Homenaje al Canfranero

Esperar a un viejo tren en una estación solitaria es una buena manera de empezar el día. Si, además, arrastra en sus vagones una historia de resistencia frente a la desidia de las autoridades a uno y otro lado de los Pirineos, subirse a él es, sobre todo, un ejercicio de insumisión.

Esperar a un viejo tren en una estación solitaria es una buena manera de empezar el día. Si, además, arrastra en sus vagones una historia de resistencia frente a la desidia de las autoridades a uno y otro lado de los Pirineos, subirse a él es, sobre todo, un ejercicio de insumisión, de reivindicación de su pasado y una apuesta por su futuro. El Canfranero es la historia de una ilusión marchita, la de la línea férrea que unía España y Francia a través del Somport, una obra gigantesca del siglo XIX que languideció en el XX y que, ahora, ya en el XXI, todavía lucha por recuperar el brillo de los días de esplendor.

Tras casi medio siglo de obras (sólo abrir un túnel de ocho kilómetros en las entrañas del macizo pirenaico costó cuatro años de trabajos), en julio de 1928 el rey Alfonso XIII inauguraba la línea férrea, junto al entonces presidente francés Gastón Doumergue, en la imponente estación internacional de Canfranc. Casi noventa años después, el tren que estamos a punto de tomar muere en esas mismas vías. Así ocurre desde que, en 1970, un accidente en el puente de L´Estanguet acarreó la decisión francesa de cerrar la línea transfronteriza que llegaba hasta Pau. Desde esa fecha, el Canfranero ha ido agonizando sin remedio y la actual remodelación de la estación de Canfranc no hace presagiar una reapertura que siempre termina ahogándose en una retahíla de promesas y en la morterada de millones de inversión necesarios para ponerla de nuevo en funcionamiento.

La reapertura de la línea férrea siempre termina ahogándose en una retahíla de promesas

En la estación de Jaca se escucha cantar a un gallo y algún ladrido lejano en el silencio de la mañana. Queda más de media hora para que llegue el tren y, con los billetes ya comprados (2,75 euros cada uno) en la terraza del bar todavía cerrado entretenemos los minutos escoltados en la lejanía por la Peña Oroel a un lado y Rapitán al otro. Pocas esperas más placenteras. Por delante nos quedan casi treinta minutos de trayecto y 25 kilómetros (en los que ascenderemos 368 metros) hasta llegar a Canfranc-Estación,18 túneles y siete viaductos, el más sobresaliente el de Cenarbe, de casi 170 metros de largo, fácilmente reconocible por sus 28 arcos.

El Canfranero llega puntual y semivacío, con la inconfundible estampa de los olvidados trenes regionales y sus tres vagones con 20 plazas cada uno. Hay a bordo familias con niños, ciclistas, jubilados que se resisten a jubilar las ilusiones, excursionistas… Suena como los trenes de antes, con esa cadencia y traqueteo que nos hurtó el AVE. Apenas se superan los 60 kilómetros por hora durante el recorrido. Aquí todavía los revisores te marcan los billetes con un garabato de bolígrafo. El tren va ganando altura, sobre todo entre Castiello y Villanúa, remontando el valle del Aragón, con las nieves de Collarada como un gigantesco tótem pirenaico que nos diese su bendición.

Suena como los trenes de antes, con esa cadencia y traqueteo que nos hurtó el AVE

Y cuando por fin hace su entrada en la estación de Canfranc y disfrutamos, una vez más, de su inconfundible aire versallesco, de sus andenes sin fin y ese aire de otro tiempo, majestuoso y solemne, entonces, sólo entonces, recordamos que ahora toca bajar andando hasta Jaca, 22 kilómetros y 400 metros de desnivel más abajo. Ése es nuestro pequeño homenaje al Canfranero: hacer su misma ruta en sentido inverso hasta Jaca por el tramo aragonés del camino de Santiago.

Saliendo de la estación, hay que girar a la izquierda, siguiendo el curso del río Aragón, en este tramo canalizado. El comienzo, por la carretera, no es esperanzador, pero pasado un túnel un cartel nos desvía hacia un sendero que, puente mediante, nos lleva por la otra orilla del río por un agradable bosque bajo, con cascada incluida, en dirección al pueblo de Canfranc en 55 minutos (3,5 km desde la estación). Un poco antes, el camino vuelve a cruzar el Aragón antes de enfilar la calle principal del municipio, enclave estratégico que ya desde los tiempos del rey aragonés Ramiro I en el siglo XI fue importante puesto aduanero.

Ése es nuestro pequeño homenaje al Canfranero: hacer su misma ruta en sentido inverso por el tramo aragonés del camino de Santiago

La profusión de madera en las viviendas le costó muchos disgustos en el pasado a Canfranc e incluso su devastación en 1944, cuando un gran incendio lo borró del paisaje. Quizá por eso, Canfranc tiene aún un cierto aroma a pueblo fantasma, con sus viejos edificios de piedra semiderruídos donde aún se adivina la voracidad del fuego. Quizá por eso, también, Canfranc vive un poco a su aire, a espaldas de la carretera, como si no le importase proclamar que sigue vivo. En la plaza de la iglesia, ondea en un mástil una bandera republicana. Enfrente, un vagón antiguo reivindica la memoria del Canfranero.

Nos quedan por delante 4,5 kilómetros hasta Villanúa, donde el Valle del Aragón se abre como si se desperezase desinhibido tras su angosto recorrido entre las rocas. Ya hemos dejado atrás la parte más bella del recorrido. Es mediodía y cada vez hace más calor mientras avanzamos por la margen izquierda del río Aragón. A un paso ya de Villanúa alcanzamos la entrada a la cueva de las Güixas, una visita muy recomendable, y el camino está cada vez más concurrido en dirección contraria.

Canfranc vive un poco a su aire, a espaldas de la carretera, como si no le importase proclamar que sigue vivo

Casi dos horas después de salir de Canfranc-Estación llegamos a Villanúa, que se puede atravesar por dos caminos (nosotros tomamos el de la izquierda, más alejado de la carretera). Ahora, hasta Jaca, la ruta se hace cada vez más pesada. Al salir de Villanúa se transita por una pista junto a la carretera, que se cruza al llegar a un merendero para empezar a ganar altura progresivamente en dirección al pueblo de Aratorés (aunque no se llega a su altura ni mucho menos). Es un esfuerzo baldío, pues hay que descender de nuevo para alcanzar Castiello de Jaca (una hora y veinte minutos desde Villanúa, de la que le separan 8,5 km.) bajo un sol que empieza a derretir el ánimo. Este tramo es, sin duda, el más pesado, a través de una pista de tierra en medio de la solana repleta de subidas y bajadas. Una naranja compartida alivia el sofocón y el cansancio.

La cercanía de Jaca sube la moral, pero aún queda otra hora de caminata. Se vuelve a cruzar la carretera por última vez junto a una cantera antes de enfilar los últimos kilómetros, rematados por un repecho final hasta el Paseo de las Canteras, ya en Jaca, que se hace eterno. Poco antes de las tres de la tarde alcanzamos nuestro objetivo, cuatro horas y media despues, hambrientos y con las piernas a punto de declararse en rebeldía. ¡Va por el Canfranero!

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