco alcanzaba una velocidad tope de 20 kilómetros por hora, lo que hizo que pareciera que gateábamos sobre el agua
Lo que no olvidaré fue la conversación con el capitán zimbabuense (olvidé su nombre y tampoco lo apunté). Un chico blanco, gordinflón, con 30 años en el carnet y 40 en la cara. Se vino conmigo a la proa y comenzamos a hablar. Para los que hayan leído el anterior post de este blog sabrán que estaba en un momento de duda en el que comenzaba a plantearme si se acababa el año y medio de mi estancia en África. Le pregunto al tipo por su vida. ¿Te gusta estar aquí recorriendo el lago de arriba abajo con tu barco?
Entonces, el capitán me dice con la rotundidad que tienen las voces en calma. “Yo he decidido que navegaré con este barco diez años más y luego me compraré una furgoneta que ya he visto y viajaré cinco años por todos los países de África, todos”. Dibujó los próximos 15 años de su vida con seguridad. No me cabe ninguna duda de que sólo una hecatombe puede evitar que su plan se modifique algunos meses. Para que no lo lleve a cabo casi daba la sensación de que debe ocurrir el apocalipsis. No pestañeó, no modificó la voz, no puso un tono de hazaña. Sólo un plan que realizar. Entonces, el capitán me mira y me dice ¿y tu? Le miré y aún calculando lo que suponen 15 años le contesto: “No sé qué haré los próximos 15 minutos”. Nos reímos y seguimos disfrutando de batir de unas aguas que comenzaban a levantarse por el viento. “A veces llegan a ser de tres metros, me dice.
Pasaron así las 36 horas en aquel barco de ensueño. Llegamos entonces al parque de Matusadona, otro lugar único, auténtico, donde cada recodo de agua era una postal. Ahí comenzaré mi relato en el próximo post.
Este viaje forma parte de la ruta de la agencia Kananga por Zimbabue: Ruta por gran Zimbabue
Ruta Kananga:http://www.pasaporte3.com/africa/viajes/zimbabue-mozambique/zimbabue-mozambique.php




