Nota del autor: No he tenido suerte en las cobeturas este año de Mandela con la fotografía. En la de junio perdí una pequeña y muy resolutiva Canon. En la de diciembre se me estropeó el equipo grande. Una pena por las fotos de un momento histórico. Las hice con una compacta pequeña.
“Yo odio a Mandela. Yo soy miembro del PAC (Congreso Panafricano). Mis referentes son Mugabe, Gadafi o Castro. Esos son líderes que ayudaron a su pueblo. Mire aquí, todo sigue en manos de los blancos. Mandela nos vendió a todos”. Esas palabras me las dijo en Mthatha, a 30 kilómetros de Qunu, una joven africana de nombre irrepetible durante la cena de un abarrotado restaurante, donde había cientos de periodistas, en el que nos tocó compartir mesa por falta de espacio.
Se entrenaba en Lusaka a miles de kilómetros del problema
He tenido que esperar casi cuatro años y viajar hasta la casa del propio Mandela para escuchar tan nítidamente un mensaje que sé que comparten otros sudafricanos. “Mi padre y mi madre son miembros del ANC. Él dice que luchó por la liberación y yo le digo que él no hizo nada, que se entrenaba en Lusaka a miles de kilómetros del problema. Los que lucharon se quedaron aquí y pelearon. Los que estaban en Lusaka o en Robben Island no hicieron nada. Mandela no luchó, su arresto fue por cosas burocráticas. Todo es para Mandela, pero fue Sobukwe (líder del PAC que en Robben Island estuvo aislado) el que pasó años encerrado en peores condiciones”, me dice la simpática universitaria. “Todas las revueltas importantes las lideraron otros, no el ANC “.
“Yo les he dicho a mis padres que los mataría si se interponen en la revolución socialista. El problema es el capitalismo, hay que acabar con él” ¿Y ellos qué dicen? “Se ríen como haces tú ahora (me comencé a reír al escuchar el ímpetu juvenil con el que defendía que hasta mataría a sus padres por una ideología). ¿Hay muchos jóvenes con tus mismas ideas? “No por desgracia somos pocos, pero en la universidad no estamos juntado y creando grupos de debate para que la gente sepa la realidad”. “Espero que no me mates a mí también, recuerda que te pasé el Ketchup”, le digo al despedirme. Ella se ríe y no contesta.
Les he dicho a mis padres que los mataría si se interponen en la revolución socialista
Nuca había visitado la zona del Transkei. La comarca de los héroes, de donde provienen mitos como Sisulu o Mandela, me pareció mucho más bella que todas las veces que me la imaginé en boca de Mandela al leer su Largo Camino a la Libertad. Son colinas cubiertas por un manto verde, sin apenas árboles, salpicadas por casas y animales. Es una Sudáfrica muy lejana de los lujos de Johannesburgo, Ciudad del Cabo o de los cercanos pueblos costeros de la zona de Durban en los que sí estuve en 2010. Era una Sudáfrica con una característica especial: carecía casi de blancos.
Y en los kilómetros de coche fui dejando a los lados pequeñas casas redondas, casi todas ya de cemento, pero de aspecto muy humilde, muy rural. Así hasta llegar a Qunu. Creo que Mandela no podría descansar en mejor lugar. Lo hará como es él, en un sitio llano, sin pretensiones, donde los cambios sólo son perceptibles para quien sufrió el pasado. “No había luz hasta 1995”, me dice uno de los tipos con los que esperé el paso del féretro de Mandela el día antes de su entierro.
Las palabras de aquel anciano que compartió 26 años de cárcel con Mandela son lo más bello que ha pasado en este funeral
Aquella fue mi personal despedida “del líder, del guía, del amigo”, que diría a la mañana siguiente su amigo Ahmed Kathrada en uno de esos discursos que se escuchan siempre con un nudo en la garganta. Creo que las palabras de aquel anciano que compartió 26 años de cárcel con Mandela son lo más bello que ha pasado en este funeral. “Te vas con el equipo A del ANC. Con Walter; Mbeki, Tambo, Slovo… Mi vida está vacía, ¿quién lo va a cambiar”, decía un viejo luchador que casi pedía irse allí, al cielo, a reunirse con los suyos (esa es una generación de hombres inolvidables que poco tiene que ver con los actuales dirigentes del ANC. Casi ofende compararlos).
Pero mi momento fue la tarde anterior. Salí del museo Nelson Mandela, en Qunu, y bajé la ladera que llevaba a la carretera. La mayoría de colegas se fueron a seguir el paso del féretro a Mthatha, la capital, donde había miles de personas en la calle. Yo pensé en quedarme allí, cerca de la tumba, junto a la humilde gente de su pueblo. Reconozco que fue casi más una opción personal que profesional.
Vi a decenas de personas salir de sus humildes casas y dirigirse a la carretera
Entonces, mientras bajaba el camino vi a decenas de personas salir de sus humildes casas y dirigirse a la carretera. Allí no habría más de 200 personas, que debe ser una cifra muy cercana al total que vive en esa área concreta. Cantaban, reían, danzaban. “¿Qué haces con las manos cruzadas?”, me dice un joven con tono serio. Luego, al ver mi cara de duda ante sus intenciones, me dice “toma, hoy estamos aquí para celebrar”, mientras me da una pequeña bandera sudafricana que ha venido conmigo a Maputo.
Y comenzaron entonces las palabras: Allí estábamos unos cinco periodistas desperdigados y las dos centenas de vecinos, los vecinos de Mandela. Y mientras esperaba me contaban historias de la escuela que él abrió; y de lo que les ayudó siempre a todos; y de los días que trabajaron en su finca o casa que resumieron con un “ese hombre no dejaba nunca de sonreír”; y de carreras por toda la ladera de los niños que querían darle la mano cuando le veían a lo lejos; y de que Mozambique, siempre les despertaba curiosidad que yo viviera allí, estaba menos desarrollado que aquel lugar, algo que escuchaban con orgullo y desconfianza : “¿Menos?, eso no es posible”; y de la Navidad….. ¡Navidad! Cuando lo dijeron me quedé sorprendido, es cierto, estábamos casi en Navidad. No había en todo aquel entorno nada que lo recordara, pero allí, en Qunu, se acordaban de las fiestas a pocos minutos de que pasara por allí el féretro de su vecino. ¿Por qué?
El 25 de diciembre él nos invitaba a todos a su casa
“El 25 de diciembre él nos invitaba a todos a su casa y le daba a todos los niños un regalo. No quería que ningún crío se quedara sin un juguete. El 1 de enero hacía lo mismo pero con los ancianos”. Esa era la Navidad en Qunu. Y entonces comenzaron a sonar más sirenas de lo habitual y a lo lejos por el número de motos entendimos que ese ya era el coche de su vecino. Y todo el mundo comenzó a cantar el himno de Sudáfrica, y yo me di cuenta tras pasar el vehículo que no había mirado al coche del tipo que más he admirado en toda mi vida cuando tuve la última oportunidad de hacerlo, los miraba a ellos, los vecinos de Mandela.