Ahora que hemos visto casi arder El Cairo y su plaza de Midan Tahir me acuerdo de tantas veces que he pisado la ciudad, sin duda una de las urbes más apasionantes del planeta y capital indiscutida e indiscutible de la civilización musulmana.
Aquí no estamos solo para hacernos el Indiana Jones, también hacemos cosas de guiris como todo el mundo. Después de todo las vacaciones se acaban, estamos cansados y nostálgicos y ya todo nos da lo mismo. Al viaje hay que darle lo que es del viaje y a Instagram lo que es de Instagram...
Egipto es un gigante que te mece las entrañas. Nada es fácil allí. Sus gentes me pareció que tienen un cierto poso de orgullo triste, de desonfianza hacia un pasado que da la sensación de que siempre fue mejor. Pero Egipto es inmenso en su ayer, imprescindible lugar de paso al que acudir para comprender miedos y odios y fuerza y tesón.
Y ahora, que el pasado 18 de julio Mandela hubiera cumplido 96 años, hagamos el juego de por un segundo imaginar que sería del mundo y sus interminables guerras si sustituyéramos a los líderes Netanyahu, Putin, Arafat, Bush, Milosevic…. por Mandela. ¿Es fácil la respuesta verdad?
Nos íbamos con la sensación de ver una bella tierra a trozos que merece darse un nuevo comienzo, que no merece hoy su herencia (...) Esa mañana en el embarcadero del barco que nos llevaría a Sudán pensábamos en todo eso mientras veíamos peleas y golpes por carros que cargar, por dinero que ganar, por más vida que perder.
Y Abdul enrolló el lienzo, lo entregó y pidió a cambio una única cosa: “Te regalo este lienzo con una única condición, que si ves en algún lugar a esta mujer le digas que la ando buscando. Tienes que prometerme que lo harás”
Ganábamos con la tumba de Tutankhamon en el museo egipcio y perdíamos con los militares que limpiaban las ametralladoras de sus tanquetas en la entrada. Siempre en alerta, siempre dispuestos a salir. Ganábamos una comida regular en una parte linda del imponente Nilo y perdíamos un desagradable control de policía secreta donde nos olían hasta nuestras carteras en busca de droga.
No pudimos casi comunicarnos con ellos, ninguno hablaba una palabra de inglés. Algo que se extendía a todo el barco y a lo que ya estábamos acostumbrados. Preguntábamos cuándo quedaba para Haifa y nos contestaban que cinco, ocho o cien, que dependía de que creyeran que cuestionábamos los dedos que tengo en la mano o los camiones que caben en el barco.
Una tarde de noviembre mi amigo Víctor Hugo apareció en mi casa de Maputo y me habló de un mapa. Me dijo exactamente: “En mi casa de Azores tengo desde hace años colgado un mapa donde señalé algunas rutas que quería hacer por el mundo. Ha llegado la hora de hacer la primera.
Wadi Halfa es un moridero. Podemos quedarnos aquí para siempre acompañados del polvo y de una vida que pasa lenta. Mi rutina es siempre igual, animada a veces por visitas nocturnas como la de la noche pasada. Oí ruidos de bolsa, como si alguien hurgase en nuestras aceitunas.
“¿Por qué habríamos de hacerlo?”, contesta el dueño de un hotel. “Este es nuestro país. Estábamos antes. Sólo queremos nuestros derechos. Llevamos siglos callados, aguantando humillaciones, pero las cosas están llegando a un punto intolerable. Quieren que nos vayamos pero no queremos irnos. Además, ¿a dónde voy a ir? Esta es mi casa y mi negocio. Es mi vida”.
Fuera de los resorts, los poblados son miserables y los niños tiran piedras al motorista. El Cairo, congestionada y envuelta en una permanente neblina toxica; la capital del Mundo Árabe se ha dejado de la mano de Dios. Parece que los barrenderos lleven de huelga veinte años.