“Crucé la frontera de Gaza con Egipto con el objetivo de hacer lo que fuera para sacar a mi familia de ahí”, confiesa Yasser, guía turístico ilegal en El Cairo. “En la adolescencia leí un libro sobre momias que me apasionó y, desde entonces, me dediqué a buscar información sobre la egiptología. Hablo inglés, francés y árabe. Merodeando por El Cairo conocí un tipo que me abrió las puertas a su negocio-mafia de guías turísticos no oficiales. Me aseguró que a la mayoría de los turistas no les interesaban fechas o datos, sino que les abriéramos paso en las atracciones turísticas, regateáramos por ellos y les dijéramos dónde sentarse a comer. Vamos, que tomáramos las decisiones principales: qué ver, dónde comer, cómo pensar. Podía hacer eso, claro que sí.”
El paso fronterizo de Gaza lleva cerrado desde mayo de 2024. Yasser es uno más de los gazatíes que esperan a que vuelva a abrirse para sacar a su madre. “Si es que para entonces aún no la han asesinado”, dice. Y es que Yasser, como todos los ciudadanos de Gaza, sabe que cada minuto de supervivencia en la franja es prácticamente un milagro.
Yasser es uno más de los gazatíes que esperan a que vuelva a abrirse para sacar a su madre.
Un día, un tipo que sabía bastante de todo, no solo de Egipto, sino de cualquier tema que saliera a colación, le preguntó por su procedencia.
-Soy de Gaza -contestó Yasser.
En seguida, la actitud del hombre cambió; su parsimonia se tornó en avidez casi maleducada por saber más.
-¿Has huido de la guerra?
-Sí.
-¿Me lo cuentas?
Yasser confiesa que sintió una oleada de pánico revolviéndole los adentros; aquel hombre le estaba pidiendo que sacara todas aquellas imágenes que trataba de enterrar -sin éxito- día a día.

“Que me perdone Umm Khultum”, cuenta Yasser con una sonrisa. “Nadie prestó atención a la cafetería dedicada a la artista, a sus canciones, a su figura extravagante. Los turistas hicieron caso omiso a los esfuerzos de los camareros por hablar su idioma en busca de una propina; lo que les interesaba eran los detalles de cómo mi hermano había sido sepultado bajo el techo de su habitación justo un día antes de su boda.”
A partir de ese momento, Yasser se hizo con una narrativa propia; una mezcla de datos históricos y contrastables, y detalles de su tragedia personal, que era a la vez común a todos los ciudadanos palestinos, especialmente en Gaza.
En frente de Keops, Kefrén y Micerino les contó la historia de las seis pirámides menos conocidas y -según él- más fascinantes.
En frente de Keops, Kefrén y Micerino les contó la historia de las seis pirámides menos conocidas y -según él- más fascinantes. “Yo mismo soy de una minoría, soy un experto en la grandeza de lo que se obvia”, bromea Yasser.
Durante sus tours, habla del uso del número pi durante la construcción, de la alineación astronómica, y de lo que sintió al regresar a su casa y verla derruida. Una casa que él mismo había levantado junto a su padre, a sus tíos y a sus hermanos. Debajo de unas vigas pudo ver la mano inerte de su hermano. “¿En qué piensan los soldados israelíes cuando destruyen barrios enteros, hospitales o escuelas?”, se pregunta en voz alta Yasser. Los turistas solo menean la cabeza y susurran “qué horror, qué horror”.
“No podemos ni enterrar a nuestros muertos.”
Pausa.
“Son hermosas las pirámides. Grandiosas. ¿Verdad?”
Los turistas asienten sin saber a qué.

