“Renamo, Renamo, ¿dónde está la sangre de tu hermano Frelimo?”, les decía, o viceversa, parafraseando la historia de Caín y Abel. Todos miraban, callados, y algunos comenzaban a llorar. Estaban desechos. ¿Quién esté libre de pecado, quién no haya matado, que tire la primera piedra? Volvían a callar, a llorar”, recuerda.