La camioneta avanzaba lentamente por el camino pero cada vez había más nieve. Ya llegaba hasta la mitad de las ruedas. Mi mujer, con el GPS, me decía que todavía faltaba subir trescientos metros para alcanzar la cima del paso (el puerto, como le dicen en España). “Trescientos metros es mucho” pensé yo. Caían copos espesos, no se veía el camino, no había huellas ni signos del paso de nadie por allí. Algo andaba mal. Paré, bajé y mascullé; tenía la nieve casi en las rodillas. No podía ser éste el camino. Con mucho cuidado dimos la vuelta mientras yo me preguntaba cómo había ido a parar allí.
A poco de ganada su independencia, Argentina hizo un esfuerzo para ampliar su frontera interna, como le decían en aquel entonces al límite con el territorio indio. A falta de ríos o montañas lo único que separaba a los cristianos de los indígenas era la inmensidad de la pampa. Las tribus se asentaban a no menos de trescientos kilómetros de los fortines y desde allí lanzaban sus ataques llamados “malones”. Pero los indígenas no apuntaban a los soldados sino a las estancias de los colonos que creían estar a salvo detrás de la frontera. Cabalgaban de noche para que no se viera la polvareda que levantaban y de madrugada caían de sorpresa robando ganado, miles de cabezas, y también mujeres y niños. Como un relámpago volvían al corazón de la pampa interminable antes de que el ejército se pudiera organizar.
Un curioso lugar al borde del lago Aluminé, con un volcán y un pequeño centro de esquí administrado por… ¡una comunidad mapuche!
Yo había decidido combinar nuestras vacaciones de invierno con la investigación de mi libro “La conquista de Rosas” y para ello habíamos elegido la pequeña población de Villa Pehuenia, en el norte de la Patagonia. Un curioso lugar al borde del lago Aluminé, con un volcán y un pequeño centro de esquí administrado por… ¡una comunidad mapuche! Bajando la ladera del volcán Batea Mahuida se tiene una increíble vista del lago Moquehue y de los temibles volcanes Lanin, Villarrica y Llaima.
De vuelta en sus tolderías los indios dividían, entre caciques y capitanejos, el ganado que necesitaban para sobrevivir. Si el malón había sido exitoso podían separar una buena parte de las cabezas para ser comerciada con los mapuches del sur de Chile; pero para eso debían atravesar cientos de kilómetros de desierto y cruzar la cordillera arreando el ganado. Sólo unos pocos conocían el camino por la estepa que los llevaba por lagunas y pasturas hasta las montañas.
Se calcula que, entre 1830 y 1880, más de dos millones de cabezas se cruzaron desde Argentina a Chile a través de unos pocos pasos cordilleranos cuya ubicación era un secreto celosamente guardado por los mapuches. Villa Pehuenia está ubicada cerca de tres de estos caminos. Habíamos elegido hacer un circuito de tres días cruzando a Chile por el Paso Tromen y volviendo a la Argentina por el Paso de Icalma. En Argentina, Gendarmería me aseguró que ambos se encontraban habilitados para vehículos equipados con cadenas.
Cuando el Perito Moreno exploró la zona cordillerana del Neuquén fue tomado prisionero por los indígenas. Conoció al cacique Sayhueque pero con el tiempo ambos trabaron una gran amistad que los convirtió en compadres, algo así como “hermanos de sangre”. Moreno le pidió permiso a Sayhueque para explorar los lagos de la región y le fue concedido. Luego, con más confianza, pidió conocer los pasos a Chile. Sayhueque cambió su cara y su actitud. Eso era imposible. Moreno perdió la confianza del cacique y tuvo que escapar de su toldería.
Por la noche nos dimos unos baños termales bajo las estrellas a una temperatura ambiente de apenas 1 grado centígrado sobre cero
La subida del lado argentino hacia el Paso Tromen, o Paso de los Pehuenes, es suave y atraviesa un bosque de araucarias, tiene abundante agua y pasturas, ideal para subir con ganado. La bajada del lado chileno es más abrupta pero a paso lento los bovinos no debían de tener mayor dificultad en descenderlo. Del lado chileno paseamos por los alrededores de la ciudad de Pucón y del humeante volcán Villarica. Lagos, nieve y gran cantidad de aves nos hicieron un día interesante. Por la noche nos dimos unos baños termales bajo las estrellas a una temperatura ambiente de apenas 1 grado centígrado sobre cero. Volvería a la Argentina cruzando por otro paso, el de Icalma.
“Todos los pasos abiertos” me confirmaron en la oficina de Turismo de Chile. Encaré hacia el norte y luego hacia el este por la subida que debería llevarme del otro lado de los Andes, pero la nieve no me dejó. Me rendí y desandé todos esos kilómetros. Fui a la oficina de Carabineros de Chile, buscando una explicación. ¿No estaban todos habilitados? “El paso de Icalma no es un paso cordillerano de Invierno por eso no figura en los informes de Turismo” me dijo el oficial; que agregó que la próxima vez preguntara en Carabineros, no en Turismo.
Me quedé sin conocer el paso de Icalma, por eso en el verano siguiente volví a pasar por la zona. No pude resistirme a conocer este camino del ganado y otra vez enfilamos nuestra camioneta hacia Icalma. Menos agua y menos pehuenes que en el Paso Tromen pero con una pendiente suave que llegaba hasta el puerto, éste también era apto para el paso con ganado. Estaba claro que ambos pasos eran usados por los indios llevando bovinos a Chile donde los cambiaban por piezas de plata que a su vez cambiaban en pulperías criollas de la pampa por tabaco, azúcar, yerba mate y agua ardiente.
Algún tiempo después leí en un viejo libro que alguien había notado, sin encontrarle una respuesta, que en invierno había menos malones que en el resto del año. ¿Porqué? Yo había encontrado la respuesta: no siempre la cordillera les permitía cruzar el producto de su saqueo.
El lector querrá saber de los malones ¿que era de la vida de las cautivas? Eso lo dejamos para otra entrada de este blog.