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24 artículos

Lhatse: un violinista entre la basura

En los viajes, como en la vida, se puede ver la botella medio llena o medio vacía. Paisajes abominables redimidos por una mirada, atardeceres idílicos sitiados por los mosquitos, aventuras excitantes que terminan en un mirador con chiringuito... Está en nuestra mano, casi siempre, elegir unos recuerdos y resetear otros. Lhatse, un poblachón tibetano, nos recibe con montones de basuras. Pero, de entre esa ingente cantidad de inmundicias, surge un violinista inolvidable. Por Ricardo COARASA.

Kathmandú: la masacre de la familia real

Cuando visito Kathmandú, la capital de Nepal, el rey Gyanendra está todavía tambaleándose y la ciudad está cercada por los rebeldes maoístas. La carambola que le sentó en el trono fue una matanza que dio la vuelta al mundo en 2001. El príncipe heredero mató a tiros a sus padres, los reyes, y a lo más granado de la familia real. Tras el regicidio, la corona sólo podía reposar en la cabeza de Gyanendra.

Tingri: el paraíso de la desolación

El destino debe tener cuentas pendientes con Tingri, la última parada en el Tibet profundo antes de llegar a la frontera con Nepal. De otra manera no se entiende que la haya rociado de pesadumbre de forma tan descarnada. Mires donde mires, la misma desazón, idéntico desaliento. El futuro sólo alcanza hasta donde se pierde la vista: una pista polvorienta que parece una condena. ¿Hacia dónde huir? No saqué fotografías. No hacía falta.

Rongbuk: cuando cae la noche

En Rongbuk, los ojos centelleantes de los perros salvajes acechan al turista que se aventura en la oscuridad; ponerse una lentilla es un espectáculo de magia negra; cualquier comistrajo, un manjar y dormir, empeño imposible. Cientos de botellas de cerveza vacías -a 5.000 metros de altura, afortunadamente, también se da de beber al sediento- se amontonan formando un muro con las mejores vistas del mundo: un amanecer en el Everest.

A los pies del Everest

Estamos por fin en Rongbuk, en el monasterio más alto del mundo, a los pies de la temible cara norte del Everest. El cielo está despejado. El Monzón nos ha echado una mano. La vista es soberbia, deslumbrante. No te cansas de mirar al Qomolangma, la diosa madre de las montañas. Es, sin duda, uno de los días más felices de mi vida. Ahora sólo pienso en caminar hasta el campamento base.

Pang-la: la mejor “terraza” del Himalaya

“Desde el punto de vista alpinístico era imposible imaginarse una visión mas horrorosa”. Ésa es la primera impresión que causó en Mallory la cara norte del Everest en 1921. Camino del campo base en Rongbuk, su impresionante mole te sale al paso desde la cima del Pang-la, sin duda el mas privilegiado mirador del Qomolangma (su nombre en tibetano). Hacia allí nos dirigimos.

¿Pero qué demonios hago yo aquí?

¿Qué viajero no se ha hecho alguna vez esa pregunta lejos de casa? Incluso el más fascinante de los viajes se cobra de peaje, por el camino, algún que otro lugar desolado. Sitios adonde nadie parece interesado en ir y en los que, sin embargo, uno está. En el pueblo tibetano de Shegar, a una jornada del campamento base del Everest en Rongbuk, la dichosa pregunta retumbó con más fuerza que nunca dentro de mí.

Tashilumpo: las ratas del buda gigante

El monasterio de Tashilumpo era el hogar de la segunda autoridad del Tíbet, el Panchen Lama. Cuando el Dalai Lama huyó por la invasión china, Pekín buscó y encontró su respaldo. Pero el idilio duró poco y el Panchen Lama terminó encarcelado. Estoy en Shigatse, a los pies de la estatua de Buda más grande del mundo. Un monje me pide 30 yuanes por fotografiarla. ¿Será verdad que algunos de ellos son agentes chinos?

La mirada del otro

Es un interrogante con mil rostros. En la carretera, en las cunetas, en los campos de labranza, alrededor de un transistor, a la sombra de un árbol, en un autobús atestado, en el remolque de un tractor, entre los puestos de un mercado. La mirada del otro te sorprende a cada paso, a veces fugaz, otras infinita. Zarandea, inquieta, enternece, te obliga a reflexionar, según. Sucede que, cuando estamos tan lejos de casa, el otro somos nosotros.

Norbulingka: la «autoescuela» del Dalai Lama

El palacio de verano de la máxima autoridad espiritual del budismo, el “parque de la joya”, es la antítesis de la ciudad-fortaleza del Potala. En este jardín amurallado de las afueras de Lhasa el actual Dalai Lama, Tenzin Gyatso, aprendió a conducir en dos Austin y un Dodge que su antecesor hizo traer por piezas a través del Himalaya ante el estupor de un pueblo que vivía anclado en la Edad Media.

Al Himalaya en bicicleta o cómo diluir la autoestima en un nanosegundo

Nos lo encontramos por casualidad en las calles de Lhasa horas antes de poner rumbo al campamento base del Everest. Es Richard, un bombero de Vitoria que viaja solo. Va a hacer nuestra misma ruta, los 1.100 kilómetros que separan la capital del Tibet de Katmandú, pero en bicicleta. De camino, se desviará a saludar a unos amigos al Sishapagma. Hoy me voy a dormir sintiéndome muy pequeño. Hay gente que tiene unos cataplines como ochomiles.

Ascenso al cielo de los Annapurnas

Una de las cosas más sobrecogedoras de la montaña es su silencio. Anoche, de madrugada, desperté acuciado por la vejiga, y acabé sentado, protegido por doce mantas, disfrutando de la nada y mirando al cielo con unos prismáticos de poca enjundia que compré en Pokhara.

El menú más barato del mundo

Viajar al Tibet y no visitar un monasterio budista es como estar en Port Aventura y no subirse al Dragon Khan o ir a «Lucio» por primera vez y no pedir unos huevos rotos. La ventaja de pasar unos días en Lhasa antes de adentrarse en la cordillera del Himalaya -además de aclimatarse gradualmente a la altitud, que no supone ninguna tontería- es que en las proximidades de la capital del Tibet se sitúan tres de los más importantes: Drepung, Sera y Ganden.

Annapurnas, el desafío de la montaña

“¿Pero dónde van a ir ahora, si son las cuatro de la tarde y a las seis y media es de noche? No se creen problemas y duerman hoy aquí. Mañana andarán lo que les apetezca”. El hombre tiene la cara curtida por los zarpazos de la montaña, y enfatiza su argumento disparando a bocajarro: “Además, viene una tormenta”.

La fiesta de no cumpleaños del Tíbet

El empeño chino por celebrar por todo lo alto en Lhasa la creación de la Región Autónoma del Tíbet es, para la población autóctona, algo así como el no-cumpleaños de Alicia en el País de las Maravillas. Pura paradoja: una fiesta donde sólo hay globos (banderolas chinas, carrozas, un imponente estrado frente al Potala, consignas por doquier) y una tarta con las velas sin soplar.

La odisea de ir al baño en Lhasa

A simple vista, lo primero que sorprende es que el kora del Barkhor es, a la vez que recorrido espiritual, una sucesión de tenderetes callejeros, algo así como “la milla de oro” de Lhasa. A unos metros de los peregrinos que desgastan sus rosarios de cuentas, de los monjes que se arrodillan extendiendo sus brazos sobre el suelo desnudo, los comerciantes negocian con los turistas el precio de los souvenirs.
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