Otra vez África

Me he jurado no volver a viajar a África ni escribir una línea más en mi vida sobre ello. Pero hace unos días veía un vídeo, incluido en esta página VaP, de un viaje por Suráfrica, Malawi y Mozambique, y después de leer un estupendo texto de mi tocayo Javier Brandoli, el gusanillo africano empezaba a picarme de nuevo. ¿Y por qué no volver?

Como ya ha anunciado amablemente esta página viajera, acabo de publicar un nuevo libro de viajes por África (Kenia y Tanzania), al que me ha dado por titular poéticamente “Colinas que arden, lagos de fuego”. En cierto sentido, es un título también real, pues crucé caminando cordilleras tan batidas por el sol que parecían arder y los dos lagos a los que me asomé, el Turkana y el Tanganika, se incendiaban en los soberbios atardeceres.

Tras la publicación en 2002 del tercer libro de mi trilogía de África, “Los caminos perdidos de África”, me había prometido no volver al continente negro. Pero África es como una mala mujer de la que estás enamorado sin remedio. Y regresé en 2008 y 2009. No pensaba escribir sobre el asunto, pero África te obliga a escribir sobre ella: es como un jefe maligno que siempre te impone obligaciones.

Y ahí está el libro.

África es como una mala mujer de la que estás enamorado sin remedio

Me he jurado, de todas maneras, no volver a viajar a África ni escribir una línea más en mi vida sobre ello. Pero ya se sabe que el hombre es un animal que falta con frecuencia a sus promesas y juramentos, lo que nos hace merecedores del infierno. Hace unos días veía un vídeo, incluido en esta página VaP, de un viaje por Suráfrica, Malawi y Mozambique, y después de leer un estupendo texto de mi tocayo Javier Brandoli, el gusanillo africano empezaba a picarme de nuevo. ¿Y por qué no volver?

La primera vez que escuché hablar del “mal de África” yo no había viajado al continente más allá de la cordillera del Atlas. Me explicaron que consistía en una extraña enfermedad del corazón que te impulsa, cuando ya has pisado las tierra subsaharianas, a volver allí una y otra vez.

En una ocasión me salvé de la malaria en el Amazonas, pero del “mal de África” no he podido sanar. Me moriré con esa enfermedad

Y fui. Y contraje la enfermedad. Y no hay vacuna ni hay cura. En una ocasión me salvé de la malaria en el Amazonas, pero del “mal de África” no he podido sanar. Me moriré con esa enfermedad.

¿Y escribir sobre ello? Es imposible sustraerse: porque cuando tomas la pluma para recordar los días pasados en el continente, regresan junto a ti los aromas y los hedores, las voces, los colores y el sabor de todo lo africano. África fatiga, pero en cierto sentido sucede con ella lo que con la antigua “mili”: que al paso del tiempo, sólo te acuerdas de lo bueno. Y llegas a añorar el polvo de los caminos y el cansancio de las horas a bordo de desastrosos “matatus” o “dalla-dallas”.

En su lecho de muerte, muy joven aún, devorado por la malaria, el explorador escocés Joseph Thomson dejó dicho: “Si pudiera levantarme, me calzaría ahora mismo las botas y me iría a vagabundear por África”.

Pues eso.

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