Cuando un joven neoyorkino llamado Herman Melville decidió echarse a los mares del mundo, en parte para forjar su coraje y en parte para conocer lejanos horizontes, quizás no imaginaba que partía, no sólo en busca de aventuras, sino que iniciaba un recorrido que culminaría en gran novela que habría de llamarse, años después, “Moby Dick”. Es muy americano eso de tirar mundo adelante en busca de la propia personalidad y, en el caso de Melville, sirvió ni más ni menos para que naciera la que, en mi opinión, es la mejor novela de la historia americana junto con “Las aventuras de Hucklerberry Finn”.
El caso es que el joven se dirigió a la ciudad de New Bedford, al norte de New York, y de allí a la isla de Nantukett, los dos principales puertos balleneros de aquel siglo XIX en el que los oceános estaban aún llenos de enormes cetáceos. Se embarcó como marino en uno de los buques y viajó, forjó su carácter y vivió singulares experiencias. Años más tarde, ese joven marino adoptaría el nombre de Ismael en una narración de sonidos bíblicos donde un barco, el “Pequod”, gobernado por un temible y vesánico capitán llamado Ahab, persigue con saña a un colosal leviatán de piel blanca, un cachalote asesino bautizado como Moby Dick. ¿Recordáis, amigos lectores, el fantástico comienzo del libro?: “Llamádme Ismael…”.
Por supuesto, quedan rastros de las palabras de Melville en algunos lugares. Por ejemplo, en la Capilla de los Marineros (Seamen’s Bethel)
Hoy New Bedford y la isla de Nantukett son dos bonitas localidades marineras en donde ya no atracan buques balleneros y sí algunas flotillas dedicadas a otros tipos de pesca. Son dos lugares en cierto modo turísticos, sobre todo la isla, que guarda una arquitectura de aquellos días apenas intocada. Y, por supuesto, quedan rastros de las palabras de Melville en algunos lugares. Por ejemplo, en la Capilla de los Marineros (Seamen’s Bethel), muy próxima a los muelles de New Bedford.
En ese pequeño templo, Melville situó el estremecedor sermón de un sacerdote en el que hacía referencia al terrible Leviatán del libro de Job y a la muerte en la mar. Melville afirmaba que el púlpito de la capilla tenía la forma de la proa de un barco. Y John Huston, cuando llevó al cine la novela, escogió ni más ni menos que a Orson Welles para interpretar al furibundo párroco
El pastor me sonrió y me dijo: “Eso se lo inventó Melville en su libro y lo filmó Huston en su película. Y como muchos turistas nos preguntaban por el púlpito, pues no tuvimos otro remedio que fabricar uno”
De modo que, hace un par de años, cuando viajé por aquellas regiones, me acerqué al templete y entré a visitarlo. Y sí, allí estaba el púlpito en forma de proa de barco. Le hice unas fotos y, cuando me disponía a marcharme, vi entrar al pastor que se ocupa ahora del servicio en la capilla. Me acerqué a preguntarle si el púlpito era el original. Y él sonrió y me dijo:
-No, no…, eso se lo inventó Melville en su libro y lo filmó Huston en su película. Y como, lo mismo que usted, muchos turistas nos preguntaban por el púlpito, pues no tuvimos otro remedio que fabricar uno como el del film para que la gente se fuera contenta.
¡Qué hermoso resulta comprobar que, a veces, la realidad imita al arte!