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A cruzar el Himalaya con un conductor novato

Mientras abandonamos Lhasa, manosea cada uno de los botones del cuadro de mando para cerciorarse de para qué sirven. Circula a 50 km/h, sus frenazos bruscos son constantes y toma todas las curvas invadiendo el carril contrario, haya o no visibilidad. Es el conductor del todoterreno que nos debe llevar hasta Katmandú, 1.100 km al otro lado de los Himalayas. Voy a viajar por una de las carreteras más peligrosa de la tierra con un conductor en prácticas. Estoy entusiasmado.

Norbulingka: la «autoescuela» del Dalai Lama

El palacio de verano de la máxima autoridad espiritual del budismo, el “parque de la joya”, es la antítesis de la ciudad-fortaleza del Potala. En este jardín amurallado de las afueras de Lhasa el actual Dalai Lama, Tenzin Gyatso, aprendió a conducir en dos Austin y un Dodge que su antecesor hizo traer por piezas a través del Himalaya ante el estupor de un pueblo que vivía anclado en la Edad Media.

Al Himalaya en bicicleta o cómo diluir la autoestima en un nanosegundo

Nos lo encontramos por casualidad en las calles de Lhasa horas antes de poner rumbo al campamento base del Everest. Es Richard, un bombero de Vitoria que viaja solo. Va a hacer nuestra misma ruta, los 1.100 kilómetros que separan la capital del Tibet de Katmandú, pero en bicicleta. De camino, se desviará a saludar a unos amigos al Sishapagma. Hoy me voy a dormir sintiéndome muy pequeño. Hay gente que tiene unos cataplines como ochomiles.

El menú más barato del mundo

Viajar al Tibet y no visitar un monasterio budista es como estar en Port Aventura y no subirse al Dragon Khan o ir a «Lucio» por primera vez y no pedir unos huevos rotos. La ventaja de pasar unos días en Lhasa antes de adentrarse en la cordillera del Himalaya -además de aclimatarse gradualmente a la altitud, que no supone ninguna tontería- es que en las proximidades de la capital del Tibet se sitúan tres de los más importantes: Drepung, Sera y Ganden.

La fiesta de no cumpleaños del Tíbet

El empeño chino por celebrar por todo lo alto en Lhasa la creación de la Región Autónoma del Tíbet es, para la población autóctona, algo así como el no-cumpleaños de Alicia en el País de las Maravillas. Pura paradoja: una fiesta donde sólo hay globos (banderolas chinas, carrozas, un imponente estrado frente al Potala, consignas por doquier) y una tarta con las velas sin soplar.

La odisea de ir al baño en Lhasa

A simple vista, lo primero que sorprende es que el kora del Barkhor es, a la vez que recorrido espiritual, una sucesión de tenderetes callejeros, algo así como “la milla de oro” de Lhasa. A unos metros de los peregrinos que desgastan sus rosarios de cuentas, de los monjes que se arrodillan extendiendo sus brazos sobre el suelo desnudo, los comerciantes negocian con los turistas el precio de los souvenirs.

Lhasa: la antigua ciudad prohibida del Tíbet

“Tengo por los más felices que haya vivido nunca los días en que, con mi miserable hatillo al hombro, vagabundeaba por montes y valles en el maravilloso país de las nieves”. A veces, una simple frase es suficiente para cruzarse medio mundo en busca de unos paisajes soñados. El viajero, mientras vuela de Katmandú a Lhasa, la capital del Tíbet, no deja de dar vueltas a esas palabras de Alexandra David-Néel, la primera mujer europea que consiguió entrar en la ciudad prohibida, disfrazada de mendiga, en el ya lejano 1924.
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