Al día siguiente, en el museo arqueológico, les lleva a las salas menos concurridas, aquellas en las que los carteles en vez de estar en inglés y en árabe están aún en francés, y en la que las vitrinas ofrecen los restos del pasado menos viciados por la mirada popular. Ahí, frente a un sarcófago de una momia desconocida, relegada al rincón de una sala secundaria, les habla de la muerte de su mujer, cuyo cuerpo tampoco había podido recuperar. “Acabará como esta momia, sin identidad, los que la encuentren no se imaginarán cuánto amé ese cuerpo que es ahora solo un resto más junto a los escombros.”
Una turista derrama todas las lágrimas que los telediarios no habían conseguido arrancarle con anterioridad. Yasser se pregunta si llora por él, por la guerra o por ella misma. Quizá por todo a la vez. Sabe que sus historias son como las cebollas; los que las escuchaban empiezan a llorar movidos por sus palabras y terminan llorando por un malquerer que nunca acabó de curar. Está bien.
Una turista derrama todas las lágrimas que los telediarios no habían conseguido arrancarle con anterioridad.
El caso es que, en cuestión de poco tiempo, el boca a boca hizo su efecto y Yasser se vio requerido por grupos hambrientos de guerra. Egipto, sus faraones, sus momias y el desierto eran una excusa. Las hordas de turistas, llevados por la pulsión de muerte, buscan al guía ilegal para mirar de frente a sus heridas. No se trata de una tendencia extraña, ir buscando lo macabro; al fin y al cabo nuestra historia está hecha de guerra y desastre. Somos una especie que acudía al circo a ver cómo los leones destrozaban prisioneros, que nos encontrábamos en plazas mayores para ser testigos de la quema de brujas, y que en algunos países aún acude a las ejecuciones públicas; algunas más obscenas que otras.
Lo que ocurre es que Occidente es una burbuja aséptica en la que la muerte, la agresividad, la prisa, los afectos y todo lo que se sale de la línea pudorosa marcada por las políticas de lo correcto, se tacha de raro, de enfermo, de pecado. Todo se toxifica. Todo se esconde. Y entonces los ciudadanos obedientes tienen que dejar su vida de decoración escandinava por una semana y emprenden su viaje para consumir sucedáneos de barbarie y recordarse a sí mismos que siguen vivos, que aún pueden sentir. Estamos en la época de la pos ficción. Ya hemos superado las series y las pelis. Ya hemos superado la saturación de noticias. ¿Y ahora qué? El turismo de miseria, por ejemplo.

“Antes los turistas querían saber sobre ritos funerarios antiguos y maldiciones. Ahora se pasan a lo gore que ocurre más allá de la frontera”, explica Yasser. “No me siento culpable aireando la tragedia. Los colonos israelitas se reúnen a ver cómo caen los misiles en Gaza mientras se cuentan historias terroríficas y exageradas sobre la brutalidad de los terroristas. A veces tengo dudas sobre si hacer negocio con mi tragedia es moralmente aceptable. Pienso que todos traficamos con nuestras historias, de un modo u otro, y me da paz pensar que al menos comparto un trozo de una realidad que no es la más popular en los medios”, añade.
“Hay lugares en los que los llaman Tours solidarios, quizá, para no apelar a la culpa. Para que el turista no se sienta avergonzado del placer que siente al consumir tragedia pura. Así al menos sienten que hacen algo por el mundo, yo qué sé, la vieja historia del salvador blanco repitiéndose eternamente, meramente cambiando su manifestación”, explica Hussein, compañero de Yasser y estudiante de Derecho. “Antes se llevaban las fotos salvando niños pobres. Ahora uno se vuelve con historias en las que aseguran que escucharon tres bombas caer a escasos metros y que conocieron a un refugiado de Gaza cuya familia reventó bajo los misiles israelíes, y oh, es tan simpático, tan majo, tan funcional”, añade.
Ahora uno se vuelve con historias en las que aseguran que escucharon tres bombas caer a escasos metros
Los turistas compran la ilusión de rozar el horror. “Esto es real”, se repiten asombrados. “Desde el comienzo de la guerra no solo enseño Egipto, enseño mis cicatrices y digo: esta es de una explosión, cuando en realidad es de una caída de bicicleta, tan insulsa como las suyas. Pero yo soy de aquí y ellos de allí, no saben mucho de heridas y asumen que mis cicatrices son más reales que las suyas o yo qué sé”, confiesa Hussein.
Los seres humanos somos extraños, todo lo consumimos, con todo traficamos, incluso con lo que no desearíamos para nosotros mismos. Como ese genocidio que ocurre bajo nuestra mirada y convertimos, poco a poco y sin darnos cuenta, en nuestro pan de cada día.