Mayo Plata: el mercado donde se comen perros y caballos

Por: Enrique Vaquerizo (texto y fotos)
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“Le haré una oferta que no podrá rechazar” dice  Don Vito moviendo con parsimonia los carrillos atiborrados de algodón mientras  Michael Corleone se enamora de Apollonia entre los trigales de Siclia y Luca Brasi devora montañas de spaguettis.-“ ¿Extraño, verdad? “- me susurra alguien. Y no, no es Tom Hagen, que me hace de Consigliere en el momento en que la banda sonora de Nino Rota amenaza con atronar en  la llanura africana. No, es Alberto el chico que me acompaña por este periplo en moto por los Montes Mandara. Asiento en silencio,  pero no puedo apartar la vista boquiabierto.

Antes hemos rodado kilómetros y kilómetros por los Mandara en el Extremo Norte de Camerún entre campos salpicados de plantaciones  de mijo rojo, niños que se bañan en riachuelos semidesnudos y abuelos leyendo el Corán en tablillas de madera mientras espantan moscas entre bostezos intermitentes. Hoy es sábado, día de mercado en Mayo Plata.

La bil-bil o cerveza de mijo comienza a circular por todos sitios

El núcleo del pueblecito lo forman apenas tres chozas, sin embargo a esa hora, las siete de la mañana, parecen la Gran Vía en hora punta, tal es la muchedumbre que desciende desde los diferentes rincones de las montañas. El mercado como tal es una estructura desordenada alrededor de una arboleda, en muchos casos no siquiera existen tenderetes, sólo manteles extendidos en el suelo. La bil-bil o cerveza de mijo comienza a circular por todos sitios, dejando notar  sus efectos en un reguero de figuras titubeantes. En el aire flota un penetrante olor a  comida dulzón y persistente. Lo percibes al acercarte, el guiso es extraño,  parece que a alguien se le hubiese ido la mano con las especias.

Los ancianos de la etnia mafa me escrutan impenetrables con el rostro perforado parapetados tras sus ollas. Junto a la arboleda y más allá, en la explanada se agolpa el gentío. Nos acercamos para ver que pasa,  cuando de repente me sumerjo en la saga de la familia italoamericana más conocida de la historia. Ahí está, tirada en el suelo, la réplica exacta  de la cabeza  de caballo que Jack Woltz encontró en su cama, como si tras  el terror que le provocó hubiese pasado décadas recorriendo el mundo hasta deshacerse de su regalo en este rincón de África, prefiriendo entregarse a las hienas antes que a la familia Corleone. Los ojos sin vida parecen mirarme, anticipando el horror. Bienvenidos a la carnicería.

Los ojos sin vida parecen mirarme, anticipando el horror. Bienvenidos a la carnicería

Me fijo mejor en que está haciendo cada grupo, en un movimiento frenético jalean invariablemente a un tipo que mueve el hacha con brío, descuartizando cuerpos de asnos y caballos, parece que aún queda alguno vivo ya que aún se puede escuchar algún rebuzno desvalido. En algún momento empiezan los ladridos desesperados y los cuerpos de perros  se van apilando exangües colgando de ganchos, Mayo Plata a esas horas es apenas un baño de sangre.

Existe la creencia entre los habitantes de los Montes Mandara de que si se alimentan con carne de perro, burro o caballo sus cuerpos estarán protegidos contra el mar de ojo y conjuros varios. La leyenda se extiende  sobre todo  entre “los forgerons” figura que hace las funciones de curandero en cada aldea y que se transmite de forma hereditaria generación tras generación.

El “forgeron” tradicionalmente ha estado asociado en el África animista francófona el  oficio de herrero. Dedicado a producir artesanías de hierro. En algún momento su papel excedió el del martillo y el yunque, la ciencia de convertir la piedra en objetos indispensables le concedió el papel de guías espirituales de cada tribu  y el privilegio  de moldear los espíritus cuando están al rojo vivo. En la actualidad ya no extraen el material de las profundidades de los Mandara y la forja se alimenta en la mayoría de los casos de chatarra comprada al peso en los camiones de la carretera, pero siguen teniendo un peso importante como curanderos: males de ojo, conjuros para buenas cosechas  o adivinaciones son un básico en su repertorio.

Veo a un par de ancianitas completamente curdas zurrarse la badana por una cabeza de asno

En estos momentos la academia Hogwarts en pleno ha bajado de la montaña y se arremolina en torno a un estofado de carne de perro. El menú se sirve directamente en un capazo de goma y se come con las manos. A regañadientes declino la invitación. Tras atiborrarse de poción mágica todos conservarán su invulnerabilidad durante semanas, después continúa la fiesta, amarran al bardo y vuelven a trasegar bil-bil sin temor a que el cielo se desplome sobre sus cabezas. A esas horas todos estamos completamente borrachos y proliferan las riñas y regateos en torno a los puestecillos. Veo a un par de ancianitas completamente curdas zurrarse la badana por una cabeza de asno. Muchos ancianos se han encaramado a las rocas y se mantienen ahí, inmóviles en la postura del loto, dudo si meditan o tan sólo reposan los vapores de la cerveza.

Al mediodía el calor es insufrible y Mayo Plata no para de acoger visitantes, las moscas revolotean en nubes negras que parecen querer descargar una tormenta  sobre cada surtido sanguinolento. Y el banquete continúa; estofada, frita  o a la brasa, la carne de perro y caballo se cotizan como delicatessens. Issoufou un anciano forgeron  me cuenta que si tienes la suerte de comer la pata de un perro negro, adquieres el poder de ser invisible para tus enemigos durante la noche. Me regala un amuleto para proseguir el viaje de forma segura.

Le echo un último vistazo a la cabeza de caballo, a esa hora está ya completamente cubierta de insectos

Aún nos queda un largo trecho hasta el próximo pueblo y  al atardecer dejamos Mayo Plata y su festín de alcohol y de sangre.  Le echo un último vistazo a la cabeza de caballo, a esa hora está ya completamente cubierta de insectos. Me amodorro con el run-run de la moto, entre  los jirones del sueño se cuelan escenas de El Padrino mientras Alberto va esquivando las piedras que siembran la pista camino a Rumsiki. En esos momentos cuando un  sol rojizo  se desploma sobre el horizonte, la silueta de un chucho solitario aparece  trotando a lo lejos en la carretera, pasamos a su lado a toda la velocidad, de un salto se esconde en la cuneta. Volvemos la cabeza un instante  al oírlo ladrar, nos mira y  titubea  antes  de dar media vuelta y proseguir su camino hacia Mayo Plata  ¡Guau, guauuu!

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Comentarios (3)

  • Ana

    |

    Vaya, Enrique, qué historia!

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  • Isabel

    |

    Como todas tus historias interesanísima , pero me ha resultado » estremecedora » la foto del caballo , por la consideración del mismo en nuestra sociedad , no porque no sea perfectamente comestible . ¡Enhorabuena ! como siempre

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