La autopista central, a la altura de Taguasco, en Santi Spiritus, finaliza abruptamente tras 400 kilómetros de una amplia carretera de ocho carriles. Es entonces cuando uno toma conciencia de adentrarse en el oriente cubano, cuando a través de pueblos y de carreteras onduladas a veces, oscuras siempre, sigue adelante. Nosotros, con un autoestopista a bordo, conseguimos llegar del tirón hasta Camagüey pasadas las diez de la noche después de cometer la imprudencia de conducir de noche y diluviando, aunque la oscuridad se veía compensada por una tormenta eléctrica descabellada que iluminaba el camino.
Camagüey, aunque actualmente se encuentra patas arriba por obras, tiene un pequeño y laberíntico centro histórico declarado Patrimonio de la Humanidad. Concebida en el siglo XVI para despistar a los piratas, esa disposición no evitó que, en 1668, la asaltara el corsario Henry Morgan. El centro histórico se ubica en torno a la Plaza de los Trabajadores, con la iglesia de Nuestra Señora de la Merced como máximo exponente, un templo levantado en el siglo XVII. De hecho, Camagüey es la ciudad más religiosa de Cuba, y eso se nota en la cantidad de templos así como en la histórica visita de Juan Pablo II en 1998.
Conseguimos llegar del tirón hasta Camagüey pasadas las diez de la noche después de cometer la imprudencia de conducir de noche y diluviando
Tras un breve recorrido por la ciudad, ponemos rumbo a Holguín, un lugar en el que apenas pasamos una noche. Damos una vuelta a esta población, la cuarta más grande de la isla, plagada de parques. Y es que nuestro objetivo, como si de un premio se tratara, era llegar hasta Baracoa. Y de algún modo todo lo que quedaba por el camino eran pequeñas paradas para no hacer todo el trayecto de una tacada: además de un viaje maratoniano, sería imposible predecir nada teniendo en cuenta las tormentas, la oscuridad, las carreteras y las curiosidades del camino.
Las consecuencias imprevistas de un viaje por carretera, sobre todo por las provincias orientales, se amortiguan –y mucho- si se recoge a alguno de los cientos de autoestopistas cubanos que solicitan transporte. Nosotros mismos no hubiéramos llegado la primera noche hasta Camagüey si no hubiera sido porque nos acompañaba un chico de esa localidad, que nos dijo que ese diluvio y esa velocidad de tortuga, y a esas horas, tampoco eran unas condiciones tan infernales como pensábamos. Él ya lo había recorrido así muchas veces aun cuando apenas se veía un metro por delante de nosotros.
El chico que habíamos recogido haciendo autostop nos dijo que ese diluvio y esa velocidad de tortuga tampoco eran unas condiciones tan infernales
Y en esas que, desde Holguín, llegamos hasta Santiago de Cuba atravesando Marcané y Alto Cedro, dos poblaciones que junto a Mayarí y Cueto forman los cuatro lugares más universales del son, de la mano de Compay Segundo. De paso, justo en el límite entre las provincias de Holguín y Santiago de Cuba, nos detenemos en Las Manacas, en Birán. En esta finca, una antigua explotación agrícola y ganadera, pasaron la infancia Raúl y Fidel Castro. Este lugar, entre grandes extensiones de tierra, resulta una recomendada parada para hacer conjeturas de cómo ambos líderes tomaron conciencia revolucionaria.
Pero es en Santiago de Cuba donde, un 26 de julio, se da el pistoletazo de salida para el triunfo de la revolución, cuando un grupo de hombres asaltó el cuartel de Moncada. Y aunque dicho asalto no llegó al éxito deseado, desencadenó una serie de sucesos que, esta vez sí, concluiría seis años más tarde con uno de las épicas aventuras del siglo XX: 12 hombres que sobrevivieron al accidentado desembarco de un yate lograron derribar a un presidente.
Es en Santiago donde, un 26 de julio, se da el pistoletazo de salida para el triunfo de la revolución, cuando un grupo de hombres asaltó el cuartel de Moncada
Sesenta años después, aquel cuartel está transformado en una escuela y la ciudad, que fue la capital del país antes de trasladarse al oeste de la isla, de más difícil acceso para el enemigo, mantiene un aire apacible, nada que ver con La Habana: edificios bajos, una pequeña alameda en la bahía y la curiosidad de saber que su primer alcalde fue Hernán Cortés, acompañan al visitante.
En el centro de la ciudad, junto a la catedral, la casa de la Trova y el Hotel Casa Granda, el histórico edificio donde se hospedó (y escribió) Graham Greene, se halla la casa de Diego Velázquez, conquistador y primer gobernador de la isla. La construcción es considerada la casa más antigua de Cuba (siglo XVI) y merece la pena la visita del museo.
Desde Santiago, subiendo por una tortuosa carretera de varios kilómetros, se llega a la Gran Piedra y al Cafetal La Isabelica
Alejándonos del centro, los alrededores también guardan mucho del contenido histórico que ha definido la zona. Desde Santiago, subiendo por una tortuosa carretera de varios kilómetros, se llega a la Gran Piedra, una mole situada en la cumbre de una montaña desde donde, a más de 1.200 metros de altura, se divisa la “ciudad héroe” y el verde paisaje que lo circunda por estas fechas. Si es difícil llegar hasta aquí debido a la inexistencia de transporte público, algo más complicado resulta avanzar un par de kilómetros más por un camino de piedras y tierra que desemboca en el Cafetal La Isabelica.
Este cafetal no es el único, puesto que llegó a haber más de 600 tras la gran migración francesa del siglo XIX que, asentada en la vecina Haití, se instaló en Cuba tras la revolución del país vecino y que culminó, en 1804, con la abolición de la esclavitud. Víctor Constantin fue uno de esos franceses llegados a Cuba. Se instaló en estas lomas con su mujer, una esclava haitiana de nombre Isabel, que dio nombre a la finca.
Las huellas de la cultura de los cafetales permanecen imborrables
El lugar goza del reconocimiento de la Unesco como Patrimonio Mundial y la restauración de este lugar muestra sus aperos de trabajo, almacenes, secaderos y explicaciones sobre las formas de producción del café aprovechando la orografía y el clima local. “Las ruinas de los cafetales de los siglos XIX y principios del XX en el sudeste de Cuba son un testimonio único y elocuente de una forma de explotación agrícola en un monte virgen, las huellas de estos han desaparecido en el mundo”, justificó la organización al otorgarle en el año 2000 la distinción. Muchos de los negocios quebraron en la segunda mitrad del siglo XIX, pero las huellas de esa cultura permanecen imborrables.
Para finalizar, una visita imprescindible es subir al Castillo del Morro, la fortaleza militar que defendió a los españoles del asedio enemigo y a la que se llega bordeando la costa a las afueras de la ciudad. Una vez dentro, entre las gruesas paredes de roca y los recovecos de la fortificación, una exposición de fotografías y explicaciones hace un recorrido por los últimos siglos de un enclave privilegiado.
Una visita imprescindible es subir al Castillo del Morro, la fortaleza militar que defendió a los españoles del asedio enemigo
Hablar del oriente cubano es hablar de colonización (por aquí se asomó Colón por vez primera), de resistencia e independencia, de desarrollo económico y cultural, de política, de revolución y, finalmente, de historia. Un viaje hasta Santiago, con varios monumentos y espacios respaldados por el reconocimiento de la Unesco, alimenta todo eso.