Durante la larga noche controlé la intermitencia de mi nivel de concentración con un mantra improvisado: “soy poderoso, muy poderoso, no te gobierna el cansancio, no te gobierna”. La mente entraba en trance, y yo descansaba con ella.
Reconozco que todo empezó con la segunda línea "rosa" de un predictor. Con una mujer inundada en felicidad, un hombre bloqueado en la incertidumbre, y un ginecólogo como testigo. "Laura, Mario ya está de camino. Ahora te pido que me dejes subir el Kilimanjaro"
He ojeado el adjetivo “remoto” en el diccionario de la R.A.E y figuran tres acepciones. La primera está referida a la distancia del objeto que califica, la segunda a la verosimilitud del acontecimiento que describe y la última está relacionada con el olvido. La “remota” provincia “West Papua”, cumple a la perfección las tres acepciones.
Un paisaje árido, propio de la península arábiga, engulle cualquier atisbo de vida vegetal o animal, y las aguas del Golfo Pérsico que bañan esas costas, a poca distancia cambian de dueño para pasar a ser las del Golfo de Omán.
Paseando por sus calles pensé que un trocito de Europa cruzó también el Atlántico acompañando las ilusiones emprendedoras de aquellas familias de emigrantes ingleses a principios del s.XVII. Peregrinos que fueron a buscar mejor fortuna en una tierra llena de oportunidades a la que bautizaron como Nueva Inglaterra.
El legendario Atlas discurre desde Túnez con rumbo sudoeste hasta Agadir y separa las fértiles tierras septentrionales del más grande y abrasador desierto que existe. Son la antesala del Sáhara. Esas montañas son la frontera oblicua entre lo verdoso y lo amarillento.
A todos los que llegamos por esa ruta nos recibe el actual símbolo heráldico de la ciudad, formado por tres enormes columnas de un destruido templo pagano. En ese instante supe que estaba en uno de esos lugares en los que el caché rebosa por todos los poros de su piel.