En una ciudad de África….
Llegó con prisas, como si su menudo cuerpo se moviera a cuerda. Miraba todo con sus ojos pequeños, su pelo con pérdidas por delante y sueltas por detrás, su tamaño estrecho y su sonrisa perenne. Se parecía al actor “Alberto Sordi”. Hablaba mucho, se reía mucho y se movía mucho. Era un tenor, o eso decía él que era. Nos conocimos en el hall del mejor hotel de la ciudad donde mañana tenía una actuación. Le llamaremos T.
“No es un tipo normal, no puede serlo”, pensé tras estrecharle la mano. Todo en él era cómico sin quererlo. Una de esas personas que te provocaría la risa anunciándote tu muerte. Y no lo era. Todo lo que sucedió después era el guión de una enloquecida película de humor.
No tenían pianista, ni músicos, ni a menos de 24 horas de la cita habían vendido una sola entrada
Le flanqueaban tres tipos, tres suazilandeses, tres importantes promotores de ópera que no tenían habitación donde dormir, no tenían ningún programa del importante concierto, no tenían pianista, ni músicos, ni a menos de 24 horas de la cita habían vendido una sola entrada. Ellos le miraban a él y él a ellos como si todo eso fuera a caer del cielo en el hall de aquel lujoso hotel. Ya habían realizado algún concierto en Suazilandia donde supongo que se produjo el milagro de la comunicación. T hablaba un inglés de diez palabras y con la pronunciación típica un de italiano (valdría también para españoles) que habla diez palabras en inglés. Llevaban dos semanas juntos!!!!
Pero a nuestro Alberto Sordi eso poco le importaba. “Oye, ¿ellos tienen habitación dónde dormir?, pregunta a M, una amiga con la que contactó por internet para pedirle ayuda. Ella le consiguió al artista el cuarto donde dormir en el mismo hotel de lujo donde mañana era el concierto y hasta les había hecho algún programa en el que decidió quitar la frase que llevaba sus anteriores poster de promoción en Suazilandia que decían “T, el tenor italiano que comenzó la lucha contra el maltrato de las mujeres en África”. Siempre me arrepentiré de no haberle preguntado la razón de aquella frase.
“!Vino!, sí, sí, mejor vino”, dice él entusiasmado.” Un poco que mañana tengo que cantar”, se excusa ante tanto entusiasmo
M decidió entonces invitarlos a cenar. Bufet del bueno en hotel del bueno. Nuestro T se lanza a por los primeros, los segundos, los postres y hasta los trozos de pan que había en las mesas. ¿Qué van a beber?, pregunta el camarero. T pide un agua y una cerveza pequeña. “Yo tomare vino”, digo yo. “!Vino!, sí, sí, mejor vino”, dice él entusiasmado.” Un poco que mañana tengo que cantar”, se excusa ante tanto entusiasmo. Un poco fue exactamente tres copas grandes llenas y una última, ya tras el café, en la que explicó al camarero que era “para irse a dormir”. Luego se levantó a por más postres.
Fue entonces cuando pregunté cómo se habían conocido. “Por Facebook, me contactaron por Facebook”, responde T. El suazi que era el líder de los promotores, que percibe que la cosa no queda muy profesional, se apresura entonces a aclararme: “En diciembre traigo a Rihanna”, como me podía haber dicho que traía a Freddie Mercury. Nos fuimos a dormir.
Fue entonces cuando pregunté cómo se habían conocido. “Por Facebook, me contactaron por Facebook”, responde T
A la mañana siguiente, sobre las 11 horas, M recibe una llamada. “No hemos vendido una sola entrada, anulamos el concierto”, dice el suazi. “Ok, es cosa vuestra, sois una empresa privada”, responde ella. Treinta minutos después recibe una nueva llamada, “show must go on” (han vendido ya 5 tickets en una mesa que le han dejado colocar junto al bar, en el hotel).
A las cinco de la tarde una enorme y lujosa sala del hotel, con capacidad para cientos de personas, está lista para el concierto. T se ha puesto su smoking y habla con el pianista del hotel, un tipo de Manchester, con el que tampoco sé cómo se entiende. El programa previsto se cumplirá en un tres por ciento, exactamente en la parte en que la pone la fecha, hora y lugar del concierto. En el resto, no hay grupo de Goospel suazi ni las canciones que se cantarán son las que dice el libreto, entre otras cosas porque no las conoce el pianista recién contratado.
“¿Puedes volver a empezar?, no sale el artista en el plano”. Se mete entonces él en el plano, tapando al empresario, y explicando al público que “soy la estrella”
Hay 30 personas en la sala. El 75% italianos que ha llevado M para ayudarlos. La presentación del evento la hace el suazi, en inglés. Cuando lleva dos minutos hablando le interrumpe T. “¿Puedes volver a empezar?, no sale el artista en el plano”. Se mete entonces él en el plano, tapando al empresario, y explicando al público que “soy la estrella”. Hay las primeras carcajadas. La cosa es que T está grabando con una videocámara propia el concierto y quiere salir en todos los planos. En otra ocasión paró de cantar cuando vio a uno de los suazis mover la cámara al público. “Tengo que salir yo”, le indicaba mientras el mismo giraba la cámara hacia él y seguía el show (carcajadas de nuevo).
Pero es que T tenía una gran virtud: todo su show era ridículo, cantaba con un altavoz en el pecho y un ladrillo en la boca, pero resultaba simpático. Presentaba cada canción en algo parecido al inglés, no sabía que su público era italiano, con frases delirantes. El pianista lloraba de risa por momentos. Se crecía, contaba sin venir a cuento que estuvo una vez en Nueva York actuando, se excusaba y repetía muchas veces la posibilidad de volver el año que viene con un gran concierto. Todo era tan cómico como ridículo, pero era también tierno.
El pianista, lo más profesional que había en la sala, se levantó y lo abrazó efusivamente al terminar el concierto mientras se moría de risa
Él daba todo lo que tenía en disimular que no tenía nada. Sonreía, se entregaba y llegó hasta a compararse al gran Enrico Caruso. El pianista, lo más profesional que había en la sala, se levantó y lo abrazó efusivamente al terminar el concierto mientras se moría de risa. El concierto tuvo unos bises, cuando T descubrió que casi todo su público eran italiano, en el que se cantaron canciones populares entre T y sus compatriotas en una escena de verbena de pueblo. Todo pasaba allí menos la anunciada y rimbombante ópera prometida.
Todos se fueron muertos de risa mientras T se acercó a nosotros a felicitarse por el éxito, exultante, feliz, recogiendo su cámara con mimo. Realmente no sé si de verdad no entendía o no quería entender nada. “El año que viene más y mejor”, decía él a la vez que escuché a una de las mujeres del público comentar a una amiga “un carnicero de Nápoles canta mejor”.
Le vimos irse M y yo a T con los suazis. Volvían a casa pese a que él tenía otra noche gratis de hotel (ellos no tenían donde dormir). Nos dio pena, le cogimos cariño a aquel grupo de buscavidas que habían perdido un valioso dinero (él nos explicó que se había pagado el billete de avión desde Italia y que ellos se lo reembolsarían con los beneficios. No creo que haya recuperado ni para el autobús del aeropuerto al volver a casa). . Hay que tener mucho valor para cruzarse el mundo y perpetrar ese show, quizás hay que tener mucha necesidad, quizá mucha cara. Da igual, me gusta T, me gusta la imperfección de sus conciertos, su locura, su inocencia, sus ganas. Me gustan las personas que se atreven a soñar lo que no son. Yo ya estoy ansioso de tropezar con él en algún rincón del mundo y asistir a uno de sus “no conciertos”.