El espectáculo de la pobreza: pasen y vean

La pobreza se ha convertido en artículo de consumo, señores. Quizá tiene la culpa la falsa creencia de que la miseria es verdad, es absoluta. Pero ya ni eso: ahora la miseria se manipula y se maquilla, adquiriendo cada vez más tintes melodramáticos.

Fotografiar conlleva una responsabilidad enorme y poco “cool”: reflejar verdades. Ofrecerle al mundo tu mirada, tu mirada limpia, tu verdad. Teniendo en cuenta que las verdades hoy en día resultan vulgares para la mayoría de la gente, éstas suelen quedar condenadas al ostracismo. La mentira en el día a día es fácil y seductora, llena de color.

Siempre recordaré el día en el que me decidí por la verdad como acto de rebeldía: estaba de visita en casa de un paciente, de 13 años de edad. Justo cuando llegué, estaba ayudando a su padre a cargar maíz. Ambos se habían puesto ropas viejas y rotas, e iban sucios y descalzos. Después de varias visitas anteriores, sabía perfectamente que usualmente no vestían así, que tenían agua para lavarse y ropa en buen estado.

Las verdades hoy en día resultan vulgares para la mayoría de la gente y suelen quedar condenadas al ostracismo

Hice algunas bromas, y el niño empezó a reír. Se tapó la cara con las manos, tímido, y mi subconsciente no se lo pensó dos veces; le hice una foto. Aquella noche, en casa, me sentí avergonzada. Y me planteé una vez más la responsabilidad del que mira y del que cuenta. Podía haber subido la foto con el siguiente titular: “Enfermo de epilepsia, hambriento y sin futuro”, de ese modo hubiera coleccionado un buen puñado de comentarios en las redes sociales. Me puse en su lugar: ¿Cómo me sentiría si alguien entra en mi casa cuando estoy limpiando (que me visto horrible y tengo un aspecto espantoso) saca la cámara y me hace una foto? Dejaría la educación y la elegancia de lado, posiblemente. Al día siguiente imprimí la foto y se la llevé al padre del niño. Le pedí permiso para utilizarla y le pagué por ello.

La pobreza se ha convertido en artículo de consumo, señores. Resulta que nuestra sociedad depredadora se ha hartado de simulacros. La frustración del mundo moderno, el hastío de la ficción, nos lleva a la búsqueda compulsiva de la miseria. Quizá tiene la culpa la falsa creencia de que la miseria es verdad, es absoluta, pero ya ni eso; ahora la miseria se manipula y se maquilla, adquiriendo cada vez más tintes melodramáticos que se alejan de, en palabras de Lyotard, “la ruda sobriedad del realismo”.

La frustración del mundo moderno, el hastío de la ficción, nos lleva a la búsqueda compulsiva de la miseria

En Kenia, por ejemplo, se está poniendo de moda entre las empresas de safaris ofrecer una ruta por algún slum de Nairobi. Kibera es el más popular. Por un módico precio el turista puede disfrutar de un safari humano, con la excusa de conocer “otra realidad del país” y de “sensibilizarse”. El turista podrá observar al típico niño pobre negrito sonriendo, justo como en la tele, con las tripitas hinchadas y los ojos plagados de moscas. Mejor aún: ¡podrá hacerse fotos con él y subirlas a facebook! ¡Podrá darles caramelos y sentir que el mundo es un lugar mejor! Volverá a casa descansado, moreno y sintiéndose valiente y privilegiado. Valiente por haberse atrevido a ir más allá de la pantalla. Privilegiado porque podrá presumir del “he visto y he estado ahí.”

Posiblemente, estos turistas se sientan decepcionados al advertir que la pobreza que habían imaginado difiere mucho de la pobreza en directo. Así que se verán obligados a adornar la historia con algún elemento efectista. Y si la pobreza no es como nos la cuentan, ¿de qué pobreza nos hablan los medios? ¿De qué pobreza nos habla la gente que trabaja con ella? ¿De la real o de la imaginaria? ¿Es la pobreza un producto exótico? ¿De lujo? Porque resulta que hay mucha gente interesada en la pobreza que sucede en el otro lado del mundo.

Por un módico precio el turista puede observar al típico niño pobre negrito sonriendo, justo como en la tele, con las tripitas hinchadas y los ojos plagados de moscas

Hay mucha gente que fotografía la pobreza de África y adorna sus casa con fotos de niños desnudos y sucios, pero jamás adornarían sus casas con fotografías de la pobreza en su propio país, ¿verdad? Me pongo yo misma de ejemplo: estaba en Madrid, iba paseando por la calle Goya y vi a un hombre, español, sentado en el suelo con un cartel en el que contaba que tenía sida, hijos, y se había quedado sin trabajo. Me estremecí y seguí mi camino a casa. Pensaba en que jamás se me ocurriría sacar la cámara de fotos, hacerle una foto, y subirla a facebook. ¿Por qué? Porque resulta que lo que sucede en nuestro día a día es la pobreza real, nuestra pobreza real, de la que somos más responsables y de la que no somos inmunes.

Aquí en Kenia hay otro tipo de pobreza, con la que nos sentimos menos identificados y, por lo tanto, podemos trabajar contra ella de un modo más frío y efectivo. Cuando contamos una historia de un niño keniano es un relato; cuando contamos la historia de un pobre en Madrid, es la realidad pura y dura. Y el hombre siempre ha tendido a lo romántico de los relatos y las tierras lejanas. El hombre y su hambre, su adicción a la catástrofe lejana. Es tan fácil consumir, hemos consumido tanto, estamos tan saciados, tan aburridos, que hemos empezado a ir más allá del respeto. El espectáculo del hambre. Lo exótico de la pobreza. Qué asco. Qué vergüenza.

Es tan fácil consumir, hemos consumido tanto, estamos tan saciados, tan aburridos, que hemos empezado a ir más allá del respeto

Lo único que podemos hacer desde aquí, los que contamos nuestras vivencias y nuestras historias, es obligarnos a la verificación en cada foto, en cada texto. Permanecer fieles a la sobriedad del realismo. Aferrarnos a la romántica idea de que aún quedan valores, y que por mucho que vendan las tragedias, nosotros estamos del lado de la vida.

Si quieres saber más de los proyectos de Karibuni África: http://www.karibuniafrica.org/

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