A principios de abril, Mozambique amenazaba con volver a desgarrarse en una guerra fraticida como la que durante 20 años asoló este lugar y lo convirtió en el más pobre del planeta. La Renamo, actual partido político en la oposición y guerrilla que luchó con Frelimo (actual Gobierno) en la cruenta guerra civil de dos décadas, había decidido volver a las armas y anunciar que la carretera N-1 quedaba cortada hasta nuevo aviso entre el río Save y la localidad de Muxungue (hablaron de N-1, pero ellos controlan sólo esa zona).
Renamo había decidido volver a las armas y anunciar que la carretera N-1 quedaba cortada hasta nuevo aviso
En este tiempo se han producido algunos ataques de los guerrilleros a los coches que hacen ese recorrido con víctimas civiles y especialmente ha habido fallecidos en los choques con el ejército. Por resumirlo rápido explicaré que tras este conflicto no hay nada más que dinero. Mozambique ha encontrado inmensos recursos naturales (gas y carbón) que van a vestir su miseria de oro y todos quieren un trozo grande de la tarta (ya digo que es un resumen).
Y en medio de todo ese jaleo estábamos nosotros, la expedición de VaP que debía cruzar la zona prohibida. Tras hablarlo con nuestros viajeros tomamos la decisión de cruzar la N-1 para poder visitar Gorongosa. Hace semanas que no había víctimas civiles y el ejército había puesto un convoy militar para los vehículos del que habíamos escuchado todo tipo de historias. Ninguna se asemejaba a la realidad.
Tomamos la decisión de cruzar la N-1 para poder visitar Gorongosa
Nos levantamos a las 03:30 horas para llegar pronto al puente del río Save donde comenzaba el convoy. Si pierdes ese tienes que esperar horas hasta que llegue el siguiente. Aquella noche conseguí dormir apenas una hora. “Joder, elegí el peor día para no dormir nada”, pensé al salir del cuarto.
La carretera tras salir de Pambarra era terrible, llena de baches. La poca luz no te dejaba ver un asfalto que parece bombardeado y en el que las ruedas se hunden en la tierra. Sin embargo, pronto entendí que el cansancio se había difuminado a golpes de responsabilidad. Me sentía fresco. En el coche, entre nuestros colegas de viaje, no había un solo gesto visible de preocupación. Apareció la luz y llegamos sobre las 6 de la mañana a la “frontera” donde nos tocaba esperar al convoy.
Me voy con Lino a una casa que ofrece su retrete por 5 meticais
Al llegar vimos una larga fila de coches y camiones. Avanzamos entre ellos y nos colocamos delante. La gente esperaba bajada de los carros con la rutina de quien espera el Metro. La picaresca ha hecho también su aparición. Hay vendedores de refrescos y agua, niños que te piden las amígdalas y casas que ofrecen sus baños a cambio de dinero. Me voy con Lino a una casa que ofrece su retrete por 5 meticais (12 céntimos de euro). Un hombre mayor echa un barreño de agua tras usarlo el predecesor. Al entrar y ver aquello estuve cerca de pedirle que a mí mejor me echara el agua por la cabeza. Al salir, veo a una mujer que le pregunta al “encargado” donde puede darse una ducha y el hombre le indica una pared donde por 25 meticais puede lavarse. Acuerdan hacerlo y el viejo se va a por los barreños.
Mientras, el ambiente comienza a parecer más festivo que otra cosa. Un grupo de críos desarrapados se acercan a nuestros coches y nos ofrecen nada y se llevan fruta. Sonríen con timidez hasta que van perdiendo vergüenza y alargando las manos. Algunos tienen miradas limpias y otros demasiado polvo encima para su edad. Víctor aprovecha para echar una cabezada. Yo lo intento, pero no lo consigo y me dedico a pasear entre los coches y a descansar sujetando el volante. Rosa, Irene, Txarli, Amaia, Lino, Mónica y Martin vuelven a demostrar en su calma que son tipos que saben disfrutar. Primero viven y luego preguntan.
“Mierda, nos han visto. Vamos a tener problemas”, pensamos
Tras ya más de dos horas, aparece de pronto el convoy que viene en sentido contrario. Lo encabeza una tanqueta del ejército que impresiona. Comienzan a pasar coches y camiones hasta deshacerse el largo grupo. En ese momento vemos que la tanqueta gira y le pido a Lino que le haga una foto disimuladamente. La hace y de sopetón el vehículo se para justo delante de nosotros. “Mierda, nos han visto. Vamos a tener problemas”, pensamos.
Se abre la “escotilla” y sale un tipo que nos dice que tiene hambre y que le demos refresco. A la vez se abre la puerta del conductor y nos pide también dinero. La escena es surreal, los tipos que nos deben proteger nos piden dinero (En Mozambique esto es insalvable por los agentes aunque uno esté debajo de un bombardeo nuclear). Les digo que yo estoy con mucha hambre también y que no tengo nada y los tipos cierran y se van a encabezar nuestra marcha con cierta aurea de héroe anónimo al que debajo de sus gafas de sol de espejo le crecieron dos orejas.
Con la orden de marcha lo que debía ser un convoy se convierte en decenas de coches intentando cruzar el portón
Nos vamos corriendo a los coches. Estamos ansiosos por salir. De pronto vemos que la fila engorda, mucho, hasta desaparecer. Con la orden de marcha lo que debía ser un convoy se convierte en decenas de coches intentando cruzar el portón a la vez. No importa que el sitio sea estrecho, se pasa. Conseguimos a empujones colarnos. A los lados hay decenas de camiones parados esperando que pasemos. De pronto todo es más esperpéntico aún. Del otro lado queda gente por pasar y no hay hueco. Finalmente entre el arcén y mil maniobras se descongestiona todo. Ya no hay tensión, hay ataques de risa. Es justo entonces cuando pasa lo sublime.
Uno imaginaba el convoy como una fila de coches protegidas por vehículos militares. Pero no, observamos que algunos militares con sus AK 47 se han metido en los coches que tienen asientos libres y vemos a la tanqueta que hace de safety car, como en la Fórmula 1, dar la salida de la carrera. Tal cual, la tanqueta se pone a “200 por hora” y se va por delante y tras ella hay una estampida de coches que adelantan de cualquier forma. No volvimos a ver a nuestros protectores.
La tanqueta se pone a “200 por hora” y se va por delante y tras ella hay una estampida de coches que adelantan de cualquier forma
Era todos contra todos, como la película de los autos locos. Todo era esperpéntico. Veías coches, camiones y furgonetas adelantarse de cualquier forma. El único militar que vimos fue a un tipo con gafas de sol que iba en la parte de atrás de una pick-up mandando mensajes con una mano y sujetando el fusil con la otra. “Yo iba asustado de que nos pegara un tiro por equivocación”, me explicó luego Víctor que lo llevaba justo delante.
Para ya culminar este despropósito, de pronto aparece a toda velocidad un tráiler inmenso en dirección contraria y sin frenar. Todos nos teníamos que echar a la zona de tierra para no ser arrollados por un camión gigante que no debía estar allí ni ir en esa dirección. Por entonces ya la tensión se había convertido en bromas y risas ante algo inimaginable. Por mucho que lo explique con palabras, creo que es imposible hacerse una idea de aquel despropósito sin haberlo vivido. Finalmente llegamos y cruzamos Muxungue con la sensación de haber vivido un sainete costumbrista del planeta Marte. Todo pasó como si no pasara.
Aparece a toda velocidad un tráiler inmenso en dirección contraria y sin frenar
Daba igual si una guerrilla nos cosía a tiros, seguro que las balas hubieran sido de espuma y los únicos muertos posibles hubieran caido del cielo en una tormenta de cuerpos que bailaban marrabenta al ritmo de los silbidos de una orquesta de grajos. Aquello era la locura, el sin sentido, la tercera vía de la que hablábamos en un post anterior. El problema es que todo es real y los muertos de este conflicto ya están enterrados. La locura mata, especialmente en este continente desangrado por bobos y canallas.