Vasa: la redención de un fiasco

Por: Ricardo Coarasa (texto y fotos)
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Siempre me ha interesado más la estela que deja una derrota que la de un triunfo. Un perdedor tiene más trastienda y es pródigo en aristas. Por eso, la historia de un barco botado con salvas de honor que se hunde en su primera travesía, sin tan siquiera salir del puerto, me despertaba simpatía y curiosidad a partes iguales. El Vasa era el orgullo de Gustavo Adolfo II, rey de Suecia, hasta el punto de que fue bautizado con el nombre de su dinastía. La construcción de este moderno navío de guerra había llevado dos años. Nunca se había visto cosa igual. Con 69 metros de eslora, 1.200 toneladas de peso y 64 cañones a bordo, el Vasa estaba destinado a asombrar al mundo. Y vaya si lo consiguió.

Todo estaba preparado ese 10 de agosto de 1628 en el puerto de Estocolmo. La primera singladura del Vasa había levantado la lógica expectación. El asombroso navío, capaz de desplegar hasta diez velas, zarpó por fin entre el alborozo de curiosos y autoridades, pero dos ráfagas de viento fueron suficientes para derribar al gigante. El buque se escoró y el agua empezó a entrar a raudales por las cañoneras. El Vasa se hundió en el mismo puerto ante el asombro y la incredulidad de los presentes. Habían acudido a una fiesta y, de repente, se encontraban en un funeral: 30 de los 200 miembros de la tripulación fallecieron ahogados.

Su construcción había llevado dos años. Nunca se había visto cosa igual. El Vasa estaba destinado a asombrar al mundo

¿Otro naufragio más de los que jalonan la audacia del hombre frente al mar? En absoluto. Tres siglos después, Anders Franzen era un niño que soñaba con restos de naufragios. A comienzos de la década de los 50, puestos a seguir soñando, se propuso encontrar el Vasa. Y lo consiguió seis años después, en 1956. Franzen se había dado de bruces con una reliquia del siglo XVII. El barco fue reflotado en abril de 1961.

Cuando visité el Vasa Museet en Estocolmo ya sabía que el navío estaba expuesto en el interior, con su estructura original casi intacta. Incluso había leído numerosas opiniones de viajeros que lo señalaban como uno de los lugares imprescindibles de la capital sueca. Pero cuando entré al museo y me encontré con el Vasa, inmenso y poderoso, solemne y resplandeciente, con ese áurea legendaria que siempre acompaña a un fracaso, me quedé absolutamente fascinado.

El asombroso navío zarpó por fin entre el alborozo de curiosos y autoridades, pero dos ráfagas de viento fueron suficientes para derribar al gigante

El viejo navío de guerra vencido por el mar, quizá para recordar a los hombres que somos mortales, había recuperado la dignidad de su efímera singladura, congelada durante 333 años, para asombro del mundo, ahora sí. Era la perfecta metáfora de los réditos de un fracaso (que a menudo suelen subestimarse). Resultaba admirable comprobar cómo el pueblo sueco había sido capaz de redimir un fiasco tan memorable hasta convertirlo en un hito. Ésa es, precisamente, la principal lección del museo. Es fácil hacer apología de los triunfos. Lo complicado es sobreponerse a un revés y hacer pedagogía de la derrota.

Allí estaban sus 700 esculturas, que fueron colocadas en su posición original tras no pocos quebraderos de cabeza, su desafiante león de proa, la esmeradísima popa a la mayor gloria de la dinastía sueca, capaz de asombrar al mismísimo Neptuno. Y, también, la sucesión de cañones que supusieron su perdición. El capricho del rey obligó a construir dos cubiertas y, a modo de contrapeso, el fondo del navío se llenó de piedras. Pero, al primer contratiempo, esas 120 toneladas fueron incapaces de mantener el equilibrio del buque.

Resultaba admirable comprobar cómo el pueblo sueco había sido capaz de redimir un fiasco tan memorable hasta convertirlo en un hito

El Vasa se encuentra en el centro de la nave principal y uno puede ir admirando sus hechuras a medida que va ascendiendo los distintos pisos que rodean al barco y permiten apreciar al detalle toda su estructura. Yo estaba ensimismado, la verdad, y no me cansaba de dar vueltas de un lado para otro. Sobre todo después de ver, en la planta calle, un documental sobre la historia del Vasa (en 16 idiomas) y de su laboriosa recuperación, que ayuda a comprender la magnitud de la empresa. Salir luego de la sala de proyecciones, con las imágenes de la película todavía en la retina, y encontrarse al navío frente a ti es realmente impactante.

¿Cómo es posible estar admirando un barco que ha pasado mas de tres siglos sumergido bajo el agua? Las aguas del Báltico, que no frecuentan los moluscos que devoran la madera, fueron las primeras aliadas. Pero, a pesar de todo, una vez recuperado del mar, el Vasa fue rociado durante años con conservantes para garantizar su supervivencia. Pero la conservación del navío es un reto constante, puesto que la madera está impregnada de sulfuro (por la contaminación del agua) que, al contacto con el oxígeno, deriva en ácido sulfúrico, un grave peligro para su estructura avejentada.

Cuando me encontré con el Vasa, inmenso y poderoso, con ese áurea legendaria que siempre acompaña a un fracaso, me quedé absolutamente fascinado

En el museo se exponen también multitud de piezas y aparejos rescatados de las aguas (se recuperaron casi 14.000 objetos de madera, además de los esqueletos de algunos marineros) y en una estancia de techos bajos reproduce una escena cotidiana de la vida a bordo que permite imaginarse perfectamente las duras condiciones de las travesías en esa época.

También se pone rostro a los tripulantes -y ésa fue una de las partes del museo que más me atrajo-, recuperando sus historias personales y hasta sus rostros, un alarde documental que te empuja a saltar de una vivencia a otra, escudriñando en sus vidas con la misma familiaridad, a esas alturas de la visita, con la que escarbarías en tu árbol genealógico. Pero el Vasa Museet cerraba en unos minutos y las luces empezaron a apagarse. Los últimos visitantes abandonamos el lugar con un adarme de contrariedad, sin querer dar de una vez la espalda al imponente navío de sueños rotos rescatado del olvido.

El Vasa Museet (www.vasamuseet.se) se encuentra en la isla de Djurgarden (Galärvarvsvägen, 14), en Estocolmo.

 

